sábado, 27 de octubre de 2012

De tragedias y comedias.




Afirmaba Charles Chaplin que la comedia y la tragedia no se hallaban muy alejadas entre sí. “Mirada de cerca, la vida es una tragedia pero vista de lejos parece una comedia”.
Como otros genios capaces de dar una decidida zancada hacia adelante anticipándose al futuro mientras su coetáneos deambulaban y tanteaban caminos, el viejo Charles, durante toda una vida dedicada al séptimo arte supo no sólo retratar las pobrezas y las miserias de la parte más olvidada de la sociedad sino también imprimir una reivindicación social a su arte, soliviantando las conciencias de los espectadores de su tiempo y de los que nos seguimos acercando a su obra con el respeto y la admiración que nos merece una de las figuras más sobresalientes del siglo XX.
Por eso hoy me detengo en una de sus obras menos conocidas y que me devuelve, fresca y desgarradoramente hermosa, a la realidad.
Monsieur Verdoux, definida por él como “una comedia de asesinatos” ,esgrime la feroz crítica hacia la sociedad capitalista del momento, poniéndola delante del banquillo al condenar a un humilde trabajador de un banco abocado, por la crítica situación económica del país, a una trayectoria de crímenes.
Henri Verdoux es, por una parte, un frío y despiadado camaleón que contrae matrimonio con diversas mujeres de la alta sociedad para asesinarlas una vez que se ha beneficiado de sus fortunas pero también es, paradójicamente, un alma sensible que, cuando acaba de incinerar a una de sus víctimas en el horno crematorio, se sobresalta al encontrar una oruga en el camino y se apresura a depositarla en una rama para no pisarla.
      La ternura y la solidaridad de Monsieur se manifiestan cuando se encuentra con una refugiada sola y abandonada en el desamparo de la calle y cuando visita y cuida de su familia verdadera: su mujer discapacitada y su hijo, que padecen los efectos de la grave depresión económica del país.
           Finalmente,  Verdoux  enfila, durante su juicio, su ataque a la hipócrita sociedad que condena los crímenes individuales a la vez que bendice el negocio de las guerras y los conflictos.
En cuanto a ser un asesino ¿No lo fomenta la misma sociedad? No es la sociedad la que construye las armas con el único propósito de matar? Por un asesinato se es un villano. Por miles se es un héroe. Las cifras santifican”.
            Hoy, no sólo este discurso sino toda la denuncia política y social de Chaplin me arroja a la realidad con desconcertante actualidad.
A menudo en nuestra sociedad se condenan y estigmatizan comportamientos individuales al tiempo que se hace la vista gorda ante grandes dramas silentes que apenas conmocionan las conciencias colectivas.
       Así, la quiebra de un banco alarma a los gobiernos y a los inversores, su posterior rescate a costa del dinero público indigna a la ciudadanía, pero a casi nadie convulsiona el hecho de que gran parte de la actividad de las entidades financieras de más renombre se destina al tráfico de armamento que alimenta barbarie, muerte y guerra en países del tercer mundo.
         Tampoco los que rompen lanzas a favor de la vida, califican de asesinato el aborto y condenan deliberadamente a los que lo ejercen o lo defienden parecen ser los mismos que alzan la voz en contra de la violación del derecho a la vida que supone la sangría silenciosa del hambre en el mundo y que arrastra muchas más vidas que la interrupción del embarazo.
          Del mismo modo, nuestra recalcitrante jerarquía católica en su Sínodo se plantea la Nueva Evangelización empeñándose en condenar a las personas divorciadas y vueltas a casar, a los católicos que contraen matrimonio con personas de otras religiones y a los políticos que apoyan las bodas homosexuales, negándoles la comunión. 
         Otra vez más, en las antípodas de un mundo sangrante que, hoy más que nunca, necesita de manos y corazones para construir tolerancia, justicia y dignidad.
Mientras tanto, sobre la mesa del escenario de esta España nuestra, la muerte de 14 inmigrantes en el naufragio de una patera, el suicidio de un ciudadano antes de ser desahuciado y el intento por parte de otro de quitarse la vida.
          Y nuestro monarca, desde la India, parece emular al viejo Chaplin, aplicando el mismo caleidoscopio para retratar a nuestro país de grotesca tragicomedia:
“Desde dentro dan ganas de llorar, todo son penas pero desde fuera, España se ve mejor, sales más contento de la imagen de España.”

lunes, 8 de octubre de 2012

La geografía del corazón



Me ponen bastante nervioso los nacionalismos. De cualquier color, de cualquier ideología. No hablo, por supuesto, de los nacionalismos musicales, cuya estela impregna el color de la música clásica desde Bach hasta Albéniz con el sentir del pueblo, su cultura y su folclore.
Hablo, por supuesto, de los nacionalismos políticos. Y es que la misma idea del sentimiento exacerbado y exaltado de pertenencia a un espacio físico me parece contradictoria. Los sentimientos nos los despiertan las personas, los seres humanos, de carne y hueso y con nombre y apellidos y no la geografía.


Las emociones que nos suscita una tierra, un lugar, son sólo el reflejo de lo vivido a través de las personas que la pueblan o la poblaban: la huella material del paso emocional de otros por nuestra vida.
Así, soy capaz de sentirme apegado y vinculado a los paisajes que dibujan mi infancia, mi adolescencia y mi juventud.
Los conceptos exaltados de patria y nación me quedan a veces demasiado lejanos y si me paseo por la historia son muchos, desgraciadamente, los ejemplos de ideologías, planteamientos políticos y acciones que, amparándose en ideas tan ambiguas como éstas, aplastan los derechos y la dignidad de las personas individuales.
¿No estamos acaso hartos de escuchar la justificación de medidas que son presumiblemente las que España, las que el país necesita pero que agreden severamente la vida de los españoles?
¿Cuántas veces la apología de la patria, la nación o el patriotismo no han sido sino un modo de silenciar el latir del pueblo en favor de ambiciones imperialistas?




Hay también casos excepcionales de personas, líderes políticos que, siendo conscientes del momento que vivían, aprovecharon esos sentimientos de pertenencia a una nación para poner en el centro a las personas, barriendo diferencias y tendiendo puentes para construir una sociedad más igualitaria y tolerante. Vienen a mí memoria, como tantas otras veces, los nombres de Mahatma Gandhi en la India y Nelson Mandela en Sudáfrica.



              

            Y la historia también ha dado muestras comunitarias de unir en vez de separar: alguien supo soñar una vez que esa Europa dividida, con el fantasma del nazismo y la herida sangrante del holocausto aún latente, pudiera encontrar la paz, la reconciliación y la comunión en una comunidad económica, monetaria y política.

Y, aunque hoy la crisis ponga en cuestión todo esto, es evidente que el camino recorrido no se puede deshacer y que cada día tendemos y hemos de tender más a derribar fronteras y barreras, en busca de la comunidad universal que nos revela a todos como hermanos. También Saramago pronosticó una vez una Iberia unida, en futura comunión de España y Portugal.



A pesar de estas tendencias inevitables hacia la comunidad global, hoy parece que son muchos los catalanes que claman por la independencia  de su región, en un delirio separatista que se aviva en estos duros momentos para el país. Reafirman la identidad de su patria y abogan por el reconocimiento de Cataluña como estado europeo.
            Y yo, sinceramente, no puedo entender estos sentimientos exacerbados que incluso se inculcan a niños a los que, desde bien pequeños, llevan a las manifestaciones independentistas.
Si ojeo  un poco la historia de España, no termino de encontrar los capítulos donde Cataluña erige una autonomía que justificaría su independencia hoy al margen del resto de territorios hispánicos.
           Y cuando escucho los argumentos de que la pertenencia de Cataluña a España es un laste para su desarrollo económico, me imagino que, de igual modo, la pertenencia de España a la Unión Europea es una carga para ésta y, si avanzo un poco más , solo encuentro un trasfondo tremendamente egoísta, insolidario y egocéntrico, sin tener en cuenta que, gran parte de la emergencia y enriquecimiento de esta región se debió al sudor de muchos emigrantes andaluces y extremeños que partieron hacia allí varias décadas atrás.

Ante esto, prefiero quedarme con mi concepto de patria, lejano de exaltaciones y euforias, asociado a la la geografía más próxima de mi vida.
            Y, desde ese concepto caluroso ligado al terreno y la vivencia inmediata, se me revela el  otro más universal: el que me permite sentirme ciudadano del mundo, al que percibo como casa fraterna , como decía la voz en off de un bonito spot de televisión de hace algunos años que apunta, para mí, los rasgos de la verdadera patria:





Tu eres todos los kilómetros que has recorrido,
eres cada una de las personas que has conocido.
Tu eres los atardeceres que has visto,
todos los lugares en los que has amanecido.
Cada sabor , cada olor , cada alto en el camino.
Eres cada huida y cada reencuentro,
todos los mares en los que te has bañado.
Todos los caminos que has tomado,
cada cerro, cada valle, cada río.
Tu eres lo que has visto y lo que has vivido.