lunes, 25 de marzo de 2013

Destellos de alma y corazón




Hace algunos meses, en un encuentro de la Juventud Estudiante Católica,  asociación juvenil y eclesial a la que pertenezco , tuve la oportunidad de disfrutar de una charla con Carlos Chana, el sacerdote encargado de acompañar a nivel nacional a los jóvenes de la JEC, en la que me hablaba de la tesis que se encontraba elaborando.
Me comentaba que se trataba de un trabajo acerca del pensamiento de un teólogo que tenía, entre otras, la idea de que “Dios es exceso”.
La frase me chocó bastante en un principio y pronto Carlos se apresuró a explicarme de qué se trataba: Dios es exceso significa que Dios es un lujo, un privilegio  o un regalo que hemos recibido los que somos creyentes.
La conversación me interpeló bastante y no he dejado de rumiar esa idea en mi interior desde entonces.
Efectivamente, Dios no es una necesidad para el hombre. Hay muchas personas que viven, sienten, luchan y se entregan con planteamientos vitales de enorme riqueza sin la necesidad de poner  la religión en un lugar preferente.
Sin embargo, los que hemos descubierto este “lujo” de Dios, disfrutamos el privilegio de leer nuestra vida en clave de esperanza y alegría, advirtiendo el Evangelio no en nociones abstractas y metafísicas, sino en las señales que el día a día nos regala con nombres, personas y experiencias. Es, al fin y al cabo, la sensibilidad para percibir la belleza y la esperanza en cada hecho cotidiano.
El mundo de la música, que es ahora la parcela académica en la que me muevo, si bien lleno de sacrificio y competitividad, también sabe mucho de esta sensibilidad, de la capacidad del hombre de crear, transmitir y emocionarse y nos  revela, como el Evangelio, destellos de alma y corazón en cada emoción y cada gesto de las personas que vibran, se alegran y se entristecen con este arte bello y misterioso del sonido.
Un par de meses atrás, yendo de camino a casa con mi amigo y profesor Santiago, tras la clase semanal de clave y bajo continuo, conocí a Gaspar, melómano apasionado y miembro de la Sociedad Filarmónica de Badajoz.
            Santi me habló de él, de su insaciable inquietud por la música, su deseo continuo de encontrar y conocer personas con las que compartir su pasión y su inagotable ilusión por aprender y aportar a los demás.
Rápidamente conectamos por las redes sociales, lugar de encuentro lleno de posibilidades, donde él solía compartir música, además de contactar con personas con similar inquietud y sensibilidad hacia el arte.
Seguía con detenimiento todos los eventos de la actividad musical de Badajoz (no sólo los organizados desde la Sociedad Filarmónica),  elogiando el trabajo de los profesores y los alumnos del Conservatorio y defendiendo la música como una riqueza cultural de insustituible valor.
El martes pasado vi a Gaspar en la Iglesia de San Agustín a la que, tras intensas jornadas para sacar adelante del Ciclo de Música Sacra, asistía para el Concierto de Clausura de las III Jornadas Extremeñas de Orquesta Barroca.
Estaba embargado por la emoción y expectante ante la asistencia al evento y me confesó que le había maravillado ver las fotos de nuestros ensayos, a las que tan sólo les faltaba el sonido para cautivarle por completo.
Desgraciadamente, Gaspar ni siquiera pudo escuchar los acordes iniciales del monográfico de Mozart. Durante los agradecimientos emocionados del comienzo del concierto un problema de salud le sobrevino de manera súbita y repentina y lo mantuvo en estado crítico durante toda la última semana.
Hace un par de días, para conmoción de sus familiares y amigos cercanos del mundo musical pacense, terminó su lucha.
Y yo, que tan sólo había compartido con él un par de ratos de conversación rica y calurosa desde que lo conocía, a pesar de la tristeza por el dramatismo y la rapidez de su partida, me sigo empeñando en esa manía de leer creyentemente y con esperanza los acontecimientos y al final acabo con un sentimiento de agradecimiento por el lujo de haberlo conocido y pienso que, a pesar de la muerte, persiste la vida en las personas que nos iluminan a los demás con destellos de sensibilidad y se desbordan, como dice Nuria, con la belleza de la vida.

viernes, 15 de marzo de 2013

El ánfora vacía



En el Sínodo para La Nueva Evangelización celebrado en octubre del pasado año, los obispos empleaban una metáfora de  enorme belleza y sugerencia para ilustrar el retrato del mundo actual y el desafío de la Iglesia ante él: “La samaritana con el ánfora vacía es la imagen del hombre contemporáneo, que tiene sed y nostalgia de Dios y al que la Iglesia debe dirigirse para hacérselo presente”.
No había pasado ni medio año desde entonces y los cristianos y no cristianos del mundo nos sorprendíamos con la renuncia del pontífice Benedicto XVI. Aquel papa de imagen tan recia y conservadora, cuya elección fue una gran decepción para aquéllos que soñábamos con un cambio en la Iglesia tras el largo pontificado de Juan Pablo II,  ahora se retiraba,  mostrando, en el cansancio del cuerpo y el espíritu, la debilidad humana de manera tan natural como humilde e incluso conmovedora para algunos.
Con una imagen cuyo deterioro se agrava con la cobarde resistencia a abrazar las realidades de la mujer y su dignidad, la realización de la dimensión sexual del hombre y el amor homosexual, así como con las continuas revelaciones de escándalos de pederastia, la Iglesia, tiene, a pesar de todo, el privilegio y la responsabilidad de hacer al mundo escuchar y ver la Palabra de Jesús, que hoy , más que nunca, resuena en las paredes agrietadas de esta realidad en crisis con renovada ilusión y vigencia y no precisamente entre los ampulosos desfiles de la jerarquía y la Curia Vaticana.
Hace un par de días, contra todo pronóstico, saludaba al mundo el primer papa latinoamericano de la historia  y sorprendía por su disposición humilde al escoger sus atuendos y al pedir al Pueblo de Dios la oración para él en lugar de lo contrario.
Hay quienes se apresuran  en rescatar informaciones sobre las nada claras relaciones del cardenal Bergoglio con la dictadura argentina y su férrea oposición al matrimonio homosexual ( ¿Realmente alguien espera que haya algún prelado a favor?) y otros, por el contrario, alaban la humildad del Papa Francisco, un hombre que viaja en transporte público, renuncia a residencias oficiales de lujo y lucha por los derechos de los más desfavorecidos.
Aún me parece pronto para valorar a nuestro nuevo Pontífice, tanto positiva como negativamente, pero reconozco que no me desagrada en absoluto que sea una persona que piense y sienta en la lengua de Córtazar y Cervantes, que sea jesuita y que tenga  una importante inquietud social .
En cualquier caso, la gran pregunta quizá sea  ¿Qué es lo que la Iglesia tiene que ofrecer hoy al mundo y al hombre contemporáneo? Un hombre que tiene sed de encuentro (las redes sociales y los medios de comunicación dan cuenta de ello) y también de trascendencia, o mejor dicho, de sentido, ante el fracaso del sistema capitalista y una globalización que extiende sus redes con muchas posibilidades, pero también con grandes peligros.
Si volvemos la imagen a la samaritana y al ánfora vacía, recordaremos que para Jesús el encuentro no es algo azaroso ni fortuito: Jesús sale al encuentro premeditadamente para calmar y colmar de sentido y dignidad la vida del hombre.
Esperemos que Francisco sepa impulsar la renovación de una Iglesia que mire más al Pueblo de Dios y a las heridas del mundo que a las estolas y los confesionarios, que pronuncie palabras de acogida y no de condena, y sepa prolongar, con rostro de alegría y compasión, la acción revolucionaria de Cristo en la historia.