Cuando cada
semana me dispongo a escribir en esta pequeña ventana que proyecto hacia el
mundo virtual desde la sencillez de mis experiencias cotidianas y las
reflexiones que éstas me suscitan, miro de nuevo el título que le puse y
reconozco que me gusta, quizá por la rima interior, la sonoridad o el calado de
su significados: De vivencias y
cadencias.
Y desde ese
norte que no quiero perder y que lo marca el vivir cotidiano de cada día, las vivencias y, por otro lado, las cadencias, la música y el arte como
medio de comprensión del mundo, intento
abordar la actualidad de mi vida desde
una mirada alegre y esperanzadora. Intento ser crítico y reivindicativo y quizá
alguien pudiera pensar que sólo hago cargar y cargar contra los mismos pero yo
no me cansaré de luchar y defender aquello en lo que creo con convicción, pese
a quien pese. Como dijo Sabina: Lucharé
hasta la muerte y mi epitafio será no estoy de acuerdo.
Y cuando
veo las injusticias que claman al cielo y se me revuelven las entrañas, no
encuentro o no sé otra manera de expresarlo que con la palabra, la lengua, ese
maravilloso legado inmaterial que da forma a nuestros sentimientos, deseos y
pensamientos. Pues yo escribo tan sólo por necesidad, la necesidad de
expresarme.
Pero hoy no
quiero lanzar los dardos nuevamente contra todos aquellos que le roban la
sonrisa al mundo, porque también creo cuando contemplas la vida desde la
quietud y sosiego emergen las razones que llenan el aire para vivir y disfrutar
de cada día.
Y en esta época de final de curso, de agobios de
exámenes y de histeria colectiva, como dicen algunos profesores y compañeros
músicos, titulo a este capítulo, como esa otra maravillosa canción de Sabina, Nos sobran los motivos.
A mí me
sobran los motivos para la alegría: en lo maravilloso e insólito de cada día
veo la luz de Dios y las personas cada mañana al adentrarme en el Casco Antiguo, corazón de la ciudad que late
con la viveza y autenticidad de sus personas y con el sabor añejo y nostálgico
de sus rincones, cargados de historia.
Luego está
Bonifacio, con sus vigilantes, con sus profesores, con sus cabinas de estudio,
con sus descansos de media y primera mañana y sus desayunos en las distintas
sedes del centro repartidas por la Plaza de la Soledad.
Y es que imagino que debe de ser muy diferente a
otros trabajos o estudios entrar en un
centro por la mañana y escuchar a un lado a un violín estudiar el concierto de
Mendelssohn, a un piano el Carnaval de Schumann o a un clarinete las sonatas de
Brahms.
También debe de ser muy distinto estudiar en un
conservatorio donde los profesores aparecen una vez al mes para dar un par de
master clases a sus alumnos y luego irse con la limusina que les recoge en la puerta
a pillar un avión a la otra parte del mundo a otro en que los maestros, a pesar de ser
eminentes concertistas nacionales e internacionales, se desviven por sus
alumnos con pasión y entrega por la enseñanza y comparten la vida y el proceso
día a día con ellos.
Por algo
una ciudad pequeña, tranquila y no precisamente deslumbrante en monumentos o
patrimonio cultural, hechiza y engancha a tantas sensibilidades de norte a sur
peninsular e insular (Málaga, Sevilla, Segovia,Madrid, Canarias...) y
lejanas geografías (Taiwan, Méjico, Rusia, Cuba, República Dominicana,
Georgia, Ukrania…)
Y luego estáis vosotros, el verdadero tesoro, los
compañeros del camino que hacéis que cada día sea diferente, especial y único.
Sois
vosotros los que le dais vida a la vida, los que me mostráis que la música no
es sólo objeto de los grandes genios de escenarios estelares sino de gente
sencilla que expresa la vida, la pasión, la alegría y la tristeza a través de
este lenguaje extraño y mágico.
Compartir con vosotros el viaje es también compartir
las debilidades y dificultades. Los problemas son menos problemas con vosotros
al lado… las amarguras no son amargas
cuando las canta Chavela Vargas.
Hace unos
años le decía a un amigo, dubitativo ante su futuro académico: No hace falta
que le des tantas vueltas a decidir qué carrera estudiar. Al final lo más
importante no será la carrera en sí, sino el sitio al que te vayas a vivir, las
amistades, las experiencias que habrá alrededor de todo eso.
Necesitaba yo otro par de años por lo menos para
creerme mis propias palabras.
Como dijo Gene Kelly en Un americano en París: "Who can ask for anything more?"
Darse cuenta de que existe ese optimismo racional, a pesar del derecho a la disidencia, es el paso imprescindible para disfrutar en plenitud. Bonita entrada, Álvaro. Gracias.
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