lunes, 8 de octubre de 2012

La geografía del corazón



Me ponen bastante nervioso los nacionalismos. De cualquier color, de cualquier ideología. No hablo, por supuesto, de los nacionalismos musicales, cuya estela impregna el color de la música clásica desde Bach hasta Albéniz con el sentir del pueblo, su cultura y su folclore.
Hablo, por supuesto, de los nacionalismos políticos. Y es que la misma idea del sentimiento exacerbado y exaltado de pertenencia a un espacio físico me parece contradictoria. Los sentimientos nos los despiertan las personas, los seres humanos, de carne y hueso y con nombre y apellidos y no la geografía.


Las emociones que nos suscita una tierra, un lugar, son sólo el reflejo de lo vivido a través de las personas que la pueblan o la poblaban: la huella material del paso emocional de otros por nuestra vida.
Así, soy capaz de sentirme apegado y vinculado a los paisajes que dibujan mi infancia, mi adolescencia y mi juventud.
Los conceptos exaltados de patria y nación me quedan a veces demasiado lejanos y si me paseo por la historia son muchos, desgraciadamente, los ejemplos de ideologías, planteamientos políticos y acciones que, amparándose en ideas tan ambiguas como éstas, aplastan los derechos y la dignidad de las personas individuales.
¿No estamos acaso hartos de escuchar la justificación de medidas que son presumiblemente las que España, las que el país necesita pero que agreden severamente la vida de los españoles?
¿Cuántas veces la apología de la patria, la nación o el patriotismo no han sido sino un modo de silenciar el latir del pueblo en favor de ambiciones imperialistas?




Hay también casos excepcionales de personas, líderes políticos que, siendo conscientes del momento que vivían, aprovecharon esos sentimientos de pertenencia a una nación para poner en el centro a las personas, barriendo diferencias y tendiendo puentes para construir una sociedad más igualitaria y tolerante. Vienen a mí memoria, como tantas otras veces, los nombres de Mahatma Gandhi en la India y Nelson Mandela en Sudáfrica.



              

            Y la historia también ha dado muestras comunitarias de unir en vez de separar: alguien supo soñar una vez que esa Europa dividida, con el fantasma del nazismo y la herida sangrante del holocausto aún latente, pudiera encontrar la paz, la reconciliación y la comunión en una comunidad económica, monetaria y política.

Y, aunque hoy la crisis ponga en cuestión todo esto, es evidente que el camino recorrido no se puede deshacer y que cada día tendemos y hemos de tender más a derribar fronteras y barreras, en busca de la comunidad universal que nos revela a todos como hermanos. También Saramago pronosticó una vez una Iberia unida, en futura comunión de España y Portugal.



A pesar de estas tendencias inevitables hacia la comunidad global, hoy parece que son muchos los catalanes que claman por la independencia  de su región, en un delirio separatista que se aviva en estos duros momentos para el país. Reafirman la identidad de su patria y abogan por el reconocimiento de Cataluña como estado europeo.
            Y yo, sinceramente, no puedo entender estos sentimientos exacerbados que incluso se inculcan a niños a los que, desde bien pequeños, llevan a las manifestaciones independentistas.
Si ojeo  un poco la historia de España, no termino de encontrar los capítulos donde Cataluña erige una autonomía que justificaría su independencia hoy al margen del resto de territorios hispánicos.
           Y cuando escucho los argumentos de que la pertenencia de Cataluña a España es un laste para su desarrollo económico, me imagino que, de igual modo, la pertenencia de España a la Unión Europea es una carga para ésta y, si avanzo un poco más , solo encuentro un trasfondo tremendamente egoísta, insolidario y egocéntrico, sin tener en cuenta que, gran parte de la emergencia y enriquecimiento de esta región se debió al sudor de muchos emigrantes andaluces y extremeños que partieron hacia allí varias décadas atrás.

Ante esto, prefiero quedarme con mi concepto de patria, lejano de exaltaciones y euforias, asociado a la la geografía más próxima de mi vida.
            Y, desde ese concepto caluroso ligado al terreno y la vivencia inmediata, se me revela el  otro más universal: el que me permite sentirme ciudadano del mundo, al que percibo como casa fraterna , como decía la voz en off de un bonito spot de televisión de hace algunos años que apunta, para mí, los rasgos de la verdadera patria:





Tu eres todos los kilómetros que has recorrido,
eres cada una de las personas que has conocido.
Tu eres los atardeceres que has visto,
todos los lugares en los que has amanecido.
Cada sabor , cada olor , cada alto en el camino.
Eres cada huida y cada reencuentro,
todos los mares en los que te has bañado.
Todos los caminos que has tomado,
cada cerro, cada valle, cada río.
Tu eres lo que has visto y lo que has vivido.


1 comentario:

  1. Católico por los cuatro costados¡¡¡¡ Universaal¡¡¡¡ como Dios mismo¡¡¡¡ y todo desde el anonimato de Nazareet¡

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