
Es
una pregunta que no pocas veces planea sobre mi cabeza. Parece que no tiene
mucho sentido cuestionarse la importancia que en la sociedad tienen los
médicos, los arquitectos , economistas, ingenieros o profesores.
En
todas estas disciplinas parece que se abren (para el que los busque) caminos
hacia la construcción de un mundo más justo: la necesidad de una economía ética
y sostenible, máxime en estos tiempos de crisis como alternativa al sistema
imperante; el desarrollo de proyectos de ingeniería hacia la optimización de
recursos para mitigar la brecha Norte- Sur o la importancia vital de la educación
para la formación de todo individuo.
En
cambio parece que esto del arte y la música es simplemente una parcela del
entretenimiento y la diversión y no es de extrañar que en épocas difíciles como
ésta sea la cultura la primera en desparecer de la lista de prioridades y sean
las actividades artísticas las que más rápidamente sufren las consecuencias de
la reducción y la austeridad.
Paradójicamente
, los que pertenecemos a este mundo intentamos muchas veces desmitificar la
importancia de nuestra actividad en momentos de agobio y estrés con estos
argumentos “No pasa nada porque no te
salga o porque te hayas equivocado en esto…nadie se va a morir por eso”.
Recuerdo
con especial ternura en uno de mis primeros cursos de piano una clase con la
profesora mejicana Patricia Montero en la que le decía a un alumno: “tienes que concentrarte y repetir sólo el
pasaje que no te sale. Si lo repites todo es como si un cirujano empieza a
cortar un metro antes de donde tiene que intervenir…El paciente se moriría, se
desangraría. Si tú no haces bien tu trabajo, afortunadamente nadie va a morir,
pero sí que muere la música, muere el arte…”
Hace
varios días al volver a casa después de una intensa jornada en el conservatorio
me senté a ver la tele como de costumbre después de cenar. Estaban emitiendo Drácula de Bram Stoker, de Francis Ford
Coppola.
Como una
brisa que te lleva, certera y nostálgica
al pasado, desfilan de nuevo en mi mente recuerdos de mi niñez, impregnados de
la fascinación primigenia que me suscita el séptimo arte desde que tengo uso de
razón.
He visto
infinidad de veces este film desde mi infancia y sin embargo conserva siempre
la magia de la primera vez en su poderío visual, su operística puesta en
escena y su evocadora música.

El
cine, la música y en general, el arte han sido depositarios de mis sueños de
infancia y de juventud y me costaría mucho escribir la historia de mi vida
hasta el momento desvinculándola de momentos, emociones y vivencias que éstos
me ha regalado.
Sin
embargo, parece que al estar inmersos en el estudio académico del fenómeno artístico caemos en el riesgo de
olvidar ese encanto original y esa
capacidad para conmover los sentidos y precisamente es ésa también la capacidad para desarrollar la
sensibilidad, una sensibilidad que lejos de aislarnos, nos hace dejarnos
“tocar” y “afectar” por la realidad, una
sensibilidad necesaria también para crecer en el conocimiento y comprensión del
mundo. Además el arte es, ante todo, comunicación, transmisión de vida.
Por
eso, en esta época en que estamos rodeados de malas noticias que hablan del
fracaso del hombre para gestionar sus recursos y esto nos lleva al hastío , la
desesperanza y la falta de sentido, es necesario ante todo el arte, pues también
nos habla de nuestra capacidad de creación (el hombre es co-creador junto a
Dios).
Esa
capacidad de crear que el hombre ha desarrollado desde los confines de su
historia nos debe alentar, abrirnos los ojos y darnos la luz de hasta dónde nos
pueden llevar nuestros deseos, nuestros anhelos: es la poesía de la utopía que
enraíza con la realidad más terrenal.
Por
eso me reafirmo en mi empeño de seguir en este camino del arte como vía para
interpretar, comprender y transformar el mundo desde la creatividad y la
belleza y, a pesar de que a mi alrededor hay mentes mucho más talentosas y
dedos muchos más ágiles que los míos, siento que sí que poseo esa sensibilidad
necesaria para dedicarme al arte porque a alguien se le ocurrió alguna vez, siendo muy pequeño,
sentarme en una banqueta de un piano,
abrirme las páginas de una novela o llevarme a una sala de cine.
Y
esta grande o pequeña pero, sin duda, maravillosa experiencia vital me lleva a
pensar en la necesidad del arte en este mundo y en este tiempo en la vida de
las personas, pues las hace más sensibles, más humanas y en definitiva,
más personas.
lúcido, claro, vocacional... la belleza es el lenguaje de la esperanza, y la estética el camino de la vida eterna, el arte la posibilidad de decir lo que esperamos y soñamos de un modo comprensible y cercano para todo el hombre y todos los hombres...
ResponderEliminarUn mundo sin belleza es un mundo en el que no merecería la pena vivir. Y canalizar la belleza es de la tarea propia de los ojos del artista. Por eso todos somos un poco creadores de lo bello, en la medida en que aprendemos y comprendemos la traducción de lo que nos pasa al lenguaje del corazón.
ResponderEliminarComo todo lo que has escrito, me parece de una tremenda lucidez y de una visión muy clarificadora del ser humano. Comparto muchas de tus opiniones y aunque nunca las he puesto por escrito aquí voy hacer un intento:
ResponderEliminarDe tantas veces como hemos repetido que el hombre es un ser racional no sólo hemos llegado a créenoslo, sino que hemos reducido su esencia a pura racionalidad. Y al hacerlo hemos cercenado parte de nuestro ser: las emociones, los sentimientos, los instintitos.
Rechazamos estos rasgos porque nos aproximan a nuestra corporeidad, nos recuerdan nuestros vínculos con el reino animal y nos resistimos a perder nuestra aparente superioridad. Alabamos e incluso nos postramos ante las obras que nuestro intelecto ha formulado. Enlazando con lo que decías en otro artículo, “idolatramos” a “las ciencias”, por su aparente infalibilidad y estamos convencidos que de su seno verán la luz (más tarde o más temprano) la solución a todos nuestros males. Adoramos su pragmatismo y su practicidad. Nos sometemos a sus predicciones como si de un oráculo divino se tratara.
Y guiados por esa misma idolatría las “deshumanizamos”, las “cosificamos” considerándolas una realidad, un ente independiente de nosotros; olvidamos que es, como la música, la pintura, la literatura, el arte en general, una “creación” del hombre; una forma más de relacionarnos con la realidad, de expresar nuestras vivencias con el entorno.
En la misma medida que hemos elevado casi a rango de divinidad a la ciencia, hemos alejado de nosotros el arte, hemos menospreciado su valor precisamente porque nos pone frente a nuestra denostada animalidad.
El más primitivo modo de relación del hombre con su medio no fue conceptual, sino artístico. Prueba de ello son, por ejemplo las pinturas rupestres o los grandes megalitos de la antigüedad. A través del arte, en todas las épocas, el hombre ha pretendido plasmar sus deseos, sus temores, sus anhelos… todo aquello que no se podía someter a la rígida estructura racional. La música, la pintura, la poesía conecta con esferas de nuestra intimidad que los conceptos no pueden explicar. Por eso el arte no se basa en comprensión, sino en la emoción, en la vivencia. Despliega potencialidades que nos hacen más plenos, más humanos. Sin el arte, y en general sin las clásicamente llamadas “humanidades” el hombre está condenado a seguir “demediado” (como alude el título de la novela de Italo Calvino) pretendiendo completarse y buscando fuera de sí mismo el sentido de su existencia. Disfrutar el arte nos impele a volvernos hacia nosotros, descubrir y reconocer la plenitud de nuestra humanidad; vivir la grandeza de ser “humanos”. Hemos de esforzarnos por devolver a nuestra sociedad la confianza en el arte; hacer nuestra ciencia, nuestra cultura más humana; apreciar el sentido de nuestra existencia”
Sin pretender ser una creación artística, ¿Habría podido escribir esto sin la música que estoy escuchando? Posiblemente la expresión de mis ideas hubiera sido diferente.