domingo, 3 de noviembre de 2013

Comunicando, comunicando, comunicando

En las últimas semanas me ha ocurrido varias veces. En el transcurso de una conversación telefónica  me doy cuenta de que, repentinamente, aparecen en la línea un par interlocutores más manteniendo un diálogo paralelo al que he iniciado yo.
Una de las últimas fue hablando  con un amigo de la JEC sobre la preparación de nuestro último encuentro en Fuente del Maestre.  Mientras  comentamos cuestiones de organización,  de correos y preparativos, escucho  una voz masculina y otra femenina un poco más joven que rápidamente se dan cuenta, al igual que nosotros, de que no están solos en este hilo comunicativo.
Yo, muy preocupado por la relevancia de la información que intercambiaba con mi amigo, corrí a decirle que había varias líneas cruzadas y en seguida colgamos para volver a llamarnos. La otra pareja también se alarmó y se cuestionaban si había alguien allí detrás escuchando.
Me ha vuelto a ocurrir, concretamente hoy por la mañana, pero en esta ocasión me he quedado mucho más tranquilo  porque esta semana he descubierto que no soy el único que pasa por esto, que  son muchos los que viven la misma situación cada día y entre ellos parece que se encuentran figuras de altura como Angela Merkel o el mismo Papa Francisco.
Los medios de comunicación son algo delicado pues conectan a personas diferentes en situaciones diferentes pero uno puede respirar aliviado sabiendo que, como el otro día me dijo un amigo, cuando vemos el segundo tick de whatssapp es señal de que Obama ya ha leído la información.



Y a mí este asunto de las escuchas me recuerda a esa joya cinematográfica de Francis Ford Coppola llamada La conversación , una obra muy eclipsada por las dos partes de El Padrino que el director realizó por las mismas fechas y que es un  turbador retrato de un detective experto en vigilancia que es contratado por un magnate para espiar a su esposa presuntamente infiel.
Harry Caul (Gene Hackman) es  un  profesional  de éxito ante los ojos de sus colegas que se siente más seguro escuchando conversaciones de extraños en su laboratorio que en una habitación con amigos, un hombre para quien la actividad de escuchas y espionaje se torna una obsesión a la que le ha llevado su fracaso en las relaciones y su aislamiento del mundo.
Pero la película de Coppola también fue una crítica de la cultura estadounidense  y su moral  que vio la  luz en pleno estallido del escándalo Watergate, cuando se confirmó la existencia de cintas que probaban el espionaje al que había sido sometido el Partido Demócrata durante el Gobierno de Nixon.
De eso han pasado ya cuarenta años y ahora parece que es nuestro Presidente del Mundo y Premio Nobel de la Paz sobre quien se cierne la sombra de la sospecha en un caso de mucho mayor alcance pero el Gobierno de E.E.U.U. se apresura en quitarle hierro al asunto y convencernos de que todo es una cuestión de medidas del servicio de inteligencia norteamericano para luchar contra la amenaza yihadista.

Y yo estoy de acuerdo, pues solo ellos y su cultura hegemónica, su poderoso ejército y sus redes de espionaje pueden velar por nuestra seguridad frente al vecino de enfrente, ya sea demócrata o republicano, comunista o talibán.


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