jueves, 26 de marzo de 2020

La España de los balcones


Fue en el inolvidable curso de segundo de Bachillerato, allá por el 2008. Nuestro profesor de Historia de España y, a la postre, amigo, hizo planear durante todo el año la cuestión “¿qué es la patria?”. La pregunta surgía al recorrer los acontecimientos del pasado reciente de nuestro país. La respuesta, siempre en el aire. No llegamos a ninguna conclusión, pero sí nos dimos cuenta de que el concepto, tantas veces alimentado y engordado para abanderar grandes empresas de insignia nacional, quizá tenía más que ver con lo íntimo, con lo cercano, con lo más inmediato a nuestras vidas.


Hace unos meses, en mitad del convulso ciclo político que nos ha tenido girando en la rueda electoral durante los últimos años, algunos representantes públicos invocaban la expresión “la España de los balcones” para apelar al sentimiento patriótico de una parte de la población. El patriotismo exhibido en las banderas colgadas de terrazas y ventanas de muchas casas de nuestro país.

Estos días estamos empezando a entender que la España de los balcones era otra cosa. La citación de las ocho de la tarde nos congrega cada jornada, desde hace dos semanas, como una liturgia que celebra la única patria posible: la de la defensa de lo común y de lo público en un tiempo de desolación que no entiende de carnés de identidad, pasaportes ni permisos de residencia.

He recordado, al ver esta escena que ya forma parte de nuestra rutina en cuarentena, la conversación con un amigo que, varios años atrás, me defendía las bondades sociales del mundo rural frente a la atomización urbana. Argumentaba que las ciudades se habían concebido construyendo los edificios hacia arriba, aislando a los individuos al situar unos pisos encima de otros para optimizar el suelo. De este modo se suprimía la posibilidad de relación horizontal que se da de manera natural en los pueblos, donde la gente conoce al vecino de enfrente, las casas están abiertas y la calle es lugar de encuentro y no solo de tránsito.

   Es curioso pensar qué rápido hemos querido romper con esta lógica ante la necesidad de comunidad que aflora con el aislamiento de estos días. Las calles de las ciudades están vacías, pero nos negamos a aceptar que nuestros edificios sean baluartes de confinamiento y abrimos las ventanas para mirar en todas las direcciones. Por primera vez en mucho tiempo reconocemos a quien vemos a los lados y de frente como parte de un pueblo que lucha y siente nuestro mismo drama. Aplaudimos la labor de sanitarios, personal de limpieza, transportistas, reponedores. Visibilizamos a colectivos a menudo precarizados, convertidos hoy en los verdaderos garantes del sostenimiento de nuestras vidas, que percibimos más frágiles y vulnerables que nunca.

Algo tendremos que aprender de esto. Quizá sea pronto para saberlo. Quizá, cuando acabe todo, sentiremos la tentación de retomar nuestro ritmo de vida en el mismo lugar donde lo dejamos detenido. Si es así, igual la victoria no será completa.

No estaría mal si, además de vencer al virus, mantenemos la sensibilidad hacia quien nos suministra los alimentos, nos desinfecta las calles, nos atiende detrás de un mostrador. Si los padres y madres no dejan de dedicar tiempo de calidad y calidez a sentarse para hacer las tareas con los pequeños y seguimos mirando a los abuelos y abuelas como un frágil tesoro que proteger de la intemperie. No estaría mal si seguimos cuidando las actividades que no son productivas, pero que alimentan el cuerpo y el alma. Si mantenemos los compromisos diarios, las llamadas atentas, las palabras de calma.

No estaría mal si continuamos defendiendo lo público y lo comunitario como si nos siguiera yendo la vida en ello. No estaría mal si, el día que esto termine, nos comprometemos con los comercios de nuestro barrio, seguimos abriendo los balcones y cuidamos los pulmones del planeta.

Y no estará mal si no les regalamos, tan a la ligera, el concepto de “patria” a algunos que, al amparo de las banderas, querrán seguir levantando fronteras. Fronteras con las que dejan detrás de la alambrada y de las playas a tantas historias anónimas pero que no han evitado que este virus se haya propagado y, haciéndoles sentir vulnerables, también haya llamado a sus puertas.



Preguntas: ¿Qué significa “refugiado”?
Te dirán: Es aquel al que arrancan de la tierra de la patria.
Preguntas: ¿Y qué significa “patria”?
Te dirán: Es la casa, la morera, el gallinero, las colmenas, el olor del pan, el primer cielo.
Y no te privas de preguntar: ¿Es una palabra tan corta que caben tantas cosas…y no cabemos nosotros?

(Mahmud Darwix)





1 comentario: