Mi abuelo le ha preguntado su edad
a ese hombre mayor apoyado en la barra del bar.
Hoy cualquier muchacho tiene ochenta años, dice
mi abuelo, que ya ha visto la moldura de la cornisa en el
horizonte.
Mi abuelo vino a este solar
con la Segunda República, con esa luz
que tan bien pintó José Luis Alcaine para Fernando Trueba
en Belle Époque
(claro, que era más fácil vivir aquellos años
cuando eras un jovencísimo Jorge Sanz solo preocupado
por debatirte entre las sábanas de Penélope Cruz,
Ariadna Gil, Miriam Díaz Aroca y Maribel Verdú).
Cuenta mi abuelo en sus memorias
que de niño andaba curioseando en la puerta del cuartel
de la Guardia Civil porque habían cogido a un maqui
que andaba por ahí haciendo de las suyas
y que lo habían prendido sin resistencia y que a los dos o
tres días
lo sacaron a pasear y lo echaron fuera
de la carretera y le pegaron cuatro tiros
y que durante mucho tiempo
la gente estuvo yendo al lugar a mirar la sangre
y que en el año 1945
el hambre inundó las calles de caras hinchadas
pidiendo a las puertas de las casas
y que muchos años después hubo un alcalde
que no se había enterado de que Franco se había muerto
y una noche, después de cerrar el bar, se juntaron varios,
conspiraron y montaron un partido para echarle.
Yo creo que no le ha costado ser rojo y creyente
porque siempre ha ido de la mano de la Quisca, que ha debido
de ser
ese Dios entre las ollas y los fogones
del que hablaba Santa Teresa unos siglos antes.
En los ochenta dio trabajo a bastantes muchachos
y vio cómo el alcohol se llevó por delante a más de uno
de modo que decidió beber con poso lento
una botella de Rivas del año 1963
que todavía hoy saca en ocasiones especiales.
No se le han dado mal los números
ha tenido amigos médicos, fontaneros, curas y albañiles
y siempre ha estado convencido de lo de la igualdad
no le han sorprendido los desmanes de la Corona
porque nunca se ha fiado de ella
y tenía ganas de ver
después de tanto tiempo
a algún comunista sentado en el consejo de ministros
de este país de vísceras calientes y memoria corta.
Mi abuelo Quico Medina.
Nunca le fue mucho la disciplina militar,
así que después de la mili montó un bar
y un negocio de materiales de construcción
y entre brindis por la vida, mucho sudor y baile
ha sido la historia de España
la que se ha puesto a desfilar delante.
Y vive a borbotones, sorbiendo los últimos tragos con mayor placer que los primeros, con la tranquilidad del absoluto mediado en la memoria que da y el olvido que comparte con la compañera del alma… y brinda porque sabe y siente que no está solo en la última estación de un tren que nunca fue de vía ancha, pero si muy recta, tanto como honesta.
ResponderEliminarAguantan los años como puntales, la España de tu abuelo es la historia de tantos... vidas de un lado y otro que se entrelazan en el tapiz celeste del alma... feliz vida...
ResponderEliminarSuerte la de haber podido disfrutar de tu abuelo, y seguir haciéndolo.
ResponderEliminarY qué bonito es ver atardecer a la vida desde tus pestañas prendidas de sensibilidad y de poesía…
ResponderEliminarTienes mucho de tu abuelo, Alvarito, porque Dios ha puesto en tu mirada cada uno de los versos que a él le quedan por decir.
¡Cuánto te admiro, mi querido hermano y amigo!