Kate Winslet no se acordaba del vaho durante el amor
en el camarote del Titanic
cuando dejó a Leonardo DiCaprio hundirse
mientras ella se aferraba a la tabla a la deriva
¿No ves que no cabemos los dos? le decía
ella mientras Leo, aterido,
asimilaba con resignación el desenlace.
A lo mejor Kate se estaba anticipando a que en el futuro
DiCaprio pudiese abandonarla por otra más joven al cumplir
los veinticinco
(eran sus veintidós cuando ambos protagonizaron
la oscarizada película de James Cameron
y quizá ya empezaba a verle las orejas al lobo).
La cuestión es que no hubo forma de salvarle
la vida al pobre
de Leo para disgusto
de miles de adolescentes que redoblaron su presencia
en las carpetas que pudieron verse en los institutos de todo el mundo
a finales de los noventa.
Hoy sigue siendo difícil mantenerse a flote
especialmente para quienes se gastan
entre dos mil y cuatro mil euros en montarse
en una incierta patera
de plástico con capacidad
para cuarenta o sesenta personas
y rezan con una brújula en la mano
para que ningún pez golpee la proa
de ese barco imposible y para que el rumbo
no se pierda y permanezcan
doce días a la deriva
pero todavía hay valientes en este mundo
que se gastan algo más de dos mil o cuatro mil euros
en bajar a contemplar
las arterias detenidas del Titanic
y al subir insisten: ¿No veis que no cabemos todos?
mientras miran a esos niños a esos padres
aferrándose
con sus brazos muertos
al fondo del océano.
Fotografía: Cordon Press, National Geographic
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