Las manos de Dios
deben de ser como las tuyas,
con ese calor
a vida recién
traída.
Con esa
calma nocturna
que habita
silencios y aquieta heridas.
Esa
agitación
que, en la espera,
delata palmo a palmo
la impaciencia nerviosa
de aguardarnos.
Tus manos vienen
de ayer, saben de muchas cosas.
Han tentado el
tiempo, la lucha, la poesía.
Se han alzado,
indómitas, por causas que una vez
se alumbraron con
dolores de parto y utopía.
Tus manos del sur
tienen fragancia oscura,
perfume que en la
noche se estremece.
Heladas, se
despiertan al tocarte,
estallido de mil
peces, agua viva.
Tus manos del
norte son manos guerrilleras
que sudan, tapan,
sienten, rozan, piden.
Abrazan, calman,
cuidan, permanecen.
Sostienen desde el
fondo. Atrás, anónimas,
militan por las
venas de la historia.
Son tus manos, en
fin, arqueología
del Reino.
Buscan huellas
perdidas en la noche,
caminantes
abatidos en la orilla.
Pintan tus manos,
a fuerza de intuiciones,
sueños blancos de
esperanza colectiva,
mañanas de un
mañana que promete,
salvaje,
memoria, libertad,
justicia y vida.
Imagen: mural de arte urbano en las calles de Salamanca