Será este frío, que llega
siempre tarde
y nos sorprende con la ropa de
entretiempo.
Volvemos al ritual: cambiar las
sábanas,
encender el radiador, escandir
versos.
Las autoridades desaconsejan,
por riesgo de huracán,
salir de casa
y las místicas recuerdan
“en tiempo de tribulación, no
hacer mudanzas”.
No sé en qué ciudad fue. Solo
recuerdo
(quizá es que me retienen los
detalles)
el nombre de aquel bar, los
empedrados
de calles de arrabal y
periferia.
Los aeropuertos donde hicimos
mil escalas
cuando soñábamos con asaltar los
cielos.
Soplar las velas, dices, tiene
algo
de mirada a donde te vaciaste
tantas veces,
a esas vidas que sostenemos
como cristales frágiles
que se hacen añicos entre
nuestros dedos.
Y si aún nos queda tiempo
mejor que no lo inviertas
en planes de pensión a plazo
fijo
junto a un amanecer seguro y
cierto.
Vivámonos mejor en las
trincheras.
Allí sabrás que puedes
encontrarme.
Allí siempre
tatuando a flor de piel
revoluciones cocinadas a fuego
lento
entre treguas y batallas
infinitas
en los cuarteles de este invierno.
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