Me
ponen bastante nervioso los nacionalismos. De cualquier color, de cualquier
ideología. No hablo, por supuesto, de los nacionalismos musicales, cuya estela
impregna el color de la música clásica desde Bach hasta Albéniz con el sentir
del pueblo, su cultura y su folclore.
Hablo, por
supuesto, de los nacionalismos políticos. Y es que la misma idea del
sentimiento exacerbado y exaltado de pertenencia a un espacio físico me parece
contradictoria. Los sentimientos nos los despiertan las personas, los seres
humanos, de carne y hueso y con nombre y apellidos y no la geografía.
Las
emociones que nos suscita una tierra, un lugar, son sólo el reflejo de lo
vivido a través de las personas que la pueblan o la poblaban: la huella material
del paso emocional de otros por nuestra vida.
Así, soy
capaz de sentirme apegado y vinculado a los paisajes que dibujan mi infancia,
mi adolescencia y mi juventud.
Los
conceptos exaltados de patria y nación me quedan a veces demasiado lejanos y si
me paseo por la historia son muchos, desgraciadamente, los ejemplos de ideologías,
planteamientos políticos y acciones que, amparándose en ideas tan ambiguas como
éstas, aplastan los derechos y la dignidad de las personas individuales.
¿No estamos
acaso hartos de escuchar la justificación de medidas que son presumiblemente las que España, las que
el país necesita pero que agreden severamente la vida de los españoles?
¿Cuántas
veces la apología de la patria, la nación o el patriotismo no han sido sino un
modo de silenciar el latir del pueblo en favor de ambiciones imperialistas?
Hay
también casos excepcionales de personas, líderes políticos que, siendo
conscientes del momento que vivían, aprovecharon esos sentimientos de
pertenencia a una nación para poner en el centro a las personas, barriendo
diferencias y tendiendo puentes para construir una sociedad más igualitaria y
tolerante. Vienen a mí memoria, como tantas otras veces, los nombres de Mahatma
Gandhi en la India y Nelson Mandela en Sudáfrica.
Y la historia también ha dado muestras comunitarias de unir en vez de separar: alguien supo soñar una vez que esa Europa dividida, con el fantasma del nazismo y la herida sangrante del holocausto aún latente, pudiera encontrar la paz, la reconciliación y la comunión en una comunidad económica, monetaria y política.
Y, aunque hoy la crisis ponga en cuestión todo esto, es evidente que el camino recorrido no se puede deshacer y que cada día tendemos y hemos de tender más a derribar fronteras y barreras, en busca de la comunidad universal que nos revela a todos como hermanos. También Saramago pronosticó una vez una Iberia unida, en futura comunión de España y Portugal.
A
pesar de estas tendencias inevitables hacia la comunidad global, hoy parece que
son muchos los catalanes que claman por la independencia de su región, en un delirio separatista que
se aviva en estos duros momentos para el país. Reafirman la identidad de su
patria y abogan por el reconocimiento de Cataluña como estado europeo.
Y yo,
sinceramente, no puedo entender estos sentimientos exacerbados que incluso se
inculcan a niños a los que, desde bien pequeños, llevan a las manifestaciones
independentistas.
Si ojeo un poco la historia de España, no termino de
encontrar los capítulos donde Cataluña erige una autonomía que justificaría su independencia hoy al margen del resto
de territorios hispánicos.
Y cuando
escucho los argumentos de que la pertenencia de Cataluña a España es un laste
para su desarrollo económico, me imagino que, de igual modo, la pertenencia de
España a la Unión Europea es una carga para ésta y, si avanzo un poco más ,
solo encuentro un trasfondo tremendamente egoísta, insolidario y egocéntrico,
sin tener en cuenta que, gran parte de la emergencia y enriquecimiento de esta
región se debió al sudor de muchos emigrantes andaluces y extremeños que
partieron hacia allí varias décadas atrás.
Ante
esto, prefiero quedarme con mi concepto de patria, lejano de exaltaciones y
euforias, asociado a la la geografía más próxima de mi vida.
Y, desde
ese concepto caluroso ligado al terreno y la vivencia inmediata, se me revela
el otro más universal: el que me permite
sentirme ciudadano del mundo, al que percibo como casa fraterna , como decía la
voz en off de un bonito spot de televisión de hace algunos años que apunta,
para mí, los rasgos de la verdadera patria:
Tu eres
todos los kilómetros que has recorrido,
eres cada una de las personas que has conocido.
Tu eres los atardeceres que has visto,
todos los lugares en los que has amanecido.
Cada sabor , cada olor , cada alto en el camino.
Eres cada huida y cada reencuentro,
todos los mares en los que te has bañado.
Todos los caminos que has tomado,
cada cerro, cada valle, cada río.
Tu eres lo que has visto y lo que has vivido.
eres cada una de las personas que has conocido.
Tu eres los atardeceres que has visto,
todos los lugares en los que has amanecido.
Cada sabor , cada olor , cada alto en el camino.
Eres cada huida y cada reencuentro,
todos los mares en los que te has bañado.
Todos los caminos que has tomado,
cada cerro, cada valle, cada río.
Tu eres lo que has visto y lo que has vivido.
Católico por los cuatro costados¡¡¡¡ Universaal¡¡¡¡ como Dios mismo¡¡¡¡ y todo desde el anonimato de Nazareet¡
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