domingo, 19 de octubre de 2014

Ruan, 1431 d.C.









La pira aguarda. Sabe que es la hora
de una mujer. Sus manos agrietadas
por empuñar destinos, alboradas,
se anudan en la sombra. Ya no implora
al tribunal de estatuas farisaicas
la justicia divina. No la humana,
petrificada en mármoles, lejana
a sus sentencias de ínfulas arcaicas.

No tiene veinte años. Solo es una
mujer en el cadalso de la hoguera
erguida en el reverso de la gloria.
Las llamas la custodian. No hay ninguna
amazona inocente que no ardiera
con todas las mujeres de la historia.








domingo, 12 de octubre de 2014

De conservatorios y conservantes




Hace unos meses, en medio de la oferta cinematográfica veraniega de consumo rápido, me topé con una película que me cautivó profundamente por su frescura, por su verosimilitud sin edulcorantes y por su sinceridad a la hora de abordar el encuentro y el desencuentro, el amor y el desamor y los caprichosos caminos de los sentimientos.

Una de esas historias que uno “se cree” sin cuestionamientos porque radiografía escenarios comunes, emociones conocidas y situaciones que forman parte de ese cóctel de desiguales proporciones que es, a menudo y casi siempre, la vida humana.

Begin again o ¿Puede una canción salvar tu vida? es un paseo por la gran urbe neoyorquina en la que el azar y el sinuoso trazo del destino hace encontrarse a dos personas heridas por un pasado doloroso que les persigue.

Ella es una cantante y compositora de música pop a la que su novio, también cantante, abandona cuando sucumbe ante el deslumbrante mundo del éxito comercial y la fama. Él, un productor discográfico de desbordante talento y abundante reconocimiento que, de la noche a la mañana, se ve sin trabajo sumido en el fracaso profesional y en el desorden de una caótica vida personal.

La música será, para ellos, el punto de encuentro, la estación de partida de una intensa relación profesional y personal que les hará recomponer los pedazos de sus vidas deshechas y encontrar de nuevo un sentido y un horizonte para mirar al mañana. Se convierte en un personaje más, en un marco incidental y en un hilo argumental que da forma y nombre al despertar de sentimientos y al discurrir psicológico de los personajes.


Cuando los protagonistas, después de muchas sesiones taciturnas de guitarra y de improvisación “a capella” se lanzan a la aventura de grabar un videoclip en la calle fusionando estilos e incorporando a personas anónimas, la música se convierte en una expresión de libertad y vitalismo.



Sin embargo, hay un momento que me chirría, me descoloca y me cabrea. El productor decide incorporar para la grabación a un par de instrumentistas clásicos, un violinista y una cellista, y es entonces cuando aterrizan en la escena dos pintorescos personajes que encarnan el tópico más estereotipado y desinformado del músico clásico. Ambos se presentan como graduados en diversos conservatorios del mundo. El porte, de un intelectualismo rancio, empollón, aburrido, socialmente deficiente, físicamente anacrónico. En el aspecto técnico y musical, son impecables y brillantes pero, al situarse en ambientes de fiesta y relación, se muestran completamente fuera de lugar y sin experiencia.

Algunas semanas después, me acerqué al clásico de Billy Wilder Con faldas a lo loco, la obra maestra de la comedia hollywoodiense en la Jack Lemmon y Tony Curtis encarnan a dos músicos vividores que se travisten para infiltrarse en una orquesta femenina y se presentan como una contrabajista y una saxofonista de formación clásica.

Al llegar, las componentes de la orquesta, eufóricas, intentan trabar amistad con ellos. El representante recrimina a una de las chicas diciéndole:

-Ya está bien. Nada de chistes de mal gusto. Han ido a un conservatorio.

En una escena en la que, durante el viaje en tren, la directora confisca una botella de alcohol, prohibido para las chicas de la orquesta, uno de los músicos se autodelata, confesando ser el dueño de la botella, para sorpresa de la directora de la orquesta y el representante, que esperaban de "ellas" un comportamiento más "ejemplar",

-¿No dijisteis que habíais estado en un conservatorio?
-Oh sí, durante un año.
-Creí que habíais dicho tres años…

Esta idea de asociar la formación académica de la música clásica a la seriedad y rectitud de comportamiento, en el sentido más peyorativo de los términos, observándola como algo alejado de la vida y de su frescura y espontaneidad, me inquieta al encontrarla no solo en el cine actual y el de hace sesenta años, sino también en los prejuicios de mucha gente que no conoce, de primera mano, el ejercicio, la práctica y el estudio de la música mal llamada “clásica” y tachan lo que hacemos de aburrido, anacrónico.

Me pregunto si será culpa nuestra, que no somos capaces de transmitir que, cuando nos acercamos al arte de hace doscientos o trescientos años, lo hacemos con el respeto pero también con la emoción de dar vida a algo que nos hace vibrar por la vigencia de una expresión universal y atemporal que dice hoy, tanto o más que las producciones comerciales y contemporáneas, mucho de lo que somos y lo que sentimos.

No sé si, en lugar de esto, el mundo nos ve, como dice mi nuevo profesor de clave, como “coleccionistas de insectos” que nos dedicamos a conservar, recrear y presentar piezas disecadas en un nostálgico museo de glorias pasadas.

El otro día leía una inscripción grabada en este bello instrumento en el que me estoy sumergiendo más en esta nueva etapa académica, que rezaba MUSICA MOVET AFFECTUS.



Quizá muy a menudo, insertos en esa vorágine de rigurosa dedicación y sacrificio, nos encorsetamos, perdemos el aliento de lo vivo y nos olvidamos de esta sentencia que es, quizá, la que resume lo más importante y lo único por lo que nos consagramos a este misterioso e inagotable ejercicio de la belleza.