martes, 7 de abril de 2015

La Pascua para todos




Con el paso de los años he descubierto que la dimensión espiritual del ser humano es una parte que nos configura y define tanto como la social, la política o la afectiva. Poner nombre a las búsquedas de sentido, de felicidad y plenitud que nacen en nuestro interior y que tocan todas las esferas de nuestra vida a veces no es fácil y, sin embargo, las preguntas asoman en la confianza de las relaciones que se abren a la profundidad.



Durante mis siete años de compromiso en  la Juventud Estudiante Católica, movimiento enfocado a la evangelización del medio estudiantil, he entendido nuestra misión no como la defensa y significación de lo explícito de la religión en el ambiente, sino más bien como la presencia normalizada en el medio desde unas opciones profundas.

 Opciones de servicio, apuesta por la comunidad y acompañamiento de las personas, en especial de las más desfavorecidas, propiciando la humanización de las estructuras y la justicia. De esta forma, entiendo, el testimonio cristiano emerge de la propia naturaleza de una motivación que va más allá del mero activismo o de la apuesta altruista, y que hunde sus raíces en una manera de ver el mundo desde la óptica de la esperanza y la creencia en un Dios que se hace presente en las personas y en los hechos de cada día.

Muchos  compañeros y compañeras de la JEC y otros espacios eclesiales, gente muy comprometida en lugares de frontera y que dan su vida por los demás, se enfrentan continuamente a la indiferencia, a la incomprensión o al rechazo en una sociedad en la que abundan los prejuicios hacia lo religioso y la imagen que se tiene de la Iglesia se reduce a visiones fragmentarias de ciertos sectores y posturas polémicas de la jerarquía y la institución.

Sin embargo, yo he tenido la suerte de contar, en prácticamente todos mis círculos de relación (el de los amigos, el asociativo, el musical, el familiar…) con personas que respetan mi compromiso creyente y se interesan continuamente por la labor que llevo a cabo desde la Iglesia, con activa curiosidad e interés por los proyectos que desempeñamos y las reivindicaciones que sostenemos.


A menudo, amigos y amigas que no tienen vinculación con la religión y la Iglesia, se acercan desde la pregunta inquieta y la curiosidad a intentar entender qué le puede decir la fe a un joven de hoy y cómo puede le puede llevar a transformar su vida.



Este sábado, finalizando la Semana Santa, período de celebraciones y reflexión pero también de descanso, vacaciones y reencuentros, había quedado con Sara, Noelia y Blanca, amigas de mi conservatorio de Badajoz, para ponernos al día y compartir nuestro momento y nuestros proyectos.


Yo les comenté que prefería quedar a media tarde o bien entrada la noche porque iba a asistir a la vigilia pascual en la Parroquia Nuestra Señora de Guadalupe, una “misa muy especial que marca el final de la Semana Santa y el inicio de la Pascua”. Ellas, que a menudo me han escuchado hablar de la JEC o de mi comunidad parroquial, me preguntaron, que “si podían ir” y “si había que llevar algo” aunque me avisaban de que “hacía mucho que no iban a misa”. Personalmente me sorprendió esa curiosidad tan fresca, ese deseo de conocer, saber y compartir qué es aquello que los cristianos y cristianas celebramos en una noche tan especial.

Cuando llegaron, se sentaron en primera fila, participaron activamente en los cantos y en  toda la celebración, acercándose después a intercambiar impresiones con gente de la comunidad durante el aperitivo final.


Después, ya solos y tomando algo en una terraza, les preguntaba qué les había parecido y me confesaban que, a pesar de no ser manifiestamente creyentes, habían disfrutado de la belleza de la liturgia y habían descubierto mensajes y enseñanzas iluminadoras para sus vidas, además de un rostro de Iglesia muy diferente al que están acostumbradas a ver.

A mí no se me ocurre mejor manera ni mejor compañía para iniciar esta Pascua de 2015 pues, al final, celebrar a Jesús Resucitado es afinar la mirada para ver que, en una historia tantas veces plagada de oscuridad, sufrimiento e incertidumbre como es la historia del mundo o nuestras propias trayectorias personales, la última palabra siempre la tiene la luz.

Y solo siendo conscientes de esta confiada certeza podemos coger el aliento necesario para lanzarnos con libertad y valentía a continuar escribiendo  nuestro destino y a seguir edificando, juntos, nuestros más ilusionantes proyectos.



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