Hace
algunos meses, en un encuentro de la Juventud Estudiante Católica, asociación juvenil y eclesial a la que
pertenezco , tuve la oportunidad de disfrutar de una charla con Carlos Chana,
el sacerdote encargado de acompañar a nivel nacional a los jóvenes de la JEC,
en la que me hablaba de la tesis que se encontraba elaborando.
Me
comentaba que se trataba de un trabajo acerca del pensamiento de un teólogo que
tenía, entre otras, la idea de que “Dios
es exceso”.
La
frase me chocó bastante en un principio y pronto Carlos se apresuró a
explicarme de qué se trataba: Dios es exceso significa que Dios es un lujo, un
privilegio o un regalo que hemos
recibido los que somos creyentes.
La
conversación me interpeló bastante y no he dejado de rumiar esa idea en mi
interior desde entonces.
Efectivamente,
Dios no es una necesidad para el hombre. Hay muchas personas que viven,
sienten, luchan y se entregan con planteamientos vitales de enorme riqueza sin
la necesidad de poner la religión en un
lugar preferente.
Sin
embargo, los que hemos descubierto este “lujo” de Dios, disfrutamos el
privilegio de leer nuestra vida en clave de esperanza y alegría, advirtiendo el
Evangelio no en nociones abstractas y metafísicas, sino en las señales que el
día a día nos regala con nombres, personas y experiencias. Es, al fin y al
cabo, la sensibilidad para percibir la belleza y la esperanza en cada hecho
cotidiano.
El
mundo de la música, que es ahora la parcela académica en la que me muevo, si
bien lleno de sacrificio y competitividad, también sabe mucho de esta
sensibilidad, de la capacidad del hombre de crear, transmitir y emocionarse y
nos revela, como el Evangelio, destellos
de alma y corazón en cada emoción y cada gesto de las personas que vibran, se
alegran y se entristecen con este arte bello y misterioso del sonido.
Un par de meses atrás, yendo de camino a casa con mi amigo y profesor Santiago, tras
la clase semanal de clave y bajo continuo, conocí a Gaspar, melómano apasionado
y miembro de la Sociedad Filarmónica de Badajoz.
Santi
me habló de él, de su insaciable inquietud por la música, su deseo continuo de
encontrar y conocer personas con las que compartir su pasión y su inagotable
ilusión por aprender y aportar a los demás.
Rápidamente
conectamos por las redes sociales, lugar de encuentro lleno de posibilidades,
donde él solía compartir música, además de contactar con personas con similar
inquietud y sensibilidad hacia el arte.
Seguía
con detenimiento todos los eventos de la actividad musical de Badajoz (no sólo
los organizados desde la Sociedad Filarmónica),
elogiando el trabajo de los profesores y los alumnos del Conservatorio y
defendiendo la música como una riqueza cultural de insustituible valor.
El martes pasado vi a Gaspar en la Iglesia de San Agustín a la que, tras intensas jornadas para sacar adelante del Ciclo de Música Sacra, asistía para el Concierto de Clausura de las III Jornadas Extremeñas de
Orquesta Barroca.
Estaba
embargado por la emoción y expectante ante la asistencia al evento y me confesó
que le había maravillado ver las fotos de nuestros ensayos, a las que tan sólo
les faltaba el sonido para cautivarle por completo.
Desgraciadamente,
Gaspar ni siquiera pudo escuchar los acordes iniciales del monográfico de
Mozart. Durante los agradecimientos emocionados del comienzo del concierto un
problema de salud le sobrevino de manera súbita y repentina y lo mantuvo en
estado crítico durante toda la última semana.
Hace
un par de días, para conmoción de sus familiares y amigos cercanos del mundo
musical pacense, terminó su lucha.
Y
yo, que tan sólo había compartido con él un par de ratos de conversación rica y
calurosa desde que lo conocía, a pesar de la tristeza por el dramatismo y la
rapidez de su partida, me sigo empeñando en esa manía de leer creyentemente y
con esperanza los acontecimientos y al final acabo con un
sentimiento de agradecimiento por el lujo
de haberlo conocido y pienso que, a pesar de la muerte, persiste la vida en las
personas que nos iluminan a los demás con destellos de sensibilidad y se
desbordan, como dice Nuria, con la belleza de la vida.
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