domingo, 12 de mayo de 2019

L´amour court les rues


Ese hombre de mediana edad tiene la mirada cansada
en una cafetería de Madrid a pocos metros de los cines Renoir.
Sostiene con firmeza una taza de café y el argumento
de que cuando uno está enamorado olvida las tablas de multiplicar.
Ella, algunos años mayor que él, asiente
y oculta su hastío
tras las gafas de sol
y una copa temblorosa de vino.
Cuando uno está enamorado, insiste, olvida los resultados del Madrid Betis del domingo.


La memoria era otra cosa.
El amor debe de tener algo que ver con eso.
Con que hace unos años las mamás de nuestro país
llevaban sonajeros de recién nacido a sus fusilamientos.


La sala de espera es un jardín de soledades anónimas en el aeropuerto de Paris Orly.
Suena una música para piano (Gymnopédie 1 de Satie)
y tras la puerta de los baños una pintada rebelde declara
The good times are killing me”.


Arde Notre Dame
y llueve.
A ella le preocupan otras cosas, viste, la urgencia
de unos pantalones apretados contra un cuerpo de asfalto.
Cuando llega la noche
hay un reclamo de calor en la intemperie de los cajeros
y han venido a sentarse en el escaño los nostálgicos cruzados de la cristiandad.


Paseo por Montmartre.
De nuevo, el silencio en la basílica, los escaparates, el tiovivo detenido,
una galería que ofrece
miradas a sexo descubierto.

“El amor corre por las calles”, ha escrito alguien
en el paso de cebra.
A ver si con la próxima reforma educativa
la circulación vial y el corazón
dejan de ser asignaturas pendientes
en el currículum de las escuelas.





domingo, 21 de abril de 2019

Resurrection




Nosotros, que enseguida nos dormimos,

cuántas veces hemos buscado a tientas
en mitad de la noche
una luz vacilante
que nos mantuviera en vela.

Nosotros, que nunca hemos creído,
cuántas veces nos hemos sorprendido prendiendo una vela
a la que confiar, en lo oculto, lo secreto
un perdón, una súplica, un íntimo deseo.

Nosotros, que con facilidad nos rendimos,
cuántas veces (tú lo sabes bien) hemos gastado nuestra alegría
en el tiempo de los intentos.

Cuántas veces, nosotros, que nos cuesta entregarnos,
nos hemos dejado la vida
en cosas y causas imposibles
apostando a todo riesgo.

Pareciera que nuestra oscuridad es siempre la misma.
Pareciera que siempre perdemos la guerra
en la misma batalla frente al enemigo.
Pareciera que nuestro tren
siempre se detiene, abruptamente, en el mismo punto
sin llegar nunca a la estación de destino.

Somos lo que nos falta,
somos lo que anhelamos,
somos lo que perdimos.
Somos las luces que se apagaron
tímidamente
después de indicarnos el camino.


Pero esta luz que hoy sostenemos
inaugura un tiempo nuevo.

Es el candil que alguien enciende
a los pies de nuestras derrotas,
el calor primero
de las manos que se acercan, incrédulas
a todos los costados abiertos.

Es esta noche,
en la que nuestros pies se han gastado caminando
por tierra pedregosa
tras una intuición remota,
en la que saludamos
la llama que no se apaga,

la brújula
que guio
nuestra travesía por el desierto
y hoy nos congrega en torno a esta mesa
sin banderas ni fueros.

Nosotras, que, abatidas por el desánimo,
hemos madrugado ante tantos sepulcros abiertos
para enjugar los llantos,
para perfumar los duelos.

Nosotros,
que declaramos el naufragio
con una mano firme en el timón
y un anhelo de horizonte en el pecho.

Hoy el resucitado
con su presencia tímida e imparable
sigue allanando senderos.

Hoy este faro
nos ha traído a buen puerto.

El sonido de mil lenguas nos reclama.
La música de un mar de Galilea
         -el mundo-
con sed de corazones abiertos.




                                                                    Foto: Eduardo Martín Ruano




jueves, 14 de febrero de 2019

No vocearás por las calles



Un sabio me dijo una vez
que necesitamos “más cuero”
como antídoto frente a la hipersensibilidad
pero en cueros no se hace fácil levantarse, despegar
(se hacen fáciles otras cosas).


Uno se levanta, piensa
cambiar el mundo abajo el sistema
pero miras al suelo
y te das cuenta
de que llevas el pasado pesado
arrastrando con fuerza
como cuando esos niños cabrones
le ataban a uno en el colegio
por debajo de la mesa
los cordones de un zapato con los del otro
y aguardaban la caída desde la bancada.


Si te pones a mirar la escena, ya no sabes dónde estabas,
si eras de los que sufrían, de los que jaleaban o de los que callaban
(hágase la misma pregunta al consultar la prensa del día, su twitter, facebook o instagram).


Es igual, el caso
es que esto de ser sensible
sale muy caro
en estos tiempos difíciles
en los que las ofensas
a la Corona, la Curia, el Ejército o la Patria
cotizan a la alza
y sigue habiendo un déficit
en la balanza
de abrazos de más de tres segundos.


Cada vez que el señor Trump pronuncia la palabra América
se doblan las rodillas
de quienes soñaban caminar, libres, por la ruta incierta
de la fidelidad a las raíces.

(se postrarán ante ti, señor Capital, todos los pueblos de la tierra)

Cada vez que vitorean consignas los cachorros mimados del Régimen
se rebela la memoria enamorada.



Vosotras, parteras anónimas de la esperanza,
seguiréis acogiendo –contra todo pronóstico-
la vida que llega a las orillas de la historia.

Vosotras, voceras sin nombre.

Nunca fueron las banderas
buenas prendas de abrigo

para combatir el frío de los pobres.