martes, 3 de enero de 2017

Instalarse en la intemperie



   En estos días se escuchan continuamente en las conversaciones que planean sobre innumerables comidas y cenas familiares. Se leen en los mensajes de móvil, se oyen en las llamadas telefónicas e ilustran multitud de imágenes que se comparten y se multiplican en las redes sociales .

      Buenos deseos, felicitaciones y propósitos de año nuevo. Es tiempo propicio para mirar hacia adelante y llenarnos de planes por desarrollar, de objetivos por cumplir, de metas por alcanzar. Es un momento de renovar energías, de oxigenarnos y llenar con avidez, para no perder un ápice de tiempo, la lista de cosas por hacer en este 2017.

      
     Mirar hacia atrás, sin embargo, también nos hace comprobar de qué manera los caminos, a veces tan sinuosos y caprichosos de la vida, nos han llevado por otros derroteros muy diferentes a los que planeábamos ordenadamente hace poco más de un año. Quizá esa comprobación nos depare un gesto agridulce o a lo mejor una sonrisa agradecida ante sorpresas inesperadas que nos trajo el pasado año. Seguramente hubo personas a las que se esperó y no llegaron, otras que se fueron inesperadamente y otras que, de manera fortuita, aparecieron en el momento en el que más las necesitábamos.

      También hubo lugares que probablemente pensábamos frecuentar y apenas llegamos a pisar y otros en los que igual irrumpimos casi sin percatarnos y donde aprendimos a montar nuestra tienda de campaña para quedarnos más tiempo del esperado. Posadas en las que, casi sin haber sitio, aprendimos a encontrar un hueco y a hacer de ellas nuestro hogar.



      Mirar hacia adelante revela también, en muchos casos, escenarios desesperanzadores de futuro. En las conversaciones de estos días abundan, entre amigas, amigos y compañeros, las situaciones escandalosamente normalizadas de precariedad y falta de horizontes ante el final de períodos de estudio y de prácticas que dejan, tras de ellos, situaciones que conducen a la frustración de no poder desarrollar una vocación humana y profesional, de vivir con autonomía e ir poniendo los cimientos para construir un proyecto vital propio.

      Ante estos sentimientos, volver al sentido originario de la Navidad es, quizá, acercarnos a un acontecimiento que se da a la intemperie y que es recibido, precisamente, por aquellas personas que viven su vida en medio de esa intemperie ("Porque no había sitio para ellos en la posada..." "Había en aquellos campos unos pastores que pasaban la noche al raso..." Lc 2, 7-8)

      Puede que este relato nos deje el eco de una llamada a saber vivir al raso, en intemperies desnudas de certezas y seguridades, donde, si bien es difícil intuir cuáles serán los caminos que transitaremos a nivel laboral, profesional o personal, sí es posible definir el cómo queremos vivirlos. Sí que es posible alumbrar criterios, actitudes y claves que queremos cuidar en una etapa en la que ya sabemos de antemano que no todos nuestros propósitos y planes se desarrollarán como nos gustaría.

      Instalarnos en la intemperie es también una opción. La opción de saber hacer presencia en lugares de frontera, de periferia, en sitios donde sabemos que no suele ser cómodo permanecer, acompañando situaciones o dejando la vida en frentes donde muchas veces se nos demanda y se apuesta a fondo perdido.



    Entre las estampas de estos días recordaba la imagen de un personaje sugerente e inspirador del cine: Danny Rose, el protagonista de una evocadora película que Woody Allen dirigió, en blanco y negro, en los años ochenta.


    Ambientada en el mundo encantador pero también decadente de los locales nocturnos de Broadway, Danny Rose es un mánager que se gana (o se pierde) la vida representando a los personajes más esperpénticos y pintorescos de ese mundo.
Lo hace apostando, con fe ciega en las posibilidades de los demás, por todos aquellos por los que nadie en su sano juicio apostaría: un bailarín de claqué con una sola pierna, un malabarista manco, un xilofonista ciego y un hipnotizador incapaz de sacar del trance, entre otros.

      Danny Rose se juega la vida y se mete en líos por dar una oportunidad a aquellos que solo parecen predestinados al fracaso y, que paradójicamente, cuando consiguen salir de su situación de mediocridad, lo abandonan buscando a otros representantes mejores, relegándolo siempre a su condición de mánager de artistas de segunda o tercera fila.

      Es desgarradoramente bella y agridulce aquella escena en la que Danny Rose llega a casa para celebrar la cena de Nochebuena y aparece nuevamente, irremisiblemente solo pero tímidamente feliz, rodeado de todos esos perdedores que han seguido siendo su más importante y única opción en la vida.

      A veces es también opción por la intemperie y opción de confianza la de acompañar a personas y procesos que nos hablan desde el fracaso y la debilidad, sabiendo que muchas veces no llegaremos a ver los frutos de ese acompañamiento más que cuando esa persona tome las riendas de su situación para seguir su propio camino.

      Y, sin renunciar a la necesidad de reivindicar la esperanza, la alegría y nuestra disponibilidad para acoger lo nuevo que el año nos traerá, para mí es una llamada a pensar en esas claves desde las que quiero vivir, en esos lugares en los que quiero permanecer o a los que quiero llegar, y en esas personas desde la que creo que es necesario seguir mirando y entendiendo el mundo, y apostando sin condiciones.


Feliz 2017.