Durante todo el día de hoy lleva rondando por mi
cabeza una escena de La dolce vita que,
en medio del onírico imaginario del universo simbólico de Fellini, supone, por
su descarnado realismo y visceralidad, una patada en el estómago que me
revuelve y me sobrecoge cada vez que la reviso.
En una de las fiestas que ilustran el peregrinaje de
Marcello por la noche romana, el protagonista asiste a una velada en la casa de
su amigo Steiner, acaudalado intelectual de profundas ideas religiosas y
filosóficas.
Para Marcello, periodista mediocre y sumido en una
búsqueda de sentido, Steiner representa, rodeado de su mujer y de sus hijas en
la calidez del hogar familiar, la realización personal y la felicidad más
plena.
Cuando, el día después de la fiesta, recibe una
llamada telefónica que le comunica que
Steiner se ha suicidado tras asesinar a sus hijas, el espejismo de la felicidad
y el sueño de esperanza, redención y sentido que representaba su amigo se hacen
añicos ante el golpe seco y frío que le asesta la dura realidad.
Muchos hemos amanecido hoy con esa sensación al recibir
en las redes sociales y en los medios de comunicación la noticia de la muerte
del actor Robin Williams.
Uno de los rostros que, en la infancia de tantos de
nosotros, ha representado la ilusión primigenia, la libertad y la victoria del
idealismo, se apagaba en la oscuridad de ese sufrimiento y soledad
indescifrables que llevan a una persona a asumir la derrota definitiva ante la incomprensión de todos.
Y es curioso que, en estos días en los que el
planeta se tambalea ante desgarradores dramas colectivos como el exterminio de
Gaza, la persecución de cristianos en Irak o el brote del Ébola en Sierra Leona, el mundo entero se haya conmocionado con el desenlace
de este otro drama individual y silente.
Normal, por otro lado, si pensamos que un actor de este carisma se había
ganado un puesto de honor en nuestras casas a lo largo de los años y sus
personajes habían puesto palabras a nuestra historia, a nuestra vida, a nuestra
memoria colectiva.
Parece fácil simplificar el asunto hablando de las
consecuencias de la fama, el dinero, las drogas o el alcohol, pero intentar asumir la derrota de una vida
así nos debería llevar a asomarnos con comprensión a lo insondable del sufrimiento
humano donde muchas son las preguntas y pocas las respuestas.
Acercarnos a un mundo que gira con ritmos
vertiginosos de información, de imágenes y de sensaciones, de titulares y
juicios rápidos y en el que, tras el maquillaje de la rutina y la normalidad
más asentada, se esconden personas rotas que encierran sus dramas individuales
en la más oscura de las soledades.
Para mí no ha sido tanto el profesor idealista de El club de los poetas muertos o el
periodista vitalista de Good Morning
Vietnam, sino el padre entregado e inconsciente de Señora Doubtfire y, sobre todo,
el Peter Pan de Hook, ese
adulto que abandonó los sueños de la infancia en un cajón de oficina para
hacerse adulto pero supo rectificar y aprender a creer de nuevo en la vida como
la más fantástica de las aventuras.
Hasta siempre.
No hay comentarios:
Publicar un comentario