Comienzan
unos días que transitan entre el esperado descanso vacacional de muchas
personas, la oportunidad de viajar y
planear actividades que se salen de la rutina y la celebración, escenificación
y representación, en las más variadas expresiones de la piedad popular, de una
fiesta de marcada impronta cultural, religiosa y artística.
Pero
algo más se apunta y se barrunta en estos días si afinamos los sentidos hacia
las imágenes de la actualidad sangrante que grita afuera y hacia nuestros
propios paisajes interiores.
Cuando, hace poco más de un mes, comenzaba la
Cuaresma, varias amigas de uno de mis grupos de música de cámara de Madrid me
preguntaban (acaso esperando de mí una voz competente en materia religiosa) que
qué era esto de la Cuaresma, qué significado podía tener hoy y cómo se podía
uno plantear eso del ayuno.
La
pregunta inquieta, el cuestionamiento sano, la búsqueda continua de los demás
nos llevan a los que nos llamamos cristianos a muchas ocasiones que nos fuerzan
a actualizar y revitalizar nuestra
manera de explicar, expresar, comunicar, e incluso vivir nuestra fe.
Después
de darle algunas vueltas, les respondía a mis compañeras que entrar en la
Cuaresma era una especie de invitación a recorrer nuestras geografías interiores. De algún modo, todos los seres humanos,
creyentes o no, experimentamos los mismos sentimientos y nos vemos envueltos en
las mismas encrucijadas vitales, pero la fe nos ilustra toda una geografía de
lugares comunes, paisajes recurrentes de la historia personal y compartida que
nos ayudan a poner nombre e imágenes a lo que vivimos. Para mí es una narrativa
que ayuda a dar respuestas o, al menos, a reconocerse acompañado en las
preguntas.
Esa
llamada cuaresmal a la conversión tiene mucho de atravesar los desiertos
interiores que nos habitan, el lugar donde nos confrontamos con nosotros mismos
y percibimos la necesidad de sanarnos en nuestras heridas, en nuestros
vértices, en nuestras aristas, para reconocernos acogidos y queridos desde
fuera sin condiciones ( “Con amor eterno
te amo” Jr 31, 3) y aprender a ser
verdaderamente libres y liberadores de los demás:
“ El ayuno que quiero es éste: que abras las prisiones injustas, que
desates las correas del yugo, que dejes libres a los oprimidos, que compartas
tu pan con el hambriento…” ( Is 58,6)
Como
suele ocurrir, la realidad va más rápido de lo que esperamos y frecuentemente la velocidad de los acontecimientos
te da poco margen para integrar y digerir los cambios en tu propia vida,
dejándote a la intemperie, sin respuestas ni agarres en medio de la actividad
sin tregua.
Para
mí ha sido así. Como esos profesores que reconocen que es el ejercicio de enseñar
a sus alumnos lo que les hace de verdad integrar continuamente sus
conocimientos y estar siempre aprendiendo, quizá es mi responsabilidad en la
JEC, que me lleva a recorrer kilómetros hacia norte y sur cada semana,
presentar su proyecto, dialogar con gran variedad de personas del mundo social, político y eclesial…lo que me ayuda a
hacer mía la pedagogía de leer el paso de
Dios por mi vida.
Y
esta lógica de la lectura creyente de la realidad, que abraza también la
decepción y el fracaso como lugar de Dios,
siempre descoloca, siempre sorprende, siempre te lleva a lugares nuevos y a
veces incómodos.
A veces, constatar que los cimientos firmes que creías que
sustentaban un proyecto, un horizonte, una ilusión, una relación, se desmoronan de un día
para otro, te lleva a pensar que lo nuestro es más bien acampar en la intemperie (“puso
su tienda entre nosotros” Jn 1, 14), apostarlo todo respetando la libertad y los tiempos del otro y del mundo y
confiar.
O darte cuenta de que, cuando
la dificultad te ahoga, es esa persona que está lejos y camina descalza en la
debilidad y la fragilidad, la que siempre te dedica “la mirada constante, la palabra precisa, la sonrisa perfecta.”
Comienza
la Semana Santa y cuando regreso a esa geografía de la pasión, la muerte y la
resurrección de Jesús, me vuelven las imágenes, casi documentales, en austero
blanco y negro, de la película de Pier Paolo Passolini y siempre me pregunto
¿Quién sino alguien como él, ateo, homosexual, perseguido y asesinado en
extrañas circunstancias, una persona tan “lejana” a la Iglesia, hubiera podido retratarlo
en el cine como alguien tan real, cercano y palpable?
La
salvación viene de donde menos la esperamos, donde menos la buscamos, y en esta Europa de la vergüenza nos estaremos
condenando definitivamente si cerramos las puertas a los únicos que pueden
salvarnos y hacernos comprobar que todavía late algo en la superficie de este
occidente gris e indolente.
Se
trata de eso. Siempre es lo mismo. Atreverse a vivir con pasión y compasión, ser valientes para poner en valor (aunque
duela) los sentimientos, pues solo lo que venga de ahí habrá merecido la pena
y, quizás, la única auténtica de las alegrías.
Genial y verdadero¡¡¡¡
ResponderEliminarCierto. ¡Geografias interiores! No lo hubiera expresado mejor. Cada día me alegro más de haberte conocido. Sigue siendo tú, no nos prives de ese regalo de tu mirada constante, tu palabra precisa, tu sonrisa perfecta... a todos los que hacemos un mismo camino de búsqueda y encuentros. Ya sabes, estamos hechos de encuentros.
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