domingo, 31 de enero de 2016

Elogio de la luna




Quise viajar, como Verne, a aquellas grutas
señaladas por cartógrafos y ascetas,
por expertos en la alquimia de los astros,
buscadores de oro en las estrellas.
Me atreví a soñarte estática e inerme,
como estudio de proporciones aritméticas,
y Méliès, prestidigitador de luz y sombras,
primer ilusionista de la cámara,
te me mostró lasciva, viva, orgánica.
Un cohete estrellado sin retorno
te cegaba y aquel gesto conmovido
inauguraba las luces de este arte,
levantaba el telón del nuevo siglo.

Violada por nube en tránsito, Buñuel,
en delirio surrealista y opresivo,
vio en tu efigie de hembra atravesada
la navaja sajando un ojo vivo.

Y fuiste luna, luna trágica y sangrienta,
heredera de la pena y el olvido
de un pueblo marcado por su estampa
de luto y de pasión. Locura y sino.
Fuiste lúbrica mujer de pecho abierto.
Fuiste muerte. Bronce y sueño, Federico.

Pastoreo de lunas en noches de cielo inmenso.
Miguel se hace perito al contemplarte
y se derraman, hilo a hilo, blancos versos,
que alimentan pronósticos de sangre.

En pantalla tu influjo fascinante
concitaba cuerpos en los cementerios,
los despertaba de letargos centenarios,
retiraba a los cadáveres su velo:
geografía mítica de terrores infantiles,
oscuro imaginario de mis sueños.

Luego quise surcar el cielo hasta alcanzarte
viajando en bicicleta, como Elliot
en la patria primera de la infancia,
donde la vida se escurría entre los juegos.

Y me perdí por nuevas rutas persiguiendo
la estela de Fellini, su universo
de payasos, locos, putas, musas, genios
y en su crepúsculo escuché tu voz desnuda
que hizo de mí esta suerte de incurable
lunático del arte y de los versos.




No hay comentarios:

Publicar un comentario