Hace
unos meses tuve la ocasión de disfrutar del inmortal drama Luces de Bohemia en una representación en el Teatro López de Ayala
de Badajoz.
El
retrato, hiperbólico e incisivo de la sociedad de principios del XX, pasado por
el filtro del esperpento, daba cuenta del panorama de una España de convulsa
actividad política, reivindicaciones sociales y un sentir latente de hastío
ante la decadente deriva de un país sumido en los prejuicios de sus tradiciones
y corsés e incapaz de mirar más allá de sí mismo.
Cuando
el viejo poeta, encarcelado en un calabozo por agitar, ebrio ,el ambiente
durante la noche junto a unos manifestantes, entabla conversación con su
compañero de celda, le pregunta acerca de los motivos de su encarcelamiento:
“Es cuento largo. Soy tachado de rebelde…No
quise dejar el telar por ir a la guerra y levanté un motín en la fábrica. Me
denunció el patrón, cumplí condena, recorrí el mundo buscando trabajo, y ahora
voy por tránsitos, reclamando de no sé qué jueces. Conozco la suerte que me espera:
Cuatro tiros por intento de fuga. Bueno. Si no es más que eso.
Por siete
pesetas, al cruzar un lugar solitario, me sacarán la vida los que tienen a su cargo la defensa del
pueblo. ¡Y a esto llaman justicia los ricos canallas!
Max.-Los ricos y los pobres, la
barbarie ibérica es unánime.”
La barbarie
ibérica. No le falta vigencia al calificativo para retratar el esperpéntico espectáculo
al que asistimos cada día en nuestro país.
Hay quienes
pretenden seguir reduciendo el escenario de nuestra España actual al caduco
cuadro de las dos Españas, aun cuando, a estas alturas de la película, los
conceptos de la izquierda y la derecha se han desvirtuado y han perdido toda
honestidad ideológica bajo una casta de políticos aferrados al poder y más
preocupados por perpetuarse en la función pública el máximo tiempo posible y
allanar el camino para su posterior retirada, legislando y cultivando amistades
con el mundo de la banca y la empresa privada para garantizarse una
privilegiada posición.
Cuando la
indignación se convierte en rutina quizá deberíamos empezar a preocuparnos por
lo crónico de los males que este país padece.
La implicación
de altos cargos de la política estatal y autonómica en escándalos de corrupción
, fraudes y despilfarros desorbitados ha dejado, hace tiempo, de ser noticia eventual y sorprendente en los periódicos y telediarios. Es el pan de cada día de una sociedad que se
lamenta de “haber vivido por encima de sus posibilidades”.
Hay gente
osada que compara esas estafas millonarias de quienes viven a cuerpo de rey a
costa del dinero público con ese mecánico que nos pregunta si queremos que nos
cobre o no “con factura” o con el estudiante que, habiendo recibido beca,
trabaja los fines de semana para sacar algo de dinero para ahorrar o, porqué
no, para irse de fiesta.
Pues , como
decía Valle Inclán, la barbarie ibérica es unánime.
Las
diferencias entre unos y otros son sustanciales pero, en cualquier caso, no
dejan de llamarme la atención esos miles de españoles que, eso sí, pasando por
el aro de una ley electoral tremendamente injusta y excluyente, avalan una y otra vez
en las urnas a políticos que bendicen la corrupción y el fraude y aprietan cada
vez más a los más desfavorecidos, desplegando discursos paternalistas y
desviando responsabilidades y culpas a gestores anteriores.
La ética y el
poder firmaron su divorcio hace bastante tiempo y, sin embargo, la estética de
los que lo ostentan se mantiene con plena vigencia.
A pesar de que
unos y otros agachen la cabeza ante el devorador neoliberalismo económico, hay
ciertas “etiquetas” que siguen siendo marca registrada de los de uno y otro
lado.
Así, parece
ser que la familia es patrimonio exclusivo de la derecha respaldada por la jerarquía eclesiástica más recalcitrante. Y, por supuesto, se trata de una familia
tradicional donde no tienen cabida la homosexualidad, los divorcios, las
separaciones y demás evidencias de “debilidad humana”.
También es
privilegio genuino de lo mismos la defensa de la vida y el apego y orgullo de sentirse españoles
frente a los pobres desarraigados de la patria de la izquierda.
En lo alto de
la pirámide los cada vez menos “populares” y los que se siguen definiendo como
“socialistas y obreros” se reparten el pastel y se siguen tirando los platos a la cabeza cada día, mientras 6 millones de personas que quieren trabajar y no pueden
seguramente siguen sin entender en qué se diferencian los rojos de los azules,
más allá de los "privilegios" antes mencionados.
Y yo me
resisto a seguir pensando que la sombra de la historia y los prejuicios del
pasado sean tan grandes que nos impidan ver la realidad con otros ojos, aunque
a uno le cueste creer que llevemos más de cien años sin aprender de nuestros
errores…
"Este país no tiene remedio, aunque me esté mal
decirlo en mi calidad de extranjero. Existen dos grandes partidos, en el
sentido clásico del término, que son el conservador y el liberal, ambos
monárquicos y que se turnan con amañada regularidad en el poder. Ninguno de
ellos demuestra poseer un programa definido, sino más bien unas características
generales vagas. Y aún esas cuatro vaguedades que forman su esqueleto
ideológico varían al compás de los acontecimientos y por motivos de
oportunidad. Yo diría que se limitan a aportar soluciones concretas a problemas
planteados, problemas que, una vez en el gobierno, sofocan sin resolver. Al
cabo de unos años o unos meses el viejo problema revienta los remiendos,
provoca una crisis y el partido a la sazón relegado sustituye al que le
sustituyó. Y por la misma causa. No sé de un solo gobierno que haya resuelto un
problema serio: siempre caen, pero no les preocupa porque sus sucesores también
caerán.
En cuanto a los políticos, desaparecidos Cánovas del
Castillo y Sagasta, nadie ha ocupado su puesto. De los conservadores, Maura es
el único que posee inteligencia y carisma personal para disciplinar a su
partido y arrastrar a la opinión pública tras él, al menos, sentimentalmente.
Pero su orgullo le desborda y su tozudez le ciega. Con el tiempo crea
distensiones internas y enfurece al pueblo. En cuanto a Dato, el hombre de
recambio del partido, carece de la necesaria energía y le cuadra el apodo que
le aplican los mauristas despechados: "el Hombre de la Vaselina".
Los liberales no tienen a nadie. Canalejas se quemó en
salvas que decepcionaron a todos hasta que un anarquista le voló los sesos ante
el escaparate de una librería. Los liberales, en suma, se sostienen sobre la
única baza del anticlericalismo, recurso que surte un efecto popular, facilón,
inútil y breve. Los conservadores, por el contrario, aparentan ser beatones y
capilleros. Así ambos halagan los bajos instintos del pueblo: éstos, la
blandura sensiblera católica; aquéllos, el libertinaje anarquizante.
Dentro de los partidos, la disciplina es inexistente. Los
miembros se pelean entre sí, se zancadillean y tratan de desprestigiarse los
unos a los otros en una carrera disparatada por el poder que perjudica a todos
y no beneficia a nadie.
Estos dos partidos, sin base popular y sin el apoyo de la
clase media moderada, están condenados al fracaso y conducirán al país a la
ruina."
Lepprince a J. Miranda allá por
el 1918 (La verdad sobre el caso Savolta , Eduardo Mendoza)
No hay comentarios:
Publicar un comentario