Mucho
se escribe y se habla estos días en el circuito pacense del cuestionado acto de
coronación de la Virgen de la Soledad que tuvo lugar el sábado pasado en la Plaza de
España.
Con el
ajetreo de los exámenes, en las últimas semanas apenas he tenido tiempo de
percatarme de la preparación del evento, que se desarrollaba en el centro de la ciudad.
Tras acabar el curso,
este viernes se me presentó la oportunidad de una visita fugaz de día y medio a
Salamanca. Se trataba de una invitación a la primera jornada de Cristianos en la Universidad-Cultura,
un espacio de encuentro y diálogo en
torno al arte y el cristianismo y a las llamadas de compromiso del militante
cristiano en el corazón del mundo educativo.
Entre
las murallas de la capital salmantina, a la sombra de las estatuas de ilustres pensadores, no es difícil
sentir el halo misterioso y seductor de la belleza del saber y la
espiritualidad que nos habla de Dios y del hombre, de su dignidad y de su
capacidad desbordante para creer y crear.
El
horizonte evangélico nos advierte de no perdernos en digresiones metafísicas y
nos llama a poner los pies en la tierra y trabajar por la justicia en un
momento en que la realidad educativa nos grita con el sufrimiento de los estudiantes excluidos y azotados por
los recortes y la mercantilización del saber, puesto en muchos casos
al servicio de la economía y olvidándose de la construcción de la persona, su
realización y su felicidad.
Al
final de una de las sesiones de la jornada, una voz serenada por el decurso de
la edad y el poso de la experiencia expresaba su alegría ante las inquietudes
que allí se manifestaban.
Se
trataba de Julián, un señor cercano a
los ochenta años, que recordó en ese momento
sus inicios como militante de la Juventud Estudiante Católica allá por la
década de 1950, con el sabor vivo de esa Iglesia que quería despertar a su
primavera con el espíritu renovado que eclosionaría en el Concilio Vaticano II.
Algunos de
los que ahora navegamos en el barco de este movimiento tuvimos la suerte de
compartir después un rato con él y nos alegramos de vislumbrar las pisadas de
ese camino que, iniciado años atrás por otros jóvenes de incombustible
inquietud, hoy nos sirve para mirar el mundo con otros ojos, formarnos, crecer y
trabajar por la justicia y por los más pobres.
Con este
ánimo, cargado de nombres y de caras (algunas conocidas y otras nuevas) volvía
ayer a Badajoz y, al consultar la prensa digital, me encontraba con las
imágenes del acto de coronación de la Virgen de la Soledad, estampas de
fastuosa opulencia que me recuerdan a ese acartonado nacionalcatolicismo de
mantillas, palios y confesionarios que está en las antípodas del Evangelio
subversivo que hunde sus pies en el barro de la realidad herida.
Hoy,
de nuevo, intento respirar con el aliento del Espíritu descubierto en la
vivencia del camino compartido y me entristezco ante los que piensan que toda
la Iglesia se reduce a la parafernalia de rituales caducos y no late al compás del mundo y sus desafíos, con los ojos entornados y los brazos abiertos hacia los
desahuciados de la historia.
“Este pueblo miserable transforma todos los grandes conceptos en un
cuento de beatas costureras. Su religión es una chochez de viejas que disecan
al gato cuando se les muere.”
(Luces de bohemia, Ramón María del Valle
Inclán)
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