La
pira aguarda. Sabe que es la hora
de
una mujer. Sus manos agrietadas
por
empuñar destinos, alboradas,
se
anudan en la sombra. Ya no implora
al
tribunal de estatuas farisaicas
la
justicia divina. No la humana,
petrificada
en mármoles, lejana
a
sus sentencias de ínfulas arcaicas.
No
tiene veinte años. Solo es una
mujer
en el cadalso de la hoguera
erguida
en el reverso de la gloria.
Las
llamas la custodian. No hay ninguna
amazona
inocente que no ardiera
con
todas las mujeres de la historia.
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