martes, 12 de agosto de 2014

Estrellas rotas



Durante todo el día de hoy lleva rondando por mi cabeza una escena de La dolce vita que, en medio del onírico imaginario del universo simbólico de Fellini, supone, por su descarnado realismo y visceralidad, una patada en el estómago que me revuelve y me sobrecoge cada vez que la reviso.




En una de las fiestas que ilustran el peregrinaje de Marcello por la noche romana, el protagonista asiste a una velada en la casa de su amigo Steiner, acaudalado intelectual de profundas ideas religiosas y filosóficas.
Para Marcello, periodista mediocre y sumido en una búsqueda de sentido, Steiner representa, rodeado de su mujer y de sus hijas en la calidez del hogar familiar, la realización personal y la felicidad más plena.


Cuando, el día después de la fiesta, recibe una llamada telefónica que le  comunica que Steiner se ha suicidado tras asesinar a sus hijas, el espejismo de la felicidad y el sueño de esperanza, redención y sentido que representaba su amigo se hacen añicos ante el golpe seco y frío que le asesta la dura realidad.



Muchos hemos amanecido hoy con esa sensación al recibir en las redes sociales y en los medios de comunicación la noticia de la muerte del actor Robin Williams.
Uno de los rostros que, en la infancia de tantos de nosotros, ha representado la ilusión primigenia, la libertad y la victoria del idealismo, se apagaba en la oscuridad de ese sufrimiento y soledad indescifrables que llevan a una persona a asumir la derrota definitiva ante la incomprensión de todos.



Y es curioso que, en estos días en los que el planeta se tambalea ante desgarradores dramas colectivos como el exterminio de Gaza, la persecución de cristianos en Irak o el brote del  Ébola en Sierra Leona,  el mundo entero se haya conmocionado con el desenlace de este otro drama individual y silente.  Normal, por otro lado, si pensamos que un actor de este carisma se había ganado un puesto de honor en nuestras casas a lo largo de los años y sus personajes habían puesto palabras a nuestra historia, a nuestra vida, a nuestra memoria colectiva.



Parece fácil simplificar el asunto hablando de las consecuencias de la fama, el dinero, las drogas o el alcohol,  pero intentar asumir la derrota de una vida así nos debería llevar a asomarnos con comprensión a lo insondable del sufrimiento humano donde muchas son las preguntas y pocas las respuestas.

Acercarnos a un mundo que gira con ritmos vertiginosos de información, de imágenes y de sensaciones, de titulares y juicios rápidos y en el que, tras el maquillaje de la rutina y la normalidad más asentada, se esconden personas rotas que encierran sus dramas individuales en la más oscura de las soledades.




Para mí no ha sido tanto el profesor idealista de El club de los poetas muertos o el periodista vitalista de Good Morning Vietnam, sino el padre entregado e inconsciente de Señora Doubtfire y, sobre todo,  el Peter Pan de Hook, ese adulto que abandonó los sueños de la infancia en un cajón de oficina para hacerse adulto pero supo rectificar y aprender a creer de nuevo en la vida como la más fantástica de las aventuras.

Hasta siempre.


No hay comentarios:

Publicar un comentario