Afirmaba
Charles Chaplin que la comedia y la tragedia no se hallaban muy alejadas entre
sí. “Mirada de cerca, la vida es una
tragedia pero vista de lejos parece una comedia”.
Como
otros genios capaces de dar una decidida zancada hacia adelante anticipándose
al futuro mientras su coetáneos deambulaban y tanteaban caminos, el viejo
Charles, durante toda una vida dedicada al séptimo arte supo no sólo retratar
las pobrezas y las miserias de la parte más olvidada de la sociedad sino
también imprimir una reivindicación social a su arte, soliviantando las
conciencias de los espectadores de su tiempo y de los que nos seguimos
acercando a su obra con el respeto y la admiración que nos merece una de las
figuras más sobresalientes del siglo XX.
Por eso hoy
me detengo en una de sus obras menos conocidas y que me devuelve, fresca y
desgarradoramente hermosa, a la realidad.
Monsieur
Verdoux, definida por él como “una
comedia de asesinatos” ,esgrime la feroz crítica hacia la sociedad
capitalista del momento, poniéndola delante del banquillo al condenar a un
humilde trabajador de un banco abocado, por la crítica situación económica del
país, a una trayectoria de crímenes.
Henri
Verdoux es, por una parte, un frío y despiadado camaleón que contrae matrimonio
con diversas mujeres de la alta sociedad para asesinarlas una vez que se ha
beneficiado de sus fortunas pero también es, paradójicamente, un alma sensible
que, cuando acaba de incinerar a una de sus víctimas en el horno crematorio, se
sobresalta al encontrar una oruga en el camino y se apresura a depositarla en
una rama para no pisarla.
La ternura
y la solidaridad de Monsieur se manifiestan cuando se encuentra con una
refugiada sola y abandonada en el desamparo de la calle y cuando visita y cuida de su familia verdadera: su mujer
discapacitada y su hijo, que padecen los efectos de la grave depresión económica del país.
Finalmente, Verdoux
enfila, durante su juicio, su ataque a la hipócrita sociedad que condena los crímenes
individuales a la vez que bendice el negocio de las guerras y los conflictos.
“En cuanto a ser un asesino ¿No lo fomenta la
misma sociedad? No es la sociedad la que construye las armas con el único
propósito de matar? Por un asesinato se es un villano. Por miles se es un
héroe. Las cifras santifican”.
Hoy, no
sólo este discurso sino toda la denuncia política y social de Chaplin me arroja
a la realidad con desconcertante actualidad.
A
menudo en nuestra sociedad se condenan y estigmatizan comportamientos
individuales al tiempo que se hace la vista gorda ante grandes dramas silentes que apenas
conmocionan las conciencias colectivas.
Así, la
quiebra de un banco alarma a los gobiernos y a los inversores, su posterior
rescate a costa del dinero público indigna a la ciudadanía, pero a casi nadie
convulsiona el hecho de que gran parte de la actividad de las entidades
financieras de más renombre se destina al tráfico de armamento que alimenta barbarie, muerte y guerra en países del tercer mundo.
Tampoco
los que rompen lanzas a favor de la vida, califican de asesinato el aborto y
condenan deliberadamente a los que lo ejercen o lo defienden parecen ser los
mismos que alzan la voz en contra de la violación del derecho a la vida que
supone la sangría silenciosa del hambre en el mundo y que arrastra muchas más
vidas que la interrupción del embarazo.
Del mismo
modo, nuestra recalcitrante jerarquía católica en su Sínodo se plantea la Nueva
Evangelización empeñándose en condenar a las personas divorciadas y vueltas a
casar, a los católicos que contraen matrimonio con personas de otras religiones
y a los políticos que apoyan las bodas homosexuales, negándoles la comunión.
Otra vez
más, en las antípodas de un mundo sangrante que, hoy más que nunca, necesita de
manos y corazones para construir tolerancia, justicia y dignidad.
Mientras
tanto, sobre la mesa del escenario de esta España nuestra, la muerte de 14
inmigrantes en el naufragio de una patera, el suicidio de un ciudadano antes de
ser desahuciado y el intento por parte de otro de quitarse la vida.
Y nuestro
monarca, desde la India, parece emular al viejo Chaplin, aplicando el mismo
caleidoscopio para retratar a nuestro país de grotesca tragicomedia:
“Desde
dentro dan ganas de llorar, todo son penas pero desde fuera, España se ve
mejor, sales más contento de la imagen de España.”