lunes, 29 de diciembre de 2014

Posmodernidad






Despierto cada mañana. Abro las ventanas virtuales de la posmodernidad para pasearme por los balcones de felicidad ajena, espejos donde busco el brillo de mi propio reflejo, alimentando a Narciso regando mi lista de contactos VIP, abrillantando el encuadre de las instantáneas que ilustran cada uno de los puntos del itinerario vital perfectamente trazado y envuelto en papel de plata para uso, disfrute y envidia de la galería. La vida se comparte,  se multiplica exponencialmente en los escaparates de la red social donde agoniza la sabiduría encorsetada en píldoras, en cápsulas inconexas, en sentencias fragmentarias que calman la ansiedad de la rutina sin saciar la avidez profunda de trascendencia que atora las pasiones de las mujeres y los hombres. He sucumbido ante todas estas nuevas formas de comunicación líquida, ante la dictadura de los ciento cincuenta caracteres y la seducción del culto a mi  imagen




y sin embargo


aún me sorprende, silencioso, el declive de la tarde en los parques

en el instante de la mágica

revelación del verso

que duerme en los anaqueles esperando

el hallazgo fortuito

que acontece siempre por primera vez

en cada biografía

en cada mano

en cada boca.


Somos la revolución de la belleza.

Somos hijos de otro tiempo.

Nuestro sigue siendo el amor de Dido,  la Arcadia y el mar de Ulises.


Nuestra patria son los ocasos y los sueños.








lunes, 8 de diciembre de 2014

Madrid (diez haikus)











Viajando en metro
olvido mi parada
cuando me miras.






Es el azar
el que mueve los hilos
de nuestra historia.






A tu camino
el músico en la calle
le pone swing.






En las esperas
se escuchan narraciones
extraordinarias.






La noche sabe
enseñarte a olvidar
mejor que nadie.






Bajo el neón
se cruzan las miradas
de los amantes.






Son solo niñas
las que venden sus sueños
en esa calle.






En los cajeros
los cartones nos hablan
de la derrota.






Entre el bullicio
la música es el cóctel
de los lenguajes.






Con la palabra
los extraños rompieron
su anonimato.





















lunes, 1 de diciembre de 2014

Impresiones para una noche de piano




Entrar en la calidez del sonido desde la intimidad de las primeras notas de Evocación es detenernos por primera vez en la inflexión de un aroma, en la intuición de una estampa que se dibuja a trazos en la lejanía de un horizonte indeciso. Pero también es volver. Volver a un lugar ya conocido, volver a esa patria primera, necesaria e insondable, depositaria de tiempos y nostalgias. 



Quizá sea porque esta Iberia tiene algo de recorrido inaugural y peregrino, de viaje iniciático, y a la vez huele a regreso , a retorno a la Arcadia, a ese Sur mágico y misterioso, espejo que escapa de las antologías y recupera el imaginario de lo pintoresco, lo desgarrado y lo profundo de una manera de sentir y de vivir, para ilustrar el mapa de una geografía personal y comunitaria, de una historia propia y compartida.




El sábado volví a Málaga, a Antequera, a La Línea, a Badajoz, a los rincones, miniaturas, detalles y lenguajes de un magisterio de cinco años que acrisola enseñanzas para toda una vida.

Escuchar, por primera vez completa, Iberia de Albéniz, de manos de mi maestro de piano, Ángel Sanzo, me llevó a aquellas primeras clases en La Línea de la Concepción que transcurrían entre paseos por atardeceres marítimos y noches que se alargaban con vocación de no encontrar el amanecer.

Ángel me hablaba de la disonancia en la Iberia como un ingrediente fundamental del lenguaje de Albéniz por su vasta polisemia: en Almería, la disonancia era una caricia que coloreaba la música con pura amabilidad. En El polo, marcaba la decidida agresividad  que se expresaba a través de la incisiva precisión del ritmo.

La disonancia, tensión necesaria para experimentar la viveza orgánica de la música, es reflejo, posiblemente, de la propia dialéctica consustancial a la vida humana, en la que la confrontación que serena y desestabiliza nos empuja cada día a crecer y avanzar en una búsqueda y lucha continua con y por nosotros mismos.

Me aseguraba que no encontraría  ni una sola nota en la Iberia que no contuviera multitud de indicaciones precisas y de relaciones intrincadas con otras notas. Toda una arquitectura de enorme complejidad y exigencia física puesta al servicio de un mensaje expresado en el lenguaje universal  de las danzas, los ritmos y las melodías que hablan de los orígenes primigenios de un pueblo y de su historia.

En eso debe de consistir el arte. En desplegar toda una paleta de medios, conocimientos y minucioso trabajo artesano para ofrecer, con sencillez y naturalidad, un discurso que acierte hacia el blanco de la diana de lo que sentimos y lo que somos, que nos emocione por dar forma y cauce a los estadios de nuestra trayectoria vital.



El sábado recapitulé muchas de las lecciones magistrales recibidas a lo largo de cuatro años, lecciones que me abrieron las puertas de la comprensión, hasta entonces muy vaga para mí, de la técnica pianística, y que además me revelaron una sabiduría que trasciende del mero conocimiento, sedimentada a base de experiencias, contrastes y encuentros personales profundos, algo que me parecía esperable de  grandes figuras de manos gastadas y frente arrugada, pero que se me antojaba insólito en un pianista que tan solo contaba treinta y tantos años de edad por aquel entonces.

 Pero si hay algo que me hace descubrirme ante él es la sensibilidad y la comunicación, que no restan un ápice a la elevada exigencia en la consagración al total compromiso con el arte. Y ahí, en ese compromiso por la belleza, no exento de sacrificios, de dudas y trances, aparecen pistas para aprender a vivir, algo paradójico cuando la dedicación seria y rigurosa a este oficio nos lleva, a veces, a alejarnos del trasiego y las entrañas de nuestra propia vida.



Se me ocurre esa clase en la que siempre habla de que tenemos que enamorarnos de aquello que se nos atraganta, que nos resulta especialmente difícil (un pasaje de una obra…) cuando no nos queda otra que convivir con ello. ¿No es acaso esa una verdadera lección magistral para la vida?






También podría detenerme en todo ese viaje espiritual por Liszt y San Francisco que recorrimos el curso pasado, pero hoy me quedo en esta Iberia capital alumbrada tras la gestación de muchos años de convivencia, aprendizaje y búsqueda, de la que algunos, aunque no hayamos acertado más que a vislumbrar la sombra de tus pasos, hemos sido testigos privilegiados.



lunes, 24 de noviembre de 2014

Aprendizaje







Medir en bruto el peso de las cosas
en este altar de barro. Haber bebido
la sustancia profunda del sentido.
Saciar la sed en ánforas preciosas.
Creer que la vigilia transfigura
el sueño. El mundo mira agradecido
las manos que transforman, el sonido
de gargantas ardiendo con bravura.
Retar a la rutina del fracaso,
a la incercia constante a lo prohibido.
Luchar, seguir. Sentir a cada paso.
Rendirme a la locura si te miro.
Alzar el vuelo indómito. Saber
perderlo y darlo todo en un suspiro.














lunes, 3 de noviembre de 2014

El Paseo del Prado



Calle Alfonso XI, descenso por Calle de Alcalá, Plaza de Cibeles y Paseo del Prado hasta Atocha. En la ruta diaria por el centro de Madrid se suceden los destinos cruzados, los ritmos acelerados, la rutina  vertiginosa de lo cotidiano.


 En el camino, los pensamientos fluyen y confluyen. A la salida de la sede del movimiento de la Juventud Estudiante Católica, la cabeza cargada de fechas, de agendas marcadas con citas importantes, encuentros, llamadas pendientes, informes, cartas, peticiones, reflexiones, el bullicio de la vida entregada y el compromiso, la necesidad de acompañamiento y el regusto sosegado de la lectura creyente de cada acontecimiento.

 A medida que me alejo, me sumerjo en lo próximo que toca afrontar, me traslado a la Europa de los siglos XVII y XVIII, a ese universo Barroco de emergencia de una nueva estética musical, a la expresión pasional de los afectos a través del sonido. Voy planeando por la música escrita en esa grafía tan humana que hace sentir el aliento y el pulso del arte gestado hace trescientos años. Me dirijo al Real Conservatorio Superior de Música de Madrid para asistir a las clases de clave y música antigua, aparcando, por un momento, el trasiego de la misión apostólica en el mundo juvenil en que estoy inmerso desde el Equipo Permanente de la JEC.

Este recorrido diario representa, en cierto modo, la dialéctica de mi vida en la capital, de los dos proyectos que ocupan esta nueva etapa vital. 

Es el itinerario que transcurre por el Paseo del Prado, un trazado donde uno encuentra diariamente una  galería de personajes en su ubicación fija, con una expresión corporal y ademán postrado que observan al viandante con voluntad suplicante. 

     No son la servidumbre de la corte  de Felipe IV inmortalizada por Velázquez. Son estampas vivientes de nuestro tiempo, son los olvidados de siempre, los Bartimeos del siglo XXI que habitan las esquinas y los bordes de los caminos, pidiendo  limosna y compasión a los espectadores silentes del drama, a los que no nos dejamos interpelar ni nos salimos de la dirección trazada por la corriente de cada día.



Ellos están ahí desde antes de que pasemos, a la vuelta seguirán estando y permanecerán cuando a nosotros la vida nos lleve por otras sendas. Siempre tuvieron el nombre de la exclusión y el anonimato, aunque hoy se presentan bajo la forma de la inmigración, el desempleo, la vejez o el olvido.


Yo, como el resto, continúo por el camino previsto sin interrumpir la marcha, pero la escena me remueve interiormente y reflexiono, en ese discurrir geográfico entre los dos centros de mi actividad cotidiana y el discurrir mental entre mis dos proyectos, cómo uno y otro podrían servir para tener, en el centro, a esos desterrados que claman inmóviles. Cómo el mundo asociativo puede permitirnos edificar estructuras fraternas que promuevan la justicia y la apuesta por los débiles y cómo la música, el arte, nos puede hacer más sensibles a las realidades del mundo, dando expresión a nuestros sentimientos más profundos y primigenios.



Pienso en lo que me traigo entre manos, en las campañas que los militantes de la JEC lanzarán como una bomba hacia las conciencias de los jóvenes estudiantes en las próximas semanas: ¿Sigues la corriente o piensas diferente?, sobre la necesidad de ser auténticos y críticos en las aulas de los institutos; ¿Estudiar? ¿Por qué? ¿Para qué? ¿Para quién? sobre el debate entre un estudio mercantilizado y pragmático o un estudio vocacional y con sentido, que tenga en el horizonte final la apuesta social y comunitaria y no la seguridad individual. Y, finalmente, Juventud ¿Empleada o empeñada?, en torno a la sangría del desempleo juvenil y la precariedad laboral, a los deseos de tantas y tantos jóvenes de hoy de ser dueños y protagonistas de su futuro.


Me vienen a la cabeza, también, las recientes palabras de Jordi Savall, una de las figuras más importantes en la difusión y recuperación de la música antigua, que, en su renuncia al Premio Nacional de Música, califica este arte como “fuerza y lenguaje de civilización y de convivencia.”

Quizá, si voy encauzando este camino, pueda atravesar nuevamente el Paseo del Prado sin vapulear la conciencia de mero espectador pasivo y sentirme parte de ese cambio del que la realidad nos llama a ser protagonistas a los que estamos convencidos de que entre  creer y crear solo dista una pequeña e insignificante letra.


domingo, 19 de octubre de 2014

Ruan, 1431 d.C.









La pira aguarda. Sabe que es la hora
de una mujer. Sus manos agrietadas
por empuñar destinos, alboradas,
se anudan en la sombra. Ya no implora
al tribunal de estatuas farisaicas
la justicia divina. No la humana,
petrificada en mármoles, lejana
a sus sentencias de ínfulas arcaicas.

No tiene veinte años. Solo es una
mujer en el cadalso de la hoguera
erguida en el reverso de la gloria.
Las llamas la custodian. No hay ninguna
amazona inocente que no ardiera
con todas las mujeres de la historia.








domingo, 12 de octubre de 2014

De conservatorios y conservantes




Hace unos meses, en medio de la oferta cinematográfica veraniega de consumo rápido, me topé con una película que me cautivó profundamente por su frescura, por su verosimilitud sin edulcorantes y por su sinceridad a la hora de abordar el encuentro y el desencuentro, el amor y el desamor y los caprichosos caminos de los sentimientos.

Una de esas historias que uno “se cree” sin cuestionamientos porque radiografía escenarios comunes, emociones conocidas y situaciones que forman parte de ese cóctel de desiguales proporciones que es, a menudo y casi siempre, la vida humana.

Begin again o ¿Puede una canción salvar tu vida? es un paseo por la gran urbe neoyorquina en la que el azar y el sinuoso trazo del destino hace encontrarse a dos personas heridas por un pasado doloroso que les persigue.

Ella es una cantante y compositora de música pop a la que su novio, también cantante, abandona cuando sucumbe ante el deslumbrante mundo del éxito comercial y la fama. Él, un productor discográfico de desbordante talento y abundante reconocimiento que, de la noche a la mañana, se ve sin trabajo sumido en el fracaso profesional y en el desorden de una caótica vida personal.

La música será, para ellos, el punto de encuentro, la estación de partida de una intensa relación profesional y personal que les hará recomponer los pedazos de sus vidas deshechas y encontrar de nuevo un sentido y un horizonte para mirar al mañana. Se convierte en un personaje más, en un marco incidental y en un hilo argumental que da forma y nombre al despertar de sentimientos y al discurrir psicológico de los personajes.


Cuando los protagonistas, después de muchas sesiones taciturnas de guitarra y de improvisación “a capella” se lanzan a la aventura de grabar un videoclip en la calle fusionando estilos e incorporando a personas anónimas, la música se convierte en una expresión de libertad y vitalismo.



Sin embargo, hay un momento que me chirría, me descoloca y me cabrea. El productor decide incorporar para la grabación a un par de instrumentistas clásicos, un violinista y una cellista, y es entonces cuando aterrizan en la escena dos pintorescos personajes que encarnan el tópico más estereotipado y desinformado del músico clásico. Ambos se presentan como graduados en diversos conservatorios del mundo. El porte, de un intelectualismo rancio, empollón, aburrido, socialmente deficiente, físicamente anacrónico. En el aspecto técnico y musical, son impecables y brillantes pero, al situarse en ambientes de fiesta y relación, se muestran completamente fuera de lugar y sin experiencia.

Algunas semanas después, me acerqué al clásico de Billy Wilder Con faldas a lo loco, la obra maestra de la comedia hollywoodiense en la Jack Lemmon y Tony Curtis encarnan a dos músicos vividores que se travisten para infiltrarse en una orquesta femenina y se presentan como una contrabajista y una saxofonista de formación clásica.

Al llegar, las componentes de la orquesta, eufóricas, intentan trabar amistad con ellos. El representante recrimina a una de las chicas diciéndole:

-Ya está bien. Nada de chistes de mal gusto. Han ido a un conservatorio.

En una escena en la que, durante el viaje en tren, la directora confisca una botella de alcohol, prohibido para las chicas de la orquesta, uno de los músicos se autodelata, confesando ser el dueño de la botella, para sorpresa de la directora de la orquesta y el representante, que esperaban de "ellas" un comportamiento más "ejemplar",

-¿No dijisteis que habíais estado en un conservatorio?
-Oh sí, durante un año.
-Creí que habíais dicho tres años…

Esta idea de asociar la formación académica de la música clásica a la seriedad y rectitud de comportamiento, en el sentido más peyorativo de los términos, observándola como algo alejado de la vida y de su frescura y espontaneidad, me inquieta al encontrarla no solo en el cine actual y el de hace sesenta años, sino también en los prejuicios de mucha gente que no conoce, de primera mano, el ejercicio, la práctica y el estudio de la música mal llamada “clásica” y tachan lo que hacemos de aburrido, anacrónico.

Me pregunto si será culpa nuestra, que no somos capaces de transmitir que, cuando nos acercamos al arte de hace doscientos o trescientos años, lo hacemos con el respeto pero también con la emoción de dar vida a algo que nos hace vibrar por la vigencia de una expresión universal y atemporal que dice hoy, tanto o más que las producciones comerciales y contemporáneas, mucho de lo que somos y lo que sentimos.

No sé si, en lugar de esto, el mundo nos ve, como dice mi nuevo profesor de clave, como “coleccionistas de insectos” que nos dedicamos a conservar, recrear y presentar piezas disecadas en un nostálgico museo de glorias pasadas.

El otro día leía una inscripción grabada en este bello instrumento en el que me estoy sumergiendo más en esta nueva etapa académica, que rezaba MUSICA MOVET AFFECTUS.



Quizá muy a menudo, insertos en esa vorágine de rigurosa dedicación y sacrificio, nos encorsetamos, perdemos el aliento de lo vivo y nos olvidamos de esta sentencia que es, quizá, la que resume lo más importante y lo único por lo que nos consagramos a este misterioso e inagotable ejercicio de la belleza.









miércoles, 24 de septiembre de 2014

Rebatiendo a Neruda










Me gusta cuando hablas porque estás más presente,
y te mando un mensaje, y el vacío no me choca.
Es como si te acordaras de mi de repente
y parece que mi nombre te encendiera la boca.






domingo, 14 de septiembre de 2014

Pongamos que hablo de Madrid


La semana pasada asistí al Congreso de Teología en la sede de CCOO en Madrid. Espacio fronterizo, impregnado de historias periféricas, de reivindicaciones indomables, de voces ajadas por el tiempo y de discursos utópicos, a veces fatigados por el desencanto de la derrota, pero con aliento vivo y firme de Espíritu y de alegría revolucionaria.

Entre los testimonios, el de un sacerdote que, alejado de los círculos institucionales, ejercía su ministerio en los frentes del sufrimiento y el fracaso de los jóvenes, jóvenes azotados por la droga,  el abandono, la derrota y la exclusión social.

Su voz exhibía la vivencia de aquel cuya rutina es la de bucear en los pozos del dolor y restañar las heridas de los vencidos, mensaje duro y directo, sin ambages ni complacencias vanas y, a pesar de todo, lleno de una frescura, un humor y un vitalismo humano que contagió a todos los asistentes.

En una de las historias que puso sobre la mesa, hablaba de las secuelas psicológicas de un chaval a quien, tras pasar siete años en la cárcel, nadie esperaba al otro lado de los barrotes. “Qué duro tiene que ser pasar siete años en la cárcel y, a la salida, no encontrar a nadie esperándote”.


Esta frase, lapidaria y sin necesidad de apostillas, zarandeó mis reflexiones sobre la espera, la ausencia y el abandono y, leyendo mi historia reciente, me llevó a mirar mi vida y a sentirme inmensamente afortunado y agradecido.

Han pasado solo dos semanas desde mi llegada a Madrid, a esta metrópoli de culturas y miradas heterogéneas que se cruzan y se encuentran desfilando por vías subterráneas y paisajes urbanos que acogen, en el día bullicioso y la noche bohemia, los rostros del protagonismo y del anonimato, de la soledad multitudinaria y la muchedumbre disgregada en caminos de ida y vuelta, rincones habitados y esperas azarosas.

Al llegar, ya estaban esperándome. La casa preparada, la mesa puesta y un lugar de trabajo que respiraba el poso de toda una herencia de jóvenes que me han precedido en trabajar para que desde el estudio se promueva la lucha contra las injusticias y la opción por los más pobres, aquellos a los que nadie espera al otro lado de la frontera.

De fondo, el Crucificado en los miles de nombres abatidos en las Gazas, los Iraks, los hogares desahuciados, las sillas vacías en las aulas de los institutos y las universidades, las vallas ensangrentadas…


La Juventud Estudiante Católica, sueño de una juventud perpetua y rostro de una Iglesia que se funde y sedimenta en la tierra del mundo estudiantil, nos ha dado la oportunidad de trabajar intensamente por un proyecto al que ya venimos tiempo dedicando esfuerzos, luchas e ilusiones.






Y Madrid, urbe forastera y conocida, abre las puertas de su galería de oportunidades personales, culturales y sociales, entintando las páginas de un relato coral al que queremos aportar un nuevo y emocionante capítulo.


Gracias.







jueves, 28 de agosto de 2014

It´s a small world


Recibí la petición hace un par de semanas. Hasta ese momento me había abstenido prudentemente de preguntar quién sería el padrino de Nuria y me había limitado a organizar todo lo  relativo a la parte musical de la celebración. A pesar de todo, no me extrañó que pensaran en mí, me ilusionó y, sin embargo, les pregunté si estaban seguros de que fuese yo la persona adecuada.

Normalmente la significación religiosa se diluye y estas cosas suelen limitarse a un mero trámite, la foto, el recuerdo bonito y la garantía de concesión de ciertos privilegios, caprichos y regalos a perpetuidad. Yo les dije que, si habían pensado en lo que realmente suponía esto de bautizar a la niña,  estaría encantado de ser su padrino. Al fin y al cabo, conocer a Jesús y poder entender la vida desde la poética del Evangelio es uno de los mayores regalos que he recibido y, en este momento en el que estoy a punto de lanzarme a la aventura de dedicar tres años de mi vida a trabajar por la Iglesia con intensidad y pasión, nadie podría pensar que esto sea una simple anécdota para mí.

“trataré de educarla en una relación totalmente libre con Dios, y la acompañaré en su búsqueda para que sea ella quien pueda vivirlo íntima y libremente.”

Acercarse a la experiencia de Dios desde la libertad es un gran desafío en esta cultura fuertemente secularizada en la que, a menudo, lo religioso se vive con rechazo e incomprensión debido a inercias históricas y a prejuicios forjados en el seno de la oscura España del nacionalcatolicismo.

Sin embargo, la conquista libre del pensamiento, la opción personal y la verdad requieren, desde mi punto de vista, la apertura  al mundo y a la multiplicidad de respuestas y formulaciones que la historia nos brinda. Y esta historia es, también, una historia personal.


En la presencia risueña e inocente de Nuria cristaliza una corta biografía de fragilidad, debilidad y de profundo deseo y espera en la que no es difícil encontrar a ese Dios que se encarna en el amor gratuito, irracional e incondicional:

"Antes de formarte en el vientre materno, yo te conocía; 
antes de que salieras del seno, yo te había consagrado
” (Jr: 1,5)

En los días previos al enlace y al bautizo miraba a mi sobrina, ajena al ajetreo que se vivía a su alrededor, jugando con varios muñecos en lo que podría ser una pequeña guardería de las culturas. Ella observaba, con una cierta desconfianza que fue venciendo a los pocos minutos, a varios bebés de diferentes colores y rasgos étnicos: uno negrito, otro oriental y otra de facciones indias. La imagen me trasladó a aquel pequeño mundo de muñecas de Disneyland Paris ( “It´s a small world after all”) , el sueño de una humanidad unida y sin fronteras, con engranajes de porcelana girando al ritmo de los sonidos de la infancia.



Esa primera e inocente idea de la humanidad, primigenia y sin doblez  (como decía Mandela “Nadie nace odiando al otro por el color de su piel, su procedencia o religión. La gente aprende a odiar y, si pueden aprender a odiar, también pueden aprender a amar") me remite mucho a mi vivencia profunda del Evangelio como búsqueda y encuentro de la belleza en la comunidad universal.



Por eso, como regalo, no supe ofrecerle nada mejor que varias de las piezas musicales iniciáticas de este lenguaje tan universal y atemporal que tuve la suerte de descubrir antes incluso de aprender a leer.


Y como deseo y compromiso,  acompañar a Nuria para que descubra al Dios del encuentro y de la familia que trasciende las fronteras del parentesco biológico (“¿Quiénes son mi madre y mis hermanos?” Mc, 3,33) para reconocer el rostro del hermano en los cercanos, los lejanos, los recordados y los olvidados.