Entrar en la calidez del sonido desde la
intimidad de las primeras notas de Evocación
es detenernos por primera vez en la inflexión de un aroma, en la intuición de
una estampa que se dibuja a trazos en la lejanía de un horizonte indeciso. Pero
también es volver. Volver a un lugar ya conocido, volver a esa patria primera,
necesaria e insondable, depositaria de tiempos y nostalgias.
Quizá sea porque esta Iberia tiene algo de recorrido inaugural y peregrino, de viaje
iniciático, y a la vez huele a regreso , a retorno a la Arcadia, a ese Sur mágico
y misterioso, espejo que escapa de las antologías y recupera el imaginario de
lo pintoresco, lo desgarrado y lo profundo de una manera de sentir y de vivir, para ilustrar el mapa de una geografía personal y comunitaria, de una historia
propia y compartida.
El sábado volví a Málaga, a Antequera, a La
Línea, a Badajoz, a los rincones, miniaturas, detalles y lenguajes de un
magisterio de cinco años que acrisola enseñanzas para toda una vida.
Escuchar, por primera vez completa, Iberia de Albéniz, de manos de mi
maestro de piano, Ángel Sanzo, me llevó a aquellas primeras clases en La Línea de la Concepción que
transcurrían entre paseos por atardeceres marítimos y noches que se alargaban con
vocación de no encontrar el amanecer.
Ángel me hablaba de la disonancia en la Iberia
como un ingrediente fundamental del lenguaje de Albéniz por su vasta polisemia:
en Almería, la disonancia era una
caricia que coloreaba la música con pura amabilidad. En El polo, marcaba la decidida agresividad que se expresaba a través de la incisiva
precisión del ritmo.
La disonancia, tensión necesaria para
experimentar la viveza orgánica de la música, es reflejo, posiblemente, de la
propia dialéctica consustancial a la vida humana, en la que la confrontación
que serena y desestabiliza nos empuja cada día a crecer y avanzar en una
búsqueda y lucha continua con y por nosotros mismos.
Me aseguraba que no encontraría ni una sola nota en la Iberia que no contuviera multitud de indicaciones precisas y de relaciones
intrincadas con otras notas. Toda una arquitectura de enorme complejidad y
exigencia física puesta al servicio de un mensaje expresado en el lenguaje
universal de las danzas, los ritmos y
las melodías que hablan de los orígenes primigenios de un pueblo y de su
historia.
En eso debe de consistir el arte. En desplegar
toda una paleta de medios, conocimientos y minucioso trabajo artesano para ofrecer,
con sencillez y naturalidad, un discurso que acierte hacia el blanco de la
diana de lo que sentimos y lo que somos, que nos emocione por dar forma y cauce
a los estadios de nuestra trayectoria vital.
El sábado recapitulé muchas de las lecciones magistrales
recibidas a lo largo de cuatro años, lecciones que me abrieron las puertas de
la comprensión, hasta entonces muy vaga para mí, de la técnica pianística, y
que además me revelaron una sabiduría que trasciende del mero conocimiento,
sedimentada a base de experiencias, contrastes y encuentros personales
profundos, algo que me parecía esperable de
grandes figuras de manos gastadas y frente arrugada, pero que se me
antojaba insólito en un pianista que tan solo contaba treinta y tantos años de edad por
aquel entonces.
Pero si hay
algo que me hace descubrirme ante él es la sensibilidad y la comunicación, que no
restan un ápice a la elevada exigencia en la consagración al total compromiso
con el arte. Y ahí, en ese compromiso por la belleza, no exento de sacrificios,
de dudas y trances, aparecen pistas para aprender a vivir, algo
paradójico cuando la dedicación seria y rigurosa a este oficio nos lleva, a veces, a alejarnos del trasiego y las entrañas de nuestra propia vida.
Se me ocurre esa clase en la que siempre habla
de que tenemos que enamorarnos de aquello que se nos atraganta, que nos resulta
especialmente difícil (un pasaje de una obra…) cuando no nos queda otra que
convivir con ello. ¿No es acaso esa una verdadera lección magistral para la
vida?
También podría detenerme en todo ese viaje
espiritual por Liszt y San Francisco que recorrimos el curso pasado, pero hoy
me quedo en esta Iberia capital alumbrada tras la gestación de muchos años de
convivencia, aprendizaje y búsqueda, de la que algunos, aunque no hayamos
acertado más que a vislumbrar la sombra de tus pasos, hemos sido testigos privilegiados.