No soy para
nada aficionado al fútbol. Nunca me ha interesado este deporte lo más mínimo.
Incluso cuando me veía obligado a jugar en el colegio o instituto por
imperativos sociales o académicos era siempre el último al que elegían para
configurar los equipos y siempre me adjudicaban el puesto de defensa para no
correr mucho ni tampoco arriesgarse a darme la responsabilidad de la portería.
Si jamás me
ha entusiasmado jugar a este deporte, mucho menos verlo en las retransmisiones
televisivas o partidos en directo. Desconozco la mayoría de sus reglas y me suscita más bien poca emoción que sean unos
u otros los que ganen.
Sin embargo,
no puedo ser ajeno a toda la oleada
mediática que hay en estos días en torno a la competición de la Eurocopa. Hace
unos días el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, arengaba a la selección
española antes de su partida para tan importante evento: “los
españoles necesitan una alegría ahora en estos tiempos tan complejos y
difíciles”.
No
es la primera vez que nuestra selección proporciona esta inyección de
motivación al pueblo español: ya lo hicieron en el mismo evento hace cuatro
años y el pasado 2010 con el mundial.
Estos
acontecimientos despiertan ante todo ese sentimiento nacional que todos
llevamos dentro: la multitud anula o esconde al individuo y es en ésos momentos
de euforia colectiva cuando todos celebramos la victoria y gritamos eso de ser
españoles, españoles, españoles.
Aún recuerdo mi reacción ante el sonado
triunfo español en Sudáfrica. Estaba yo en el primer día de campamento de
verano de la JEC y me alegré, fundamentalmente, por la motivación que iba a
suponer para todos de cara al trabajo de aquellas jornadas. También grité y
salté, aunque no sabía quién era Iniesta y creo que fue el primer partido de
fútbol que había “seguido” de principio a fin en mi vida.
Aquella noche todos
fuimos y nos sentimos más españoles: España era Iniesta, Casillas y Sara
Carbonero, y esa maravillosa selección a la que le dieron el Príncipe de
Asturias y todo esos millones que se embolsaron y que la Hacienda española
vería volar alegremente hacía Suiza o hacía otros paraísos fiscales sin darles
una leve caricia.
Y África era el Waka
waka, y los leones, y Shakira bailando en la sabana.
Ahora nos
vamos para Ukrania y, mientras no cesan los altercados allí por las protestas
políticas o las manifestaciones de mujeres que denuncian la prostitución y el
turismo sexual que se van a generar en los previos y durante la Eurocopa, nosotros partimos alegres
porque podemos ser campeones otra vez, porque seremos más Europa que nunca y
seremos más españoles que nunca, sobre todo nuestros jugadores, que podrán
llevarse hasta 300.000 euros por cabeza si ganan la competición, que patrióticamente
seguro que tributan de nuevo en otro país.
Y es que en esto del
fútbol no hay crisis, no se puede escatimar para darle al pueblo español la
alegría que necesita.
Por eso los
clubes tienen una deuda de unos mil millones de euros con Hacienda y la Seguridad
social y siguen sometidos a un régimen fiscal bastante más suave que los demás
en cuanto a la imposición y a los plazos que ni este gobierno ni los anteriores
se han atrevido a tocar (este país tiene una devoción y un apego demasiado
grande al fútbol y muchos votos se tambalearían)
Y mientras tanto viene
a mi cabeza el pasodoble de la murga Los
niños del carnaval de Badajoz, aquellos ninjas que, ya en 2009, celebraban el triunfo español en la Eurocopa de
2008 y pronosticaban la futura victoria mundial y la situación del país:
“Y con razón ahora
no habrá quien ya a nosotros nos gane. Por eso salen en trompa tres millones de
españoles tos´ los días a la calle. Y aunque nunca les darán las medallas ni
las copas, siempre tendremos aquí que España es campeona de parados en Europa”.
No hay comentarios:
Publicar un comentario