viernes, 9 de noviembre de 2012

El futuro ya está aquí.




          “El futuro ya está aquí” . Lo pronosticó Radio Futura hace más de 30 años cuando cantaban su Enamorado de la moda juvenil.
Hoy , la globalización, la tecnología y los medios de comunicación extienden sus redes por todo el mundo a un ritmo vertiginoso que hace  que nos sea prácticamente imposible escapar a las nuevas formas de vivir, comunicarnos y relacionarnos que define el desarrollo tecnológico del presente.
Pantallas táctiles, acceso continuo a las redes sociales, a internet y a la mensajería instantánea permiten una conexión inmediata con la red global y con otros, posibilitando la transmisión de información en tiempo real con unas cotas de calidad cada vez más altas.
Mis amigos son un ejemplo bastante bueno de lo que supone estar al tanto de las últimas innovaciones del universo tecnológico. Algunos de ellos son inminentes ingenieros, biotecnólogos o periodistas y sus mismas carreras y la propia inquietud les hacen conocer la gestación y las aplicaciones de los últimos recursos de la telefonía móvil , la informática o las telecomunicaciones.
Varios  me acusaban el otro día de empeñarme en ir en contra de la tecnología por negarme a incorporarme a la comunicación con ellos mediante la mensajería instantánea del wassup. Mientras ellos conciertan nuestras reuniones y quedadas a través de esta aplicación, para avisarme a mí tienen que recurrir a los mensajes sms, pues mi móvil, cuya batería no se desprende porque le tengo puesto un trozo de celo en el reverso, no dispone de tan sofisticada tecnología.
Recuerdo también que, hace unos meses,  veía que Sonia, animadora del movimiento de la JEC y una de las personas más comprometidas que conozco, en una reunión con su grupo de chavales había confiscado los móviles de los muchachos metiéndolos en una bolsa al ver que ellos, estando sentados todos en una terraza unos junto a otros, se encontraban absortos en la comunicación a través de los móviles e indiferentes a lo que sucedía alrededor.
También cuando estuve en Nueva Delhi en el encuentro mundial de jóvenes me impactaba el hecho de que cada noche en el hotel nos dedicábamos a utilizar los portátiles para chatear con  familiares y amigos de nuestros países en lugar de aprovechar la ocasión irrepetible de una convivencia tan rica y diversa entre nosotros. 
Paradójicamente, al volver a los respectivos hogares, todos nos pasábamos horas y horas hablando a través de la red con los amigos internacionales que habíamos conocido allí.
Ante todos estos hechos mis amigos insisten en que lo malo no son las redes sociales y los nuevos medios de comunicación sino el uso que podemos llegar a hacer de ellos y la verdad es que tienen toda la razón.
Las posibilidades que hoy tenemos de llegar a distintas fuentes de información son las mayores que ha conocido la historia. El sesgo que conlleva el acceso a una única paleta de programas de televisión  o de prensa escrita desaparece cuando se abre ante nosotros un escenario como el de internet, donde todo el mundo puede, en principio, escribir, compartir y exponer sus ideas con libertad.
        La comunicación con personas que están al otro lado del mundo posibilita también el encuentro en otro soporte, el mantenimiento de una relación y el contacto con una realidad alejada geográficamente así como la riqueza enorme que supone acercarnos a  conocer desde "cerca" otra cultura: otros modos de vivir, pensar y sentir.
También la tecnología punta de la telefonía móvil y la mensajería nos permiten un contacto directo y continuo con las personas cercanas, conocer sus situaciones y atender sus necesidades como nunca antes se ha podido.
Sin embargo, creo que hemos de tener cuidado de no sustituir el calor de la palabra hablada frente a las pantallas táctiles, de saber disfrutar de los momentos y estar en los sitios, sin la esclavitud continua de aparatos que nos conectan con personas que están en lugares distintos y situaciones distintas y que, en ocasiones, nos hacen evadirnos del lugar en el que estamos y perder la magia y lo irrepetible del espectáculo de  la vida pasando ante nuestros ojos que, ocupados  y preocupados por captarlo , compartirlo y retransmitirlo todo, se olvidan de vivirlo.



viernes, 2 de noviembre de 2012

Ecos de otro mundo


En mi infancia me fascinaba la celebración anglosajona de Halloween. Era un chaval inquieto al que siempre le maravillaron las criaturas de la noche y los seres que pueblan el imaginario sobrenatural que el hombre, desde antaño , ha soñado, temido y usado para dar respuesta en numerosas ocasiones a fenómenos y misterios que no encajaban en los límites de la explicación racional.
Y, a pesar de no haber celebrado nunca propiamente esta fiesta que hoy vilipendian tanto los que ponen en valor nuestra tradición de Todos los Santos , los difuntos y las castañas frente a las contaminaciones foráneas, siempre me sirvió como excusa para acercarme a ese universo apasionante a través de la imaginación, el cine y la literatura.
       La noche de Walpurgis, la víspera de difuntos...y toda esa geografía fantástica de licántropos, vampiros y fantasmas poblaban una inmensa galería de imágenes de cautivadora belleza para mí.
Pero más allá del elemento meramente fantástico de la fiesta estadounidense y británica, todos estos días también nos hablan de uno de los grandes tabúes de nuestro tiempo: la muerte.
En ese sentido, ya un poco más mayor, me llamaba poderosamente la atención cómo Tim Burton en su Novia Cadáver ilustraba un mundo de los vivos completamente gélido y falto de vida, acartonado en el tedio de una atmósfera lúgubre y nostálgica, mientras que, paradójicamente, el mundo de los muertos era la explosión de la vitalidad y el color, de unos personajes libres y hedonistas que celebraban el presente al son de la música y la danza.
Cuando hace unos días mis amigos Nando y Guimaly me hablaban de las costumbres funerarias de Méjico y Venezuela volvían a mí estas reflexiones y me sorprendía ese modo de afrontar la muerte en que los vivos visitan los cementerios y beben y cantan para celebrar con gozosa alegría la vida de los familiares que ya partieron. Veo fotos de altares decorados, pasteles y mucho colorido para recordar a los seres queridos que ya no están con nosotros.
      Quizá estas culturas nos llevan la delantera en el modo de asumir una circunstancia tan inherente al ser humano como es la muerte y de hacerlo desde la vida y la celebración cuando aquí nuestra tradición se define más hacia el luto, el silencio y el duelo largo y austero que marcan las ausencias.
A veces, acercarte a una misa de difuntos da escalofríos sólo por escuchar a sacerdotes hablar de rendir cuentas a Dios, de la corruptibilidad de la carne o de los pecados del difunto. Sólo les falta parafrasear a Dante para hacer una enumeración de los círculos del infierno.
En cambio, tengo la suerte de contar con una serie de amigos curas cercanos que ofrecen otra visión y otra experiencia completamente distinta en su relación con situaciones y personas donde  la muerte se hace presente.
          Uno de los que más me interpela, por su hermosa capacidad para discernir los signos de esperanza y de vida en medio del mundo, es Pepe Moreno.
     Desde su vocación de sacerdote que le lleva a acercarse a realidades de muerte y sufrimiento siempre habla de estos temas tabú con una ligereza y naturalidad que a veces escandaliza, pero que sin duda se expresa desde el amor y la conciencia de la victoria de éste sobre la muerte.
Así, en su acompañamiento a una asociación de padres que han perdido a sus hijos revela cómo , en medio del dolor y la angustia, la pérdida puede ser lugar de encuentro para las personas, donde es posible sanar heridas y encontrar motivos para vivir.
       También lo es cuando pone sobre la mesa a compañeros sacerdotes fallecidos y lo hace desde el recuerdo caluroso y la alegría que hace sentir la presencia viva y cercana del espíritu, el carisma y el hacer de estas personas queridas entre nosotros.
            Es un tema lleno de aristas, delicado y doloroso y acercarnos a él supone encarar muchas preguntas y muy pocas respuestas pero siempre hay personas a nuestro alrededor capaces de iluminarnos y recordarnos, una vez más, aquello que el viejo Chaplin le decía a Claire Bloom en Candilejas: “Solo hay una cosa tan inevitable como la muerte: la vida”.