viernes, 23 de mayo de 2014

El paseo de las ofertas



Menacho. La recorro todos los días al menos un par de veces. Es, probablemente, la calle más transitada de Badajoz, donde se concentra la mayor parte de la actividad comercial del centro de la ciudad.

Cuando paso por allí suelo ver, además, a miembros de distintas asociaciones que, aguantando en un punto estratégico durante toda la mañana, interceptan los trayectos de ida y vuelta para intentar captar la atención, la escucha y, en el mejor del los casos, la colaboración económica de los viandantes.

Rara vez se dirigen a mí. Los que no aparentamos más de veintitantos o incluso treinta y pocos no disfrutamos, presumiblemente, de una fuente fija de ingresos que nos sitúe como blanco acertado para estas ofertas.

Las asociaciones son diversas y las causas que defienden también: apoyo a los refugiados, acción sanitaria directa e incluso lucha contra el maltrato animal.

A mí me llama la atención que, en esta realidad tan necesitada de manos y corazones comprometidos, lo que estas asociaciones persigan en estos espacios sea tan sólo la ayuda económica cuando, probablemente, entregar dinero a una causa duele y transforma mucho menos que entregar parte de nuestro tiempo, de nuestras preocupaciones o de nuestra misma vida.

En cualquier caso, defender causas propias, ajenas o comunes es tender puentes hacia el mundo y, si bien las fuerzas son limitadas y no todas las causas nos parecen igual de dignas o elevadas, el viaje de salir del “yo” para buscar al “nosotros” y al “ellos”  en las preocupaciones de nuestro día a día es siempre una aventura ilusionante.



En estos días, las televisiones, las redes sociales y las calles lanzan otras muchas ofertas: las de la campaña electoral  para las elecciones al Parlamento Europeo que finaliza hoy.

Según como la miremos, se trata una disputa más estética que ética: el Partido Popular intenta ofrecer su imagen institucional de seguridad, responsabilidad y conocimiento técnico, lastrada por la desafortunada campaña electoral de un candidato que ha exhibido con torpeza una mentalidad rústica y tosca que lo delata sin contemplaciones.

El PSOE lo ha tenido fácil para hacer cancha del tropiezo del enemigo y centrar toda su campaña en significar la diferencia, en intentar marcar la distancia en el intento de oxigenar ese aire de caduco progresismo que se olvida de que, como los otros, han agachado la cabeza ante el neoliberalismo salvaje y la dictadura de los mercados.

Y en este gastado mapa de los que se empeñan en seguir circunscribiendo la política a dos colores y se han acomodado en los sillones asegurándose una vida dedicada a ella, parece querer abrirse hueco una nueva gama, aprovechando la coyuntura de la circunscripción única de estas elecciones, para intentar dar el salto a Europa.

Si bien la nueva apuesta de participación ciudadana encabezada por Pablo Iglesias, Podemos, canaliza muchas de las reivindicaciones sociales que han eclosionado a raíz del malestar de la población, el descontento y el desarraigo hacia una clase política salpicada de manera sistemática por la corrupción, también adolece de caer en prejuicios históricos de izquierda radical y poco dialogante y se centra, irremediablemente, en el protagonismo mediático de una persona.






Yo en esta ocasión me inclino por los que hablan de la esperanza como programa electoral y de la Europa de las personas y ceden el protagonismo irrenunciable a la lucha contra la pobreza y por los derechos humanos.

Los que apuestan por “reinventar Europa desde la solidaridad, la democracia y la sostenibilidad” y quieren “compartir valores, cooperar para prosperar y conjugar la diversidad lingüística, cultural en un proyecto común de dignidad, paz y bienestar”.


Porque creo que hoy, más que nunca, es necesario que nos definamos no sólo en contra de tantas cosas que nos indignan sino que nos signifiquemos en positivo, con motivos para la esperanza,   a favor de las causas en las que creemos que realmente merece la pena gastar la vida.




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