viernes, 6 de febrero de 2015

Empleando la vida



En medio de todos los mensajes, correos y llamadas que circulan cada día entre mis manos y mi cabeza, el jueves de la semana pasada, justo antes de salir de la sede de la Juventud Estudiante Católica, saltaron a la pantalla del ordenador unas palabras esperadas y deseadas que me despertaron una emoción especial.


Los logros ajenos y los propios, las frustraciones y las satisfacciones dibujan un cóctel que a veces no nos sitúa en el lugar que desearíamos y, sin embargo, uno privilegia poder sentirse inmensamente humano cuando siente, sin remisiones, la alegría del otro  como la suya propia.

      Más aún cuando se trata de esas personas que, a pesar de la lejanía física, sientes que están siempre ahí, creyendo, confiando y apostando por ti sin condiciones y sin juicios, contra viento y marea aún cuando los cimientos de esa casa a la intemperie que conforma tus proyectos arriesgados e imposibles, se tambalean para muchos otros.




¿Y tú qué opinas de que me vaya a trabajar a Badajoz?


Era Inés, Inesu. Hace varias semanas leía su testimonio, una historia llena de vida asolando por las grietas de la dificultad y la incertidumbre en un proceso académico y laboral lleno de descubrimientos y de riqueza que emerge en la aparente debilidad.

El testimonio podría ser una más de tantas historias anónimas de esta juventud “empleada o empeñada” que ha invertido mucho esfuerzo y sacrificio en conquistar su destino y en invertir al máximo sus talentos en una sociedad que, tras años de formación, parece no concederle un hueco donde poder dar el ciento por uno.

Ella estudió Matemáticas en la Universidad de Extremadura. Yo la conocí al poco tiempo de llegar al movimiento de la JEC, donde se encargaba de la coordinación de la economía en la zona de Extremadura.


Tras esa imagen de organización y responsabilidad inicial, al poco descubrí a una persona que había luchado mucho para concluir sus estudios y que, tras un profundo discernimiento, había encarado la dificultad para llevar adelante su vocación. El descubrir la propia limitación la había ayudado a acercarse de un modo más cercano a aquellos alumnos con dificultad, a los que ahora atendía al otro lado del pupitre.

Yo, que nunca había tenido dificultades en mis estudios, no supe cuánto me iba a enseñar su experiencia hasta que me vi a punto de naufragar intentando hacerme un hueco en el competitivo mundo del piano, espacio en el que, por primera vez, no me sentía uno de los mejores, de los brillantes y destacados.

La riqueza de su proceso a la hora de afrontar el fracaso, de integrar la debilidad y de arriesgarse a buscar nuevos caminos para desarrollar una vocación elaborada desde la profundidad, sin rendirse y decidida a apostar por lo más firme y auténtico, me han enseñado mucho durante todo este tiempo.


Fue, sobre todo, a raíz de experimentar juntos la lejanía del hogar (o quizá el descubrimiento del hogar universal), el contraste de la cultura y el sueño compartido de otro mundo hablado en lenguajes y colores polifónicos cuando, en el verano de 2011, viajamos a Nueva Delhi (India) para representar a la JEC de España en un Consejo Mundial de nuestra organización.




Un par de años después, ella abandonaba España en busca de trabajo, sin renunciar a la apuesta por la persona con la que quiere compartir y comparte su vida, cargando la maleta con ilusión, esperanza y deseos, aunque también con riesgo e incertidumbre.


La adaptación, difícil, pero poco a poco se van amoldando a esa nueva vida, a un idioma desconocido y a un trabajo que, sin ser el ideal de unas aspiraciones de desarrollar en plenitud su vocación, permite vivir con dignidad. Y, a pesar de eso, las palabras traslucen el desencanto de la realidad que se aleja de los proyectos soñados:

En términos de vocación es normal que encuentre frustrante y triste que la sociedad a la que pertenezco no me da la oportunidad de desarrollarme profesionalmente y de aportar a la sociedad todo aquello que puedo dar, no para beneficio propio sino para beneficio de todos, puesto que aquí puedo esforzarme por ser la mejor limpiadora que tiene mi jefa pero no creo que sea tan importante para la sociedad que ha pagado mi formación como en que me esfuerce en ser la mejor profesora que tengan mis alumnos, si es que algún día los tengo.”


Después de esta odisea, Inés se vuelve a Badajoz, y lo hace para ejercer el magisterio de las matemáticas en un colegio situado en una de las zonas más deprimidas y necesitadas de la ciudad, con el deseo de que toda esa vida empleada, sedimentada en la vocación de poner las matemáticas al servicio  de los que más lo necesitan, pueda dar de verdad su fruto más abundante.

Enhorabuena.





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