Y volvimos
a salir a la calle. Esta vez para apoyar a la Orquesta de Extremadura.
El
Gobierno autonómico, después de presionar a la orquesta con el pago de una
deuda en unos plazos insólitos para cualquier empresa u organización, se vio
abocado a buscar otra vía para ahogar las garantías de continuidad de este
proyecto a largo plazo.
Y lo hizo
modificando el contrato de sus trabajadores e imponiéndoles unas condiciones
que dificultan la periodicidad de los conciertos, llevando a los músicos a una situación de
desempleo varios meses al año y que supone, a todas miras, la antesala del
despido y la extinción de la entidad.
Y
el pueblo y la ciudadanía extremeña, que parece no entender de deudas ni de
fluctuaciones macroeconómicas, acudió el pasado sábado a la Plaza de España a
disfrutar de su orquesta.
El
programa, conformado por Las Bodas de
Luis Alonso, El candil y fragmentos de la Quinta y la Novena sinfonías de Beethoven, ponía de relieve la conexión inexcusable
entre la música clásica y el folclore popular, demostrando que éste no es tipo
de música académica agotada en pelucas decimonónicas y discos de vinilos
cubiertos de polvo sino un organismo vivo, identidad de un pueblo que se
expresa a través de ella y vibra y late al ritmo de sus compases.
Así
lo demostró la jornada del sábado, en la que todo músico, estudiante o
aficionado podía sumarse a la plantilla para hacer más grande y significativo
el evento: en nuestra orquesta sinfónica hubo saxofones, flautas de pico y
voces y coros improvisados, alzando la voz para decirle a los políticos que no
estamos aquí, como dijo Santiago, el representante de los músicos de la OEX,
para repartirnos “las migajas que caen de la mesa de los poderosos”.
En este
momento en que se habla de inyecciones de dinero millonarias y rescates a los
bancos, se vislumbra la extinción de esta agrupación de enorme valor para el
desarrollo y promoción cultural de nuestra región simplemente por la falta de
voluntad y diálogo de la clase política.
Evidentemente
, la orquesta habrá de sujetarse a unas programaciones más austeras: a lo mejor
hay que reducir el número de conciertos, la ambición de sus programas o traer a
menos solistas y directores invitados.
Pero pasar
a unas condiciones que anuncian su futura extinción es ir demasiado lejos. Esto
muestra nuevamente la enorme brecha existente entre la sociedad, sus deseos y
sus preocupaciones y el hacer de los que nos gobiernan.
Así me
pareció cuando vi cómo la gente intentaba acercarse y protestaba porque el
tráfico no estaba cortado en la plaza.
En ese
momento, el concejal de festejos, Rodríguez de la Calle, se abría paso con su
coche para salir del escollo y eludía los comentarios de la gente que le
instaba a escuchar las reivindicaciones de los manifestantes.
Pero
yo no pierdo la esperanza porque al fin y al cabo somos nosotros (Como decía Ma
Joad en Las Uvas de la ira: “Somos
el pueblo, existiremos siempre” ) los que tendremos la última palabra y
decidiremos cómo y con quién queremos salir de esta crisis y refundar nuestra
sociedad y nuestro modo de vivir.
Y
yo seguiré saliendo a la calle, alzando la voz y los instrumentos, o firmando
escritos y manifiestos con aquellos que están convencidos de que las personas
no se miden en términos de rentabilidad , que la cultura y el arte están por
encima de los partidos, los políticos y la economía y que el verdadero capital,
el verdadero tesoro de una sociedad no está en cosas que se puedan
nacionalizar, privatizar o rescatar.
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