En medio de todos los mensajes, correos y
llamadas que circulan cada día entre mis manos y mi cabeza, el jueves de la semana pasada,
justo antes de salir de la sede de la Juventud Estudiante Católica, saltaron a
la pantalla del ordenador unas palabras esperadas y deseadas que me despertaron
una emoción especial.
Los logros ajenos y los propios, las
frustraciones y las satisfacciones dibujan un cóctel que a veces no nos sitúa
en el lugar que desearíamos y, sin embargo, uno privilegia poder sentirse
inmensamente humano cuando siente, sin remisiones, la alegría del otro como la suya propia.
Más aún cuando se trata de esas personas que, a pesar de la lejanía física, sientes que están siempre ahí, creyendo, confiando y apostando por ti sin condiciones y sin juicios, contra viento y marea aún cuando los cimientos de esa casa a la intemperie que conforma tus proyectos arriesgados e imposibles, se tambalean para muchos otros.
Más aún cuando se trata de esas personas que, a pesar de la lejanía física, sientes que están siempre ahí, creyendo, confiando y apostando por ti sin condiciones y sin juicios, contra viento y marea aún cuando los cimientos de esa casa a la intemperie que conforma tus proyectos arriesgados e imposibles, se tambalean para muchos otros.
¿Y tú qué opinas de que me
vaya a trabajar a Badajoz?
Era Inés, Inesu. Hace varias semanas leía su
testimonio, una historia llena de vida asolando por las grietas de la
dificultad y la incertidumbre en un proceso académico y laboral lleno de
descubrimientos y de riqueza que emerge en la aparente debilidad.
El testimonio podría ser una más de tantas
historias anónimas de esta juventud “empleada o empeñada” que ha invertido
mucho esfuerzo y sacrificio en conquistar su destino y en invertir al máximo
sus talentos en una sociedad que, tras años de formación, parece no concederle
un hueco donde poder dar el ciento por uno.
Ella estudió Matemáticas en la Universidad de
Extremadura. Yo la conocí al poco tiempo de llegar al movimiento de la JEC,
donde se encargaba de la coordinación de la economía en la zona de Extremadura.
Tras esa imagen de organización y
responsabilidad inicial, al poco descubrí a una persona que había luchado mucho
para concluir sus estudios y que, tras un profundo discernimiento, había
encarado la dificultad para llevar adelante su vocación. El descubrir la propia
limitación la había ayudado a acercarse de un modo más cercano a aquellos
alumnos con dificultad, a los que ahora atendía al otro lado del pupitre.
Yo, que nunca había tenido dificultades en mis
estudios, no supe cuánto me iba a enseñar su experiencia hasta que me vi a
punto de naufragar intentando hacerme un hueco en el competitivo mundo del
piano, espacio en el que, por primera vez, no me sentía uno de los mejores, de
los brillantes y destacados.
La riqueza de su proceso a la hora de afrontar
el fracaso, de integrar la debilidad y de arriesgarse a buscar nuevos caminos
para desarrollar una vocación elaborada desde la profundidad, sin rendirse y decidida a apostar por lo más firme y auténtico, me han enseñado
mucho durante todo este tiempo.
Fue, sobre todo, a raíz de experimentar juntos la
lejanía del hogar (o quizá el descubrimiento del hogar universal), el contraste
de la cultura y el sueño compartido de otro mundo hablado en lenguajes y colores polifónicos cuando, en
el verano de 2011, viajamos a Nueva Delhi (India) para representar a la JEC de
España en un Consejo Mundial de nuestra organización.
Un par de años después, ella abandonaba España
en busca de trabajo, sin renunciar a la apuesta por la persona con la que
quiere compartir y comparte su vida, cargando la maleta con ilusión, esperanza
y deseos, aunque también con riesgo e incertidumbre.
La adaptación, difícil, pero poco a poco se van
amoldando a esa nueva vida, a un idioma desconocido y a un trabajo que, sin ser
el ideal de unas aspiraciones de desarrollar en plenitud su vocación, permite
vivir con dignidad. Y, a pesar de eso, las palabras traslucen el desencanto de
la realidad que se aleja de los proyectos soñados:
“En términos de vocación
es normal que encuentre frustrante y triste que la sociedad a la que pertenezco
no me da la oportunidad de desarrollarme profesionalmente y de aportar a la
sociedad todo aquello que puedo dar, no para beneficio propio sino para beneficio
de todos, puesto que aquí puedo esforzarme por ser la mejor limpiadora que tiene
mi jefa pero no creo que sea tan importante para la sociedad que ha pagado mi formación
como en que me esfuerce en ser la mejor profesora que tengan mis alumnos, si es
que algún día los tengo.”
Después de esta odisea, Inés se vuelve a
Badajoz, y lo hace para ejercer el magisterio de las matemáticas en un colegio situado
en una de las zonas más deprimidas y necesitadas de la ciudad, con el deseo de
que toda esa vida empleada, sedimentada en la vocación de poner las matemáticas
al servicio de los que más lo necesitan,
pueda dar de verdad su fruto más abundante.
Enhorabuena.
Toda una alegría de tenerte ya entre nosotros¡¡¡¡
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