lunes, 18 de noviembre de 2013

De utopías y distopías

La distopía es una ficción literaria o cinematográfica que proyecta la mirada desalentadora de un futuro apocalíptico caracterizado por la supremacía de las máquinas y la tecnología frente al sometimiento y esclavitud de la humanidad, el advenimiento de oscuros regímenes totalitarios o la contaminación de la naturaleza en un escenario desolado y desesperanzado para el hombre.

1984, Un mundo feliz o Blade Runner son algunos de los títulos más conocidos que han desarrollado estos inquietantes relatos de un mañana decadente y degenerado.

Hace algunos años, antes de descubrir el amor por la literatura clásica, devoraba con pasión los betsellers de Stephen King (muchos de ellos llevados con mayor o menor fortuna a las pantallas de cine) que alimentaban en mi toda la fascinación por el terror clásico en el que me había sumergido años atrás el maestro Edgar Allan Poe.

Uno de los libros que cayó en mis manos fue El Fugitivo, novela que responde a este esquema de la distopía.  

A pesar de ser una narración mucho más corta que los grandes éxitos del autor  como El resplandor o It, me llamó poderosamente la atención su visión de una sociedad en una profunda crisis económica y moral donde la necesidad y el hambre hacían estragos en una gran parte de la población y  esto motivaba la aparición de una serie de concursos televisivos que, sin ningún escrúpulo, aprovechaban los dramas individuales para ofrecer un macabro entretenimiento al que las personas, despojadas de su dignidad, acudían como un último recurso.

Así, en el programa Caminando hacia los billetes, una serie de enfermos cardíacos previamente seleccionados contestaban a preguntas mientras corrían sobre una cinta transportadora que aumentaba la velocidad a medida que se acumulaban los fallos.

En cambio, el programa de más éxito era El fugitivo, una emisión en la que el protagonista, seleccionado entre muchos aspirantes tras unas duras pruebas, se enfrentaba al reto de sobrevivir a una persecución por parte de los cazadores y de toda la sociedad. 
          Ante una situación de desesperación total, el individuo recurría a este concurso en el que por cada hora que se hallase en paradero desconocido, se les pagarían 100 dólares a su mujer  y a su hija.
Si no lo capturaban en un mes, ganaría el concurso y si  caía en manos de sus perseguidores , moriría, aunque el dinero  acumulado iría a parar a las manos de su familia, que atravesaba una precaria situación económica.


A la luz de esta lectura juvenil  he reflexionado muchas veces sobre  el papel de algunos programas de televisión y sobre el tratamiento de la persona y su dignidad, muchas veces relegado a un segundo plano frente al entretenimiento morboso y circense.

Recuerdo ese denigrante espectáculo que era el Juego de tu vida, un espacio en el que los concursantes sacaban a la luz y sometían a la prueba del polígrafo los detalles más  escabrosos de su intimidad e iban ganando más dinero cuando subían una escala creciente de morbosidad en las preguntas.
Casos reales o comedia nacional, el programa sacudía la dignidad y el respeto a la persona a golpe de billetes y carnaza televisiva.

En otro plano completamente distinto, me detenía , hablando con mis amigos hace unos días, en el programa de Televisión Española Entre todos. Había escuchado hablar de él pero no lo había visto hasta la semana pasada.


No dudo de las buenas intenciones de nadie pero creo que no vale todo y proyectar en primer plano las imágenes de personas asfixiadas por su situación económica  contando, entre lágrimas, su realidad y apelar a la compasión y la lástima de los espectadores para que llamen y les socorran no me parece la manera más adecuada de ayudar a los que peor lo están pasando.

En medio de uno de los últimos programas, unos estudiantes de Trabajo Social llamaron para denunciar que este modo de derivar la pobreza a la beneficencia  es desmontar el Estado del Bienestar y que es tarea de todo gobierno preocuparse de cubrir unos servicios básicos para que estas situaciones no se den.

Se trata, al final, deliberadamente o no,  de un acto paternalista en el que unos se sitúan en una posición privilegiada tendiendo la mano a los que están al borde del precipicio y esto , desde luego, no es atajar las causas estructurales que generan injusticia  y pobreza.
 Y señalar al pobre, poniéndolo delante de los focos suplicando ayuda, probablemente tampoco sea acercarse a él como un igual y reconocer su dignidad.


Muy diferente me parece la labor de los que, además de darle de comer al que siente necesidad inmediata, luchan contra la injusticia que alimenta la pobreza desde todos los frentes y siguen desafiando la etimología ("lugar que no existe") de la palabra utopía.




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