jueves, 27 de agosto de 2015

Hacia lo hondo




Apurando los últimos días de vacaciones antes del regreso a Madrid he ido al cine a disfrutar de la última fantasía animada del tándem Pixar-Disney, a la que la crítica entrona como la mejor película de la productora de animación hasta la fecha.


La historia es una suerte de viaje hacia el interior de una chica que nos muestra el funcionamiento de las emociones como un engranaje que resulta de un coordinado trabajo en equipo entre varios personajes, alegoría de  los principales estados emocionales humanos: alegría, tristeza, miedo, ira y asco.


La  circunstancia habitual de un matrimonio que, junto a su hija, se muda de ciudad por motivos laborales se convierte en toda una aventura en el universo interior de la chica, en el que las emociones  se abren paso en una lucha a favor y en contra de los recuerdos que la empujan a la inercia de la felicidad de la vida pasada.

Esta gestión de los propios recuerdos, que la tristeza asalta frecuentemente para contaminar y oscurecer y que hace despertar también la ira y el asco, se convierte en toda una odisea cuando el miedo acecha y los cimientos de la estabilidad emocional se tambalean al ver la seguridad exterior  amenazada ante una realidad nueva y cambiante.

Avisando a navegantes para no incurrir en spoiler, lo cierto es que Inside out, título probablemente más acertado que la adaptación hispana, Del revés, exhibe, para mí, con inusitada ternura, un par de lecciones de importante valor en el conocimiento y la vivencia de las emociones humanas.

Por un lado, la belleza del camino maravilloso de rescate emprendido por la alegría y la tristeza y que, finalmente, requerirá de la colaboración de los demás personajes nos habla de esa necesidad de integrar y de abrazar lo que a menudo consideramos roto y desagradable y condenamos a la sombra de nuestros pensamientos. Ese viaje, ese regreso, esa reconstrucción,  no puede hacerse sino con la colaboración de la tristeza y de los personajes que hablan del pasado de la pequeña.

Y, por otro, el esfuerzo titánico de la alegría, que abandera la empresa de llegar al centro de Riley para hacerla reintegrar todos sus recuerdos, me devuelve a la idea, tan bellamente acrisolada en la tradición cristiana, y que el Papa Francisco ha recogido en la carta de presentación de su pontificado, de que la alegría trasciende la emoción para convertirse en una actitud, una decisión, una verdadera opción de vida que hemos de renovar y restaurar cada día.

El poso del visionado me lleva a la experiencia de este verano en las jornadas de formación de la JEC de Extremadura, con la gestión de las emociones como temática e hilo conductor para el trabajo del grupo de Universidad y Graduados.

Sin mucho tiempo para procesar mi estancia allí, que duró solo un fin de semana, la verdad es que me dejé tocar por la intensidad del tema que se trataba y por el modo de vivirlo de las personas que asistieron y me siento inmensamente agradecido de tomar el pulso a un movimiento de jóvenes como este y comprobar que, sin complejos, se lanzan a la aventura de sentir. 
Sentir y, tal y como ocurre en Inside out, tomar el timón de sus propias emociones para hacer de ellas camino y meta de alegría para los demás.

Cuando me acerco a la vida de tantas y tantos jóvenes, compañeros de este proyecto ilusionante del que hace un año me lancé a asumir la responsabilidad y representación nacional junto con Carmen Ledesma, siento, como Moisés, que se trata de terreno sagrado (“Y descálzate, porque el lugar donde estás es sagrado.” Ex, 3).

Me hace ser consciente de que todos participamos de la debilidad y de las heridas de una  historia personal propia que llevamos tatuada en lo más hondo y que, sin embargo, esto no es impedimento para la apertura del corazón y el deseo de partirse, darse y entregarse para poner todo ese engranaje de emociones al servicio de las causas más bellas y nobles.


Cuando uno se enfrenta a situaciones difíciles de acompañar y siente que se acaba, como diría Silvio, “la palabra precisa, la sonrisa perfecta”, recuerda  nuevamente que siempre son los demás los que dan sentido a nuestra historia, aunque en algunos casos lo único que se pueda hacer sea estar o acompañar fielmente.

Fidelidad, un valor tan a la deriva en esta cultura del consumo del momento. Fidelidad a las personas, fidelidad a los proyectos, fidelidad a los compromisos y a las causas (“No insistas más en que me separe de ti. Donde tú vayas, yo iré, donde tú vivas, viviré; tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios”, Rut 1).

Y experimentar esto me da fuerzas, como en Inside-out, para seguir integrando todo lo que vivo mientras preparo las maletas para retomar, de nuevo, el viaje.



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