viernes, 2 de noviembre de 2012

Ecos de otro mundo


En mi infancia me fascinaba la celebración anglosajona de Halloween. Era un chaval inquieto al que siempre le maravillaron las criaturas de la noche y los seres que pueblan el imaginario sobrenatural que el hombre, desde antaño , ha soñado, temido y usado para dar respuesta en numerosas ocasiones a fenómenos y misterios que no encajaban en los límites de la explicación racional.
Y, a pesar de no haber celebrado nunca propiamente esta fiesta que hoy vilipendian tanto los que ponen en valor nuestra tradición de Todos los Santos , los difuntos y las castañas frente a las contaminaciones foráneas, siempre me sirvió como excusa para acercarme a ese universo apasionante a través de la imaginación, el cine y la literatura.
       La noche de Walpurgis, la víspera de difuntos...y toda esa geografía fantástica de licántropos, vampiros y fantasmas poblaban una inmensa galería de imágenes de cautivadora belleza para mí.
Pero más allá del elemento meramente fantástico de la fiesta estadounidense y británica, todos estos días también nos hablan de uno de los grandes tabúes de nuestro tiempo: la muerte.
En ese sentido, ya un poco más mayor, me llamaba poderosamente la atención cómo Tim Burton en su Novia Cadáver ilustraba un mundo de los vivos completamente gélido y falto de vida, acartonado en el tedio de una atmósfera lúgubre y nostálgica, mientras que, paradójicamente, el mundo de los muertos era la explosión de la vitalidad y el color, de unos personajes libres y hedonistas que celebraban el presente al son de la música y la danza.
Cuando hace unos días mis amigos Nando y Guimaly me hablaban de las costumbres funerarias de Méjico y Venezuela volvían a mí estas reflexiones y me sorprendía ese modo de afrontar la muerte en que los vivos visitan los cementerios y beben y cantan para celebrar con gozosa alegría la vida de los familiares que ya partieron. Veo fotos de altares decorados, pasteles y mucho colorido para recordar a los seres queridos que ya no están con nosotros.
      Quizá estas culturas nos llevan la delantera en el modo de asumir una circunstancia tan inherente al ser humano como es la muerte y de hacerlo desde la vida y la celebración cuando aquí nuestra tradición se define más hacia el luto, el silencio y el duelo largo y austero que marcan las ausencias.
A veces, acercarte a una misa de difuntos da escalofríos sólo por escuchar a sacerdotes hablar de rendir cuentas a Dios, de la corruptibilidad de la carne o de los pecados del difunto. Sólo les falta parafrasear a Dante para hacer una enumeración de los círculos del infierno.
En cambio, tengo la suerte de contar con una serie de amigos curas cercanos que ofrecen otra visión y otra experiencia completamente distinta en su relación con situaciones y personas donde  la muerte se hace presente.
          Uno de los que más me interpela, por su hermosa capacidad para discernir los signos de esperanza y de vida en medio del mundo, es Pepe Moreno.
     Desde su vocación de sacerdote que le lleva a acercarse a realidades de muerte y sufrimiento siempre habla de estos temas tabú con una ligereza y naturalidad que a veces escandaliza, pero que sin duda se expresa desde el amor y la conciencia de la victoria de éste sobre la muerte.
Así, en su acompañamiento a una asociación de padres que han perdido a sus hijos revela cómo , en medio del dolor y la angustia, la pérdida puede ser lugar de encuentro para las personas, donde es posible sanar heridas y encontrar motivos para vivir.
       También lo es cuando pone sobre la mesa a compañeros sacerdotes fallecidos y lo hace desde el recuerdo caluroso y la alegría que hace sentir la presencia viva y cercana del espíritu, el carisma y el hacer de estas personas queridas entre nosotros.
            Es un tema lleno de aristas, delicado y doloroso y acercarnos a él supone encarar muchas preguntas y muy pocas respuestas pero siempre hay personas a nuestro alrededor capaces de iluminarnos y recordarnos, una vez más, aquello que el viejo Chaplin le decía a Claire Bloom en Candilejas: “Solo hay una cosa tan inevitable como la muerte: la vida”.

3 comentarios:

  1. Magnífico¡¡¡¡¡¡ HOy ya no como... así cómo no voy a engordar....

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  2. Escandalosamente bueno.

    Es cierto que los cristianos, muchas veces, no paramos a pensar qué es bueno o malo porque nuestra propia conciencia -que ya está acostumbrada a filtrar la información que más se adecúa a nuestras conveniencias- ya nos pone la señal de STOP en la frente sin mirar las otras señales que dibujan ambos lados de la carretera.

    Nos hablan de Halloween y ponemos el grito en el Cielo por lo malísimo que es... Sin embargo, ¿acaso pensamos cuánto bien o mal hacemos nosotros por mostrar que la verdadera vida se encuentra en Jesús, y no en los demonios, brujas y vampiros que, entiendo perfectamente, nos dan tan mal rollo?

    A mí no me gusta Halloween y no tengo problema en reconocerlo. Prefiero celebrar fiestas que hablen de vida y no de muerte. Va con mi personalidad. Pero es cierto que, en días como éste, es bueno interpelarnos y encarnarnos en los pies cansados de un Jesús que sigue resucitando cada día por nosotros en los pobres, en los pecadores, en los indignos y en aquellos que nos miran con una sonrisa de ternura desde el Cielo.

    PD: Ojalá los cristianos celebremos a diario aquello en lo que decimos que creemos, sin excusas, y sepamos demostrar a los demás que nuestra fiesta grande -la de vivir alegres porque Él ha estado grande con nosotros- no merece la pena... ¡merece la vida!

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  3. El misterio mayor no es saber qué hay después de la muerte, sino antes. El gran reto es aprender a vivir en plenitud, porque solo así la muerte puede encerrar algún sentido, el de la irrepetibilidad de la existencia.

    Enhorabuena.

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