Publicado por Revista Ecclesia el 21 de enero de 2015.
Con la plasticidad de los recuerdos que la memoria conserva en la viveza de todo su mosaico de colores, tengo aquel verano de 2008 guardado como el comienzo de una aventura que empieza con pies descalzos y confiados hacia rutas nuevas. Perales del puerto. Mi primer verano fuera de casa, mi primer campamento. Un “acampado” tardío de diecisiete años que, recién finalizado el bachillerato y con la mirada puesta en un futuro académico bien trazado y planificado, dejé desbrozar mis esquemas mentales para sumergirme en desafíos profundos y arriesgados a los que solo me podían conducir historias y experiencias nuevas de personas. Personas jóvenes, personas del mundo, personas que viven, luchan, se alegran, sufren y sienten. Gente corriente y gente diferente. Gente libre a la que vi latir con las pulsiones de lo alternativo y la emoción de remar a contracorriente.
Yo era un joven con fe, sí, una fe
asumida desde una herencia familiar de vivencia del Evangelio con la
radicalidad de la opción por los pobres y que, sin embargo, permanecía latente
en la búsqueda de respuestas que delinearan un nuevo momento vital muy concreto:
mi etapa de estudiante. Un período, para mí, muy condicionado por el estudio
entendido de manera elitista y competitiva.
En aquel campamento de la Juventud Estudiante Católica, de la que poco o nada sabía y hacia la que no me faltaban prejuicios, conocí a jóvenes estudiantes de toda Extremadura. Mientras yo gastaba horas en calcular con meticulosa racionalidad los pros y los contras profesionales de las distintas puertas que me abría la nota de corte que tanto sacrificio me había costado lograr, ellos se cuestionaban cómo los hábitos de consumo y de vida de nuestra sociedad repercutían en el día a día de los más empobrecidos de la Tierra, con planteamientos avanzados de justicia y solidaridad que quedaban muy lejos de mi persecución superficial de la excelencia y la tranquilidad individual.
Allí me enteré,
entre otras cosas, de que el gasto desbocado de tecnología móvil en el primer
mundo se llevaba a cabo a costa de una sangría en el Congo por la extracción
del mineral Coltán (hace unos días, Antena 3 emitió un duro e interesantísimo
documental sobre el tema en su programa En
Tierra Hostil ).
Aquellos estudiantes reflexionaban,
eran críticos, cuestionaban el mundo y sus dinámicas, pero con la vista puesta
en la esperanza y con la vocación de llevar buenas noticias a las realidades
más erosionadas de nuestro tiempo. Y, tras esos compromisos firmes, no cabía el
mero activismo vacío, sino la profundidad de la fe y del seguimiento de Jesús
de Nazaret como referente en la construcción de la persona con la mayor
plenitud y sentido.
Entre los adultos
y adultas que acompañaban y animaban a los jóvenes en aquellas jornadas estaba
Pepe, un sacerdote al que conocía por su vinculación al pueblo de mis padres y
a las comunidades parroquiales de Guadalupe y Perpetuo Socorro de Badajoz. Allí
me enteré de que él, además, era profesor de la Universidad de Extremadura y
consiliario de la JEC. La palabra consiliario me recordaba al consiliere (consejero) de la película El Padrino, aquel irlandés que, sin ser
hermano biológico de los Corleone y sin ejercer de líder y partícipe directo en
la toma de decisiones, acompañaba y asesoraba en segundo plano a los que
combatían en primera línea.
A partir de ahí, entré de lleno en la
vida de este movimiento que tanto me ha aportado en la comprensión de un
estudio que puede ser no solo instrumento de realización individual y promoción
personal, sino herramienta comunitaria de servicio y de opción por los otros y
por la justicia.
En ese sentido, la labor de José Moreno
Losada, Pepe, desde la JEC, desde las aulas de la Universidad de Extremadura y
desde la delegación de Pastoral Universitaria en el marco de la Iglesia
diocesana de Mérida-Badajoz, ha sido garante de un estilo de presencia
cristiana en el medio que no se caracteriza por la significación de lo
religioso como símbolo, reacción y reducto frente a la cultura actual, sino que
se inserta sin complejos en los lenguajes de dicha cultura para aportar, desde
el estar sereno y auténtico, planteamientos de fe y profundidad. Esbozos que han
tocado, iluminado y transformado los planteamientos de tantas y tantos jóvenes
que han pasado a lo largo de veinte años por espacios de vida y de diálogo,
como han sido las aulas de la universidad, las actividades de la delegación o
los espacios formativos de la JEC.
Este camino no
culmina, pero sí cristaliza y da luz a un trabajo de investigación de más de
cinco años: la tesis doctoral Estudio
“con-sentido” en la Universidad. Motivación del estudio en los universitarios
extremeños y el bien interno de las profesiones, que se presentó el 23 de enero en el salón de grados de la
Facultad de Educación de Badajoz.
Por eso, la JEC y todos los que hemos
sido testigos, partícipes y protagonistas de este proceso debemos mucho a las
líneas de ese trabajo y a toda la vida y los nombres que laten tras ellas.
¡Enhorabuena!
No hay comentarios:
Publicar un comentario