Hay trazos invisibles que
conectan
los puntos más lejanos en un
mapa,
sonidos de armonía disonante
y palabras con rima imposible
que, en verso, se buscan y se
intentan,
se atientan,
luchan siempre por tocarse.
Hay jardines que crecen a la
sombra
de eriales, de campos de batalla
y flores muertas con olor que
permanece
detenido en un instante.
Y hay, a veces, miradas que, en
un gesto,
se cruzan abocadas a encontrarse.
Los escépticos se empeñan en
nombrar
la magia para deslegitimarla:
azar, casualidad, destino, karma.
Pero no hay nada escrito,
nada decidido.
Es una chispa, una intuición, una
descarga,
el anhelo de un posible
lo que cada mañana nos enciende
y pone en funcionamiento
la maquinaria.
Y son infinitos hilos de colores
los que tejen una red.
Se enhebran y entrelazan
y tiran de nosotros ante el
empuje
irrefrenable
que inspiran las miradas,
que ejercen las palabras,
que desatan los besos
y que incendia el amor
por cada causa.
Imagen: florecer en las vías del tren camino de Roma a Ladispoli (Lazio, Italia.2017)
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