
Una
de las últimas fue hablando con un
amigo de la JEC sobre la preparación de nuestro último encuentro en Fuente del
Maestre. Mientras comentamos cuestiones de organización, de correos y preparativos, escucho una voz masculina y otra femenina un poco más
joven que rápidamente se dan cuenta, al igual que nosotros, de que no están
solos en este hilo comunicativo.
Yo,
muy preocupado por la relevancia de la información que intercambiaba con mi
amigo, corrí a decirle que había varias líneas cruzadas y en seguida
colgamos para volver a llamarnos. La otra pareja también se alarmó y se cuestionaban
si había alguien allí detrás escuchando.
Me
ha vuelto a ocurrir, concretamente hoy por la mañana, pero en esta ocasión me he quedado
mucho más tranquilo porque esta semana
he descubierto que no soy el único que pasa por esto, que son muchos los que viven la misma situación cada
día y entre ellos parece que se encuentran figuras de altura como Angela Merkel
o el mismo Papa Francisco.
Los
medios de comunicación son algo delicado pues conectan a personas diferentes en
situaciones diferentes pero uno puede respirar aliviado sabiendo que, como el
otro día me dijo un amigo, cuando vemos el segundo tick de whatssapp es señal
de que Obama ya ha leído la información.
Y
a mí este asunto de las escuchas me recuerda a esa joya cinematográfica de
Francis Ford Coppola llamada La
conversación , una obra muy eclipsada por las dos partes de El Padrino que el director realizó por
las mismas fechas y que es un turbador
retrato de un detective experto en vigilancia que es contratado por un magnate
para espiar a su esposa presuntamente infiel.
Harry
Caul (Gene Hackman) es un profesional de éxito ante los ojos de sus colegas que se siente
más seguro escuchando conversaciones de extraños en su laboratorio que en una
habitación con amigos, un hombre para quien la actividad de escuchas y
espionaje se torna una obsesión a la que le ha llevado su fracaso en las
relaciones y su aislamiento del mundo.
Pero
la película de Coppola también fue una crítica de la cultura
estadounidense y su moral que vio la
luz en pleno estallido del escándalo Watergate, cuando se confirmó la
existencia de cintas que probaban el espionaje al que había sido sometido el
Partido Demócrata durante el Gobierno de Nixon.
De
eso han pasado ya cuarenta años y ahora parece que es nuestro Presidente del Mundo y Premio Nobel de la Paz sobre quien se cierne la sombra de la sospecha
en un caso de mucho mayor alcance pero el Gobierno de E.E.U.U. se apresura en
quitarle hierro al asunto y convencernos de que todo es una cuestión de medidas
del servicio de inteligencia norteamericano para luchar contra la amenaza
yihadista.
Y
yo estoy de acuerdo, pues solo ellos y su cultura hegemónica, su poderoso
ejército y sus redes de espionaje pueden velar por nuestra seguridad frente
al vecino de enfrente, ya sea demócrata o republicano, comunista o talibán.
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