domingo, 11 de noviembre de 2018

Noviembre



Será este frío, que llega siempre tarde
y nos sorprende con la ropa de entretiempo.
Volvemos al ritual: cambiar las sábanas,
encender el radiador, escandir versos.


Las autoridades desaconsejan, por riesgo de huracán,
salir de casa
y las místicas recuerdan
“en tiempo de tribulación, no hacer mudanzas”.


No sé en qué ciudad fue. Solo recuerdo
(quizá es que me retienen los detalles)
el nombre de aquel bar, los empedrados
de calles de arrabal y periferia.
Los aeropuertos donde hicimos mil escalas
cuando soñábamos con asaltar los cielos.


Soplar las velas, dices, tiene algo
de mirada a donde te vaciaste tantas veces,
a esas vidas que sostenemos
como cristales frágiles
que se hacen añicos entre nuestros dedos.


Y si aún nos queda tiempo
mejor que no lo inviertas
en planes de pensión a plazo fijo
junto a un amanecer seguro y cierto.


Vivámonos mejor en las trincheras.
Allí sabrás que puedes encontrarme.
Allí siempre
tatuando a flor de piel
revoluciones cocinadas a fuego lento
entre treguas y batallas infinitas
en los cuarteles de este invierno.






viernes, 21 de septiembre de 2018

En este tiempo



En este tiempo frenético
de las relaciones líquidas,
de las opciones a tiempo parcial
de la hiperconexión de las redes,
hoy vengo a dar gracias a la vida
por lo que permanece.


Y hace un tiempo que escribí (cosa así de cinco años)
unos versos que rezaban “veintiuno de septiembre”
y empezaban con un “hoy”
que era un hoy por aquel hoy, los mañanas, los ayeres.


Decía Borges que la amistad
no necesita frecuencia,
que resiste a la distancia
y que el tiempo la macera.


Y en este tiempo de locos
donde nos tienta la desesperanza
al contemplar
lo que pasa, lo que termina, lo que no llega,
yo vengo a alzar un brindis
por las causas y las cosas que nos unen


y por celebrar que, en este tiempo
de pronósticos difíciles y de encrucijadas abiertas,
me sigue acompañando
la fidelidad revolucionaria
la presencia discreta
y la mirada serena
de quien siempre se queda.






martes, 11 de septiembre de 2018

Los hilos que enhebran nuestra historia



Hay trazos invisibles que conectan
los puntos más lejanos en un mapa,
sonidos de armonía disonante
y palabras con rima imposible
que, en verso, se buscan y se intentan,
se atientan,
luchan siempre por tocarse.


Hay jardines que crecen a la sombra
de eriales, de campos de batalla
y flores muertas con olor que permanece
detenido en un instante.


Y hay, a veces, miradas que, en un gesto,
se cruzan abocadas a encontrarse.


Los escépticos se empeñan en nombrar
la magia para deslegitimarla:
azar, casualidad, destino, karma.


Pero no hay nada escrito,
nada decidido.


Es una chispa, una intuición, una descarga,
el anhelo de un posible
lo que cada mañana nos enciende
y pone en funcionamiento
la maquinaria.


Y son infinitos hilos de colores
los que tejen una red.
Se enhebran y entrelazan
y tiran de nosotros ante el empuje
irrefrenable
que inspiran las miradas,
que ejercen las palabras,
que desatan los besos
y que incendia el amor
por cada causa.









Imagen: florecer en las vías del tren camino de Roma a Ladispoli (Lazio, Italia.2017)

domingo, 22 de julio de 2018

kilómetro cero




Ha dicho el ministro de affaires internacionales
que hemos estado amando
por encima de nuestras posibilidades.
Se anuncian recortes  reformas
que afectarán a las clases más perjudicadas
y la oposición reclama
un paquete de medidas extraordinarias
para ayudar a los damnificados
a sobrellevar los fríos meses de verano.

Pero hay voces proféticas que señalan
que este sistema inhumano
con su terca arquitectura
también tiene sus grietas,
sus hendiduras posibles
por donde la luz se introduce
con su haz de colores complementarios
que tiñen,
como una lluvia de pigmentos ancestrales,
los rostros desdibujados
y las manos que han aprendido a permanecer.

Dioses, ninfas y astros preludian
que el tiempo no nos asfixia. Nos vive
en un fluir constante
a través de caminos nuevos
por rutas salvajes
donde la tierra mojada
dibuja mensajes
bajo nuestras pisadas descalzas.

A ti, que permaneces,
A ti, que con la lógica de una mirada
haces fáciles y nuevas todas las cosas.
Tuya es la gracia.
Tuyo, por siempre, el poder de la música,
que sacia, sana y salva.





viernes, 27 de abril de 2018

Hermanas en manada


Durante el último año y medio han sido varias (la mayoría, mujeres) las personas  de mi entorno más cercano que me han confesado haber sido víctimas de abusos sexuales.

No hablo de conocidas, ni de amigas de amigas. Hablo de gente a la que veo casi todos los días, con la que comparto vida, rutina, espacios, compromisos, proyectos y opciones y que, de manera inesperada, en un determinado momento de intimidad, sinceridad y escucha mutua, han sido capaces de abrirse y expresar una verdad dolorosa y traumática soterrada en el baúl de un pasado (en alguno de los casos, muy reciente) que, en su momento, debieron gestionar con incomprensión, soledad y culpa. Episodios que posteriormente han intentado olvidar pasando página pero que, inevitablemente, afloran desde el fango a la superficie y hacen disparar continuamente alarmas emocionales, afectivas, sexuales, físicas y psicológicas en forma de miedo, bloqueo o ansiedad ante muchas situaciones de la vida ordinaria.


Si le ponemos nombre a los hechos podemos hablar de violación consumada o no en estado de embriaguez, forzamiento a practicar sexo oral de manera repetida bajo amenaza e intimidación o abuso sexual continuado a personas menores de edad.


Ninguna denunció a los agresores que ejercieron la violencia sexual sobre ellas. Quizá no los conocían, o no los recuerdan, o prefieren no recordarlos. Han recurrido a ayuda técnica, personal y comunitaria, y han abrazado la causa feminista con la determinación del pensamiento, la pasión del corazón y la mirada colectiva que lleva a la militancia activa.


Desde ayer, el tema que copa todas las conversaciones físicas y virtuales y las noticias, hilos y publicaciones de las redes sociales es la polémica resolución del juicio contra la manada. Confieso que yo, que dediqué prácticamente todo el día a asuntos de gestión musical, pude leer el relato de los hechos en un desplazamiento en metro a través del móvil y tuve que parar porque sentí un mareo y unas náuseas que me hacían tambalearme. Confieso que recibí la convocatoria de la concentración a las 20h. frente al Ministerio de Justicia y me sentí incapaz de ir. Decidí desconectar el móvil y buscarme un lugar tranquilo donde parar y silenciarme ante el dolor y la injusticia, en la respuesta a la sinrespuesta que únicamente encuentro en la oración, el silencio y la contemplación.


Confieso que, al final del día, y volviendo inevitablemente algunas de las imágenes de la narración a mi cabeza, no pude evitar pensar en todos los comentarios, comportamientos, gestos, palabras y actitudes machistas que me he permitido a lo largo de mi vida (solo basta que uno se dé un paseo de repaso por algunas de las frases más estelares de su pandilla de amigos en la adolescencia)


Sentí, por primera vez, asco y rechazo de mi propio cuerpo, como parte de ese todo que, desde la posición de poder y superioridad, ha subyugado, dominado, forzado, violado y silenciado a tantas mujeres a lo largo de la historia, y sigue haciéndolo hoy.


El debate semántico sobre las palabras “abuso”, “agresión” o “violación” o la sola imagen de una sala donde los magistrados y el público visionan una y otra vez una secuencia de brutalidad ininterrumpida de 96 segundos para discernir si las relaciones sexuales son consentidas o no, si el gemido es expresión de dolor o de disfrute, es un nauseabundo y descarnado espectáculo que alerta, de modo sintomático, de lo putrefacto de un sistema deshumanizado y que no pone el foco de atención en la verdad central sobre la que pivota lo que ha desatado tanta ira e indignación en estos días: la perpetuación, de manera institucionalizada, normalizada y, por lo que hemos visto, legislada y legalizada, de un sistema de relaciones de poder que deja a la mujer vulnerable ante el control y el acceso sistemático sobre su cuerpo y sobre su vida que el hombre ejerce sobre ella.





La violación en grupo es solo la culminación aberrante de este sistema, cuyo engranaje se nutre de mil gestos, actitudes y dinámicas cotidianas y que no es, como sabemos, patrimonio exclusivo de un ambiente desenfrenado y salvaje como el de unos Sanfermines.


También en el mundo en que me muevo, el del arte, la música y la cultura (supuestamente espacio privilegiado de sensibilidad y humanidad) he sido testigo y confidente de dinámicas de poder ejercidas por alumnos y, especialmente, profesores (en muchos casos con la connivencia de compañeros de profesión) que, desde una posición de privilegio e, incluso, de admiración en el plano artístico por parte de sus alumnas, las han humillado, las han machacado psicológicamente y las han intentado arrastrar a dinámicas de dependencia emocional y sexual.


He acompañado procesos de compañeras que han sufrido estas experiencias y han llegado incluso a abandonar sus centros de estudios y sus carreras en algunos casos.


La única respuesta posible es la que vimos ayer y la que ha llenado las portadas de la prensa hoy: la colectiva, la que genera lazos comunitarios, de pertenencia y hermandad (a la consigna “Yo sí te creo” se ha añadido la palabra hermana); la que no culpabiliza, victimiza y señala a la mujer (no ha aparecido en ningún medio la identidad ni la imagen de la chica que sufrió la violación múltiple) y sí enfoca a los verdugos y apunta con el dedo lo estructural y sistémico de la injusticia. La que arropa, moviliza, genera conciencia colectiva, cultura y pensamiento.

Hoy me decía uno de mis mejores amigos, que está a punto de acabar la carrera de Derecho, indignado con la resolución de la sentencia:

“El número de magistradas va subiendo cada año, y las chicas que entran en la carrera aumentan. Que dentro de tres años tendremos más magistradas, más juezas, más abogadas, nos da esperanza en que la aplicación de las leyes pueda cambiar


Probablemente hubiera habido otra resolución si hubieran sido tres mujeres quienes juzgaran el caso, pero esta es una tarea de todas las personas, mujeres y hombres, que abarca lo educativo, lo social, lo cultural, lo político.


Y quizá, como hombres, deberíamos más veces pararnos para que otras alcen la voz y silenciarnos para discernir y depurar nuestro pensar, ser y hacer en un camino de continuo aprendizaje y desaprendizaje. Y confiar nuestro silencio (no cómplice, sino compañero) al grito de las que tienen que seguir, con nuestro apoyo, abanderando una lucha y un cambio que, como vimos el pasado 8 de marzo y ayer, ya es imparable.









jueves, 29 de marzo de 2018

Las cosas importantes




Las cosas importantes se dicen en voz baja.

Los cuentos, las historias
las dulces confesiones,
las verdades descalzas.

Las cosas importantes no copan las portadas
ni llenan titulares.
Carecen de sección fija
en la prensa de la semana.
No siguen fieles, sumisas
las líneas editoriales
(se anuncian, si acaso, discretas
en notas a pie de página)

Las cosas importantes se dicen en voz baja.
A voz en grito se alzan
las consignas, las proclamas,
las mentiras abiertas,
las defensas a ultranza.

Las cosas importantes apenas si se oyen
entre el bullicio, el ruido,
la sordera que dejan
las razones esgrimidas
desde el campo de batalla.

Las cosas importantes se dicen en voz baja.
Los “cuenta conmigo”, “te espero”,
los “duerme tranquila”, “ten calma”.

Por no importunar, las cosas
importantes van a tientas.
Por no arrebatarle agenda
a las cosas de importancia.

Las cosas importantes
tantas veces ni se dicen.
Se rezan en los silencios,
se intuyen en las miradas.

Las cosas importantes se dicen en voz baja.