jueves, 25 de agosto de 2016

nómada





Eres todos los lugares donde has amanecido,

la luz de cada despertar

en brazos de aquella persona

a la que una vez bautizaste con la palabra "hogar".


Eres el tiempo de espera en tantas estaciones cuyos nombres ya no recuerdas.

Todas son la misma. En todas

el mismo cartel de bienvenida,

la misma escena de exilios y retornos,

reencuentros

         y despedidas.



Aprendiste solo a recordar ( del latín recordāri , "volver a pasar por el corazón" )

la instantánea de un desayuno a medias y el esbozo tímido de un poema naciente

al borde de una servilleta de papel.



Aprendiste que no había más destino

que la certeza callada

de unos brazos, al llegar, en los que sentirte acogido (bendecido).



Nunca te quedaste mucho tiempo. Nunca

llegaste a hacer de ese calor una constante, una costumbre, una rutina.



Pisaste tierra sagrada, te descalzaste, sacudiste

el polvo a las puertas de cada fracaso, derrota y abatida.




Eres esa maleta siempre por hacer, siempre por deshacer, esa que siempre te dejas

en medio del pasillo de la vida.


Quizá porque te recuerda tu vocación peregrina, la exigencia

de no hundir nunca hasta el fondo las piquetas de tu tienda 

en el suelo donde pisas.


Eres la mañana abierta hacia posibilidades infinitas,

una hoja en blanco, un pentagrama,

un boceto que promete color

en su versión definitiva.


Eres todas las copas que alzaste por las causas que merecieron 

                              (y siempre merecerán)  

la alegría.




martes, 19 de julio de 2016

A las puertas







Esta noche he visto automóviles atravesar ciegos las calles recogiendo a los hijos 
                                                            [ primogénitos de Europa

no he podido escuchar sus nombres

no he podido escuchar sus nombres porque afuera hay un ruido de sables

no he podido escuchar sus nombres porque hay un silencio en los despachos 

donde los observadores firman tratados internacionales


Babel es una montaña de escombros que sepultan una arqueología de lenguas 

                                                                            [milenarias


esta noche he visto una legión de soldados sin patria atravesar ciegos los muros de 

Europa

no pueden recordar sus nombres no pueden porque solo han visto

paraísos prometidos en pantallas donde se coreografían infiernos urbanos


Liberté égalité fraternité ironizan las glosas de otro tiempo

mientras en las fosas se escuchan sarcásticas las antífonas de los muertos


Babel es una mitología arcana de músicas perdidas

pero yo no las escucho yo no las escucho porque

afuera hay un ruido de sables y esta noche


he visto automóviles atravesar ciegos los cuerpos de todos los hijos de la historia









viernes, 10 de junio de 2016

Una habitación por estrenar




Tú sabes bien, y yo, los dos sabemos
que un día cualquiera de estos, una mañana, un día
la vida dejará los baches y reveses
y tocará madrugar y construir. Será el momento
de pintar de azul las paredes y los meses,
encalar los miedos, las dudas, los fantasmas
y poner una vela débil, un pábilo prendido
por cada nombre, cada logro,
cada paso en el camino.


Tú sabes bien, y yo, que muchas veces
es duro, nos cuesta, nos cansamos.
Parece que no hay modo, no hay salida
y, sin embargo,
hay una ruta extraña, una senda indescifrable
(solo visible en latitudes compartidas)
de mariposas que cuidadosamente se posan
junto a la palabra precisa, el verbo, la medida,
el verso exacto que anuncia
que bajo la fría superficie de la escarcha
se escucha, tímido, imparable
el rumor de un latido nuevo en cada esquina.


Tú sabes bien, y yo, no hay que engañarse
que no hay batallas cómodas ni dulces despedidas,
que no hay dolor sin reservas
ni justicia sin tripas
pero está por estrenar (verás que será pronto)
una habitación nueva
con vistas a la vida


con todos los amaneceres por desnudar,
con todos los rincones por habitar,
con todas las historias por contar.

Y será tu tiempo, el nuestro y el de todas
las miradas 
eternamente rotas y abatidas


y será el momento, la mañana, el turno, el día
de reivindicar a toda luz, con toda fuerza
la opción preferencial por la alegría.









martes, 7 de junio de 2016

Negociar la identidad

     

    
   Hace poco tuve la suerte de escuchar, en la asamblea del movimiento de Profesionales Cristianos, una conferencia de Carlos García de Andoin, compañero militante, teólogo y psicólogo cristiano de fuerte compromiso político y amplia trayectoria en distintos movimientos de la Acción Católica Española, que hablaba de la presencia cristiana en la esfera pública y del papel que nuestros movimientos están llamados a desempeñar para poder articular una acción significativa en la sociedad actual.

       Carlos recogía con mucho acierto y un toque de humor la situación a la que muchas personas cristianas hacemos frente en nuestra rutina cuando, muy frecuentemente, nos toca explicitar y justificar nuestra fe en ámbitos fuertemente secularizados donde lo religioso no es representativo y la imagen de la Iglesia está totalmente devaluada y carece de crédito.

       Según él, los cristianos y cristianas que vivimos nuestra vocación en medio del mundo, nos encontramos en un estado de invisibilidad social dentro de una sociedad de tolerancia limitada.



      Cuando nos definimos como tales, rápidamente se nos mira con extrañeza y, a menudo, se nos piden cuentas de los errores e incoherencias de la Iglesia y se nos echan sobre las espaldas poco menos que todos sus grandes pecados, desde la Inquisición y la condena de Galileo Galilei hasta la pederastia infantil.

       Ante esto, sostenía que hay dos grandes vías de respuesta que nos permiten salir del escollo ilesos sin entrar demasiado en debates y discusiones ideológicas: la de que nosotros somos cristianos de base, expresión que automáticamente nos sitúa en un espacio de simpatía fuera de toda sombra de sospecha y, por otro, la de resolver nuestra condición cristiana por la vía de la ética, de que vivimos nuestro cristianismo por el camino de la lucha por los derechos y la justicia social.

       Se trata, según decía Carlos, de un proceso de negociación de la identidad en el que reducimos nuestra vivencia de la fe a una serie de elementos que gozan de la aceptación social que todos necesitamos, silenciando o invisibilizando otros menos populares como la eclesialidad, la espiritualidad o el misterio.

       Esta expresión de la negociación de la identidad me resulta enormemente sugerente y me recuerda mucho a unas de mis películas favoritas, Ed Wood (1994) aquel maravilloso biopic - homenaje que Tim Burton dedicó al considerado “peor director de la historia del cine”.




       Johnny Depp encarnaba al malogrado Ed Wood, un hombre entusiasta, visionario y aficionado al travestismo que, sin ninguna formación académica, desarrolló su carrera cinematográfica en el género de la serie B contando con el apoyo de una serie de excéntricos personajes, entre los que se encontraba su gran ídolo Bela Lugosi, el mítico Drácula a quien rescató en el crepúsculo de su vida y el declive de su carrera, asediado por la soledad, las adicciones y la locura a la que le llevó el encasillamiento en su rol principal de vampiro transilvano.

       Ed Wood, con su comitiva de marginados, fracasados y olvidados se lanza a la empresa de llevar a cabo su gran proyecto cinematográfico final pero, ante las dificultades que encuentra para su financiación, se ve forzado a hacer una serie de concesiones extravagantes que pasan por bautizarse por el rito de la Iglesia Bautista de Beverly Hills para ganarse el favor de sus productores, cambiar a la actriz protagonista por la familiar de uno de ellos o modificar el título del film por otro más acorde a las creencias e ideas de su bienhechores. Sin duda, un proceso de negociación de la identidad del que resulta una desastrosa película que poco o nada tiene que ver con la idea inicial del creador.

       Si reflexionamos un poco, probablemente muchas de las acciones y decisiones de nuestra vida suponen actos de negociar la identidad, de renunciar a alguna parte, mas o menos sustancial de lo que pensamos, creemos o sentimos, en pos, como en el caso de Ed Wood, de lograr una aceptación o cauce para nuestro proyecto o, sin llegar a esos extremos, de adherirnos a una causa más global y colectiva.

       Este es el sentimiento que se me presenta ante la nueva cita electoral: las generales del 26J.
 


      Frente a políticos que enarbolan la devolución de la soberanía al pueblo, se nos convoca a las urnas nuevamente ¿para qué? para corregir el resultado de unas votaciones, para ver si esta vez acertamos porque la sociedad debió equivocarse cuando lanzó un mensaje de pluralidad, de cintura para negociar posturas y lograr entendimientos, de una necesidad de gobernar sin amplias mayorías, sin decretos ni rodillos.

       Ante la imposibilidad de jugar con esas cartas, se nos devuelve la patata caliente, y sin que haya habido demasiada autocrítica, sin que se hayan dado pasos hacia atrás ni rectificaciones significativas.

       Y es muy probable que volvamos a ese bipardisimo tan polarizado del que tanto hemos querido huir, solo que ahora con nuevas formas y nuevas caras...o las de siempre.

       Negociar la identidad, dejar atrás los escozores y las incoherencias que nos despiertan los líderes, los programas y los planteamientos de los partidos para intentar adherirnos a algo con la convicción de que solo ese puede ser el camino para seguir apostando por una sociedad más justa, por un mundo más humano.

       Parece peor el remedio que la enfermedad. Parece tremendamente irresponsable permanecer en casa esperando unos resultados que nunca serán satisfactorios mientras siguen las alarmantes tasas de desempleo, de pobreza, de precariedad laboral, mientras se sigue escuchando en diferido el grito de tantos seres humanos que llaman a la puerta de una Europa que continúa replegándose en sus propios intereses y desoyendo el clamor hermano de los que agonizan en las fronteras.

       Negociar la propia identidad, ponerse las pinzas y taparse los ojos para volver a ir a votar porque hay que seguir luchando, porque las soluciones a tantas realidades de sufrimiento no pueden esperar.

       Y ser como Ed Wood, ese visionario loco y apasionado que ponía el corazón en lo que hacía y que se emocionaba contemplando la mediocridad de su obra arte, aunque fuera consciente, quizá, de que había que ser muy ingenuo para no ver los decorados de cartón piedra, los cables, la tramoya y la iluminación artificial.

       De que era demasiado evidente el truco, el engaño y la farsa detrás de cada escena pero que el espectáculo debía continuar a pesar de que el resultado final, fuera el que fuera, siempre dejaría mucho que desear.








martes, 31 de mayo de 2016

cerrado por vacaciones







Y ahora que ves que de nuevo
el corazón se repliega
se impone, se instaura, se lleva
el tiempo de las corazas
se declara
la huelga de las opciones
el toque de queda de las pasiones
el estado de sitio de las entregas.

Y ahora que ves que de nuevo
el corazón se atrinchera
conviene planchar la ropa
dejar la cama bien hecha
ponerse pronto a cubierto
no sea que andemos descalzos
y nos pille la tormenta.

Y ahora que ves que de nuevo
no es bueno andar en sandalias
ni desayunar miradas
ni buscar de noche a tientas
dicen los sabios, ahora
que es necesario ( es terapéutico)
volver a escribir historias

y los prospectos advierten
que es conveniente
medir con tino las dosis
definir bien los conceptos
poner nombre a cada cosa

y anuncian los meteorólogos

que no son buenos los tiempos

que no

                        son buenos los tiempos


                                               para la prosa





jueves, 5 de mayo de 2016

Canción de cuna para un niño sirio




A este niño sirio que ha venido del mar
le canto la nana de los niños
que sueñan sueños de sal.


A este niño sirio que juega
en la playa con caracolas
lo arrullan las olas blancas
al son de una barcarola.


A este niño sirio que duerme 
en la noche descubierta
lo mece la brisa fría
y un manto tibio de estrellas.


A este niño sirio que ha olvidado
su nombre en la travesía
le pinto en colores y versos
sus fantasías perdidas.


A este niño sirio que cava con las manos
su cuna bajo la arena
le traigo este canto lejano
de coral y madreperla.


Este niño sirio
(que es todos los niños sirios
que mueren hoy por la guerra)
con su nana balancea
la conciencia de este mundo,

raquítica


de indiferencia.





jueves, 28 de abril de 2016

La casa común







Emergeré de estas aguas de naufragio
hacia una playa serena
sosteniendo entre mis brazos
de caña quebrada
a una mujer, a una
amazona en primavera,
sirena profunda y clara
de mirada de cristal
y senderos de acuarela.

En su pecho he descifrado los misterios de la ciencia,
he amansado a mis fieras,
he convocado las lluvias
y he barruntado tormentas.

En su vientre he auscultado
los latidos ancestrales de esta tierra
y en el mapa de su cuerpo
(un paraíso perdido
de surcos y enredaderas)
hemos trazado las sendas
de la geografía viviente
que nos conduce y orienta.

Sus manos junto a mis manos
amasan con mimo y paciencia
el barro húmedo,

   imperfecto,

de la artesanía primera.

Descalzos, los pies dibujan
nuestros nombres en la arena
y una luz mediterránea
bendice el tiempo y la espera.

¿Hacia dónde? No preguntes.
Coge mi mano con fuerza,
que he visto en tus ojos el mar
con su inmensidad serena.

El sol nos ciega. No temas.
Coge mi mano con fuerza,
que nos sonríe la Tierra
y hay una vereda abierta
con la palabra

                                                        nosotros

que mira hacia rutas nuevas.






miércoles, 30 de marzo de 2016

De este mundo a tu presencia




Hace no mucho tiempo, una persona sabia y querida me dijo que  “el dolor de la ausencia es el sacramento de la presencia”.  Esa ausencia habitada  que habla de presencia del que se ha ido  me recuerda mucho, en estos días de Pascua, a esas imágenes que ilustran los relatos de la Resurrección de Jesús.

Cuando tantas mujeres anónimas viven en la sombra de un mundo que sigue pensando, sintiendo y expresándose en masculino, el Evangelio, siempre nuevo y subversivo, le da la vuelta a las cosas y nos muestra, para una Iglesia y un mundo al que aún le quedan grandes pasos que recorrer para alcanzar la igualdad entre sexos, que es la mujer o, mejor dicho, las mujeres, las que, inmersas en la rutina del día y el afán de su tarea, descubren los signos de la Resurrección. Las mujeres, las privilegiadas depositarias del acontecimiento insólito que se da en medio de lo cotidiano.



Mi tía Mercedes debió de ser una de esas mujeres que, según narra Lucas, madrugaron el primer día de la semana y “muy de mañana, fueron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado” y allí “encontraron que la piedra había sido retirada del sepulcro y entraron, pero no encontraron el cuerpo del Señor Jesús”  (Lc 24,1).

Quizá porque, como ellas, ninguna pasará a la historia colgándose los galones de un gran descubrimiento y, sin embargo, llevan en vasijas de barro la experiencia de toda una vida entregada a los demás. Un servicio de rebeldía y radicalidad incansable en la opción por los pobres y la justicia al tiempo que el cuidado y la ternura anónima y paciente.

En esta cultura del descarte de la que nos alerta del Papa Francisco, que extiende sus tentáculos por el mundo de la economía, la política y la sociedad, encontrar historias anónimas que se articulan y se desarrollan poniendo al más débil en el centro es un signo de esa Resurrección, ese acontecimiento silencioso y gratuito que pasa solo para aquellos que quieren ver  y encontrar o, más bien, para los que se dejan ver y encontrar por él.

Y es imposible entrar en ese dinamismo si no asumimos la dimensión y la óptica de los pequeños, de lo pequeño. Y también la de lo débil, lo roto, lo frágil, lo imperfecto.

Mi abuela Margarita debió de ser esa suerte de matriarca, de gran madre de familia que, con pocos recursos y mucha voluntad y carácter, sacó a una familia grande adelante, sin olvidarse de compartir con los que menos tenían en unos años muy difíciles.

Con cariño recuerdo una anécdota que me contaron de cuando éramos pequeños en la que, en una ocasión, aprovechando la ausencia de mi padre  (que había decidido no bautizarnos de pequeños a mi hermana y a mí por respetar nuestra libertad) mi abuela Margarita cogió a mi madre y le dijo: “Ahora que se ha ido ese cabrón de mi hijo, vamos a ir corriendo a la iglesia a llevar a los niños al cura para que los bautice antes de que vuelva.”


Toda una manera de estar en el mundo temperamental y apasionada que una caprichosa y negra sombra de destino  quiso sumir en la  mayor de las oscuridades con la enfermedad del Azheimer, que la ha consumido  durante veintiún largos años.


Quizá tenga razón mi hermana cuando dice que precisamente es la persona más ausente la que al final se convierte en la más presente cuando todo el cuidado gira en torno a ella. 

Ahora resultará extraño pasar por la habitación y ver una cama vacía, a pesar de que llevaba mucho tiempo siendo un lugar silencioso del que se podría haber pasado de largo en el que, aparentemente, no ocurría nunca nada: una estancia en la que solo se vislumbraba una respiración serena y cadenciosa, unas manos que mantenían su robustez en la lucha fatigada y una mirada de ternura dirigida desde la oscuridad del mundo, desde el abismo de la memoria.

Un doloroso proceso de degeneración que solo encuentra sentido en la entrega incansable de una familia y, especialmente, la de mi tía Mercedes que, después de dedicar los mejores años de su vida a Mozambique (en donde sigue latiendo su corazón al lado de los más pobres) como franciscana misionera de la Madre del Divino Pastor, renunció a esa vida para acompañar a Margarita en su marchitarse hasta pasar de este mundo a su presencia en la serena mañana del pasado Viernes Santo.

 “Algunos recuerdos se borran de la memoria, pero nunca del corazón.”

Así rezaba un spot publicitario que, hace algunos años, hacía campaña contra el Azheimer.


Solo con el corazón se puede leer el fruto de las manos vacías, de la entrega terminal. Y es toda una invitación a la Resurrección, a seguir madrugando cada mañana para perfumar los sepulcros vacíos que nos ayudan a ver que la vida solo se suma, se multiplica y se renueva en el cuidado generoso de lo frágil, lo roto y lo olvidado.