Mi peluquero se llama Ramzi. Es marroquí. Cada vez
que voy a mi peluquería, situada en una calle repleta de comercios, bares y
pequeñas tiendas en la zona de Carabanchel bajo, suele haber mucho trasiego.
Rara es la ocasión en la que no hay que esperar a que una o dos personas
terminen de cortarse el pelo para que te atiendan. Es un barrio de mucha
inmigración en el que es frecuente encontrar personas de diversas procedencias
siempre que vas a hacer la compra, a pasear o hacer cualquier gestión
administrativa. La peluquería no es una excepción y son habituales las
conversaciones mixtas entre el árabe y el español más castizo.

Es el mes del Ramadán y, con el calor que está
azotando Madrid estos días, debe de ser muy difícil aguantar una jornada entera
de trabajo como la de la peluquería, pasando unas dieciocho horas del día sin
llevarse a la boca nada de comer ni, especialmente, de beber.
Sin embargo, sería injusto decir que el trato se
resintió pues, a pesar del cansancio y el agotamiento físico, Ramzi mantiene
siempre la simpatía y el afán de la conversación.
Recordé una ocasión en la que acudí a la
peluquería, hace unos meses, y había varios señores presumiblemente madrileños,
“autóctonos del lugar”, preguntándole
a Ramzi sobre los usos y costumbres del Islam.
Él les explicaba que el sentido que tiene no comer
ni beber durante el Ramadán es una suerte de alteridad: tratar, por un tiempo,
de experimentar, de ponerse en la piel de la persona pobre que no come ni bebe
durante el día.
“Eso está muy bien, pero los pobres que están
en la calle no comen ni de día ni de noche, y vosotros cuando llegan las diez
de la noches os hartáis”.
Ramzi escuchaba en silencio con mucha paciencia y
respeto pensando, supongo, que simplemente se trataba de ponerse en la piel del
otro para experimentar su realidad, y no de volverse una persona pobre totalmente.
“Por otro lado, vosotros en el Ramadán no
bebéis alcohol, y todos sabemos que la mayoría de la gente que está viviendo en
la calle se pasa el día borracha agarrada a la botella o al tetrabrik de vino”,
argumentaba el hombre, exhibiendo bastante desprecio y desinterés por
conocer el sentido profundo de esa tradición.
“Y dime, Ramzi, ¿en qué mes se celebra el
Ramadán? Porque claro, eso de que según vaya o venga la luna cada año caiga en
un sitio…¿Eso qué es? Aquí en España la Nochebuena cae siempre el 24 de
diciembre y la Nochevieja el 25, de toda la vida de Dios. Pero, eso de que el
Ramadán caiga cada año en un sitio según la luna, el tiempo y no sé qué más,
¿eso qué es?”
Ramzi
se quedó pensativo y le preguntó:
“¿Y la Semana Santa? ¿En qué fecha la
celebráis?”
El desconocimiento de lo diferente suele venir
unido al prejuicio fácil, al desprecio voluntario y la mirada de superioridad
que arrojamos desde lugar en el que nos situamos para mirar el mundo. La
cuestión religiosa está encima de la mesa. Lo queramos o no, la realidad de la
diversidad religiosa, a través de los fenómenos migratorios, está presente cada
vez más en nuestras aulas, en nuestros barrios, en nuestras ciudades. El hecho religioso es un hecho y,
desgraciadamente, el panorama internacional nos lo trae a colación demasiado
frecuentemente ante los conflictos, crímenes y atrocidades cometidas bajo la
insignia de creencias religiosas de distinto signo que se tornan
fundamentalistas.
Relacionar, por ejemplo, y como ocurre tantas
veces, el Islam con el terrorismo yihadista, es una simplificación y una
peligrosa asociación que nos lleva a vincular
lo diferente, exótico o lejano con el peligro o la amenaza, y esto solo puede
nacer de la ignorancia sobre la verdad
que subyace tras el credo y la historia de cada persona, de cada cultura, de
cada pueblo.
Hoy se somete a debate y se cuestiona desde muchos
ámbitos la presencia de la religión en la educación pública, abogando por denegar
a la Iglesia Católica el privilegio del diseño y configuración del currículo de
esta asignatura y por limitar la expresión de lo religioso al ámbito
exclusivamente privado.
Sin embargo, hay voces que, fuera de los
posicionamientos de trinchera, argumentan la necesidad de abordar, con
serenidad, la presencia el hecho
religioso en la escuela desde un planteamiento integral, con atención a las diferentes
religiones y elaborando los contenidos correspondientes en diálogo con las
autoridades competentes no solo de la religión cristiana, sino de todas las
demás.
Parece fuera de discusión que es difícil un
acercamiento pleno a la historia del arte, la música, la literatura (pensemos,
solamente, en el David de Miguel Ángel, la Sagrada Familia de Gaudí o el Réquiem
de Mozart) sin un mínimo grado de conocimiento de la historia y contenidos de
las principales religiones de las que bebe nuestra cultura.
Pero, yendo mucho más allá, va a ser muy difícil
abordar la tolerancia, la educación para la paz y la convivencia en nuestras
clases, en nuestros barrios, en nuestras ciudades, en nuestra sociedad...si no
asumimos, como tarea urgente, un acercamiento, desde la voluntad y deseo
sincero de conocer y tender puentes con lo diferente, a la realidad de aquellas
personas que, como dice el Papa Francisco, “piensan
distinto, sienten distinto”.
Las personas graduadas de la Juventud Estudiante
Católica hemos decidido este curso enfocar nuestra Acción Común al trabajo por
la tolerancia, el ecumenismo y el diálogo interreligioso, y constatamos que es imposible
trabajar problemáticas como la inmigración, los derechos humanos, la
convivencia, la educación para la paz y el papel y el empoderamiento de la mujer, sin abordar las diversas y complejas
casuísticas religiosas que se dan hoy en nuestro entorno. Realidades que representan una
enorme riqueza de la que podemos aprender mucho, pero que implican también un
trabajo de formación, conocimiento y acercamiento real a la práctica, vida, creencia y costumbres de las personas con las que compartimos esta casa común.
En mi opinión, entablar diálogos con las distintas
expresiones de la fe es una tarea urgente que debemos abordar, en primer lugar,
desde las organizaciones religiosas que trabajamos en los ambientes educativos
y sociales, pero también desde toda la sociedad. Se trata de una necesidad que,
lejos de clausurarse en el espacio privado, está llamada a ser una preocupación
compartida que se aborde desde el ámbito de lo común, lo público y lo
colectivo.
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