En
mi infancia me fascinaba la celebración anglosajona de Halloween. Era un chaval
inquieto al que siempre le maravillaron las criaturas de la noche y los seres
que pueblan el imaginario sobrenatural que el hombre, desde antaño , ha soñado,
temido y usado para dar respuesta en numerosas ocasiones a fenómenos y
misterios que no encajaban en los límites de la explicación racional.
Y,
a pesar de no haber celebrado nunca propiamente esta fiesta que hoy vilipendian
tanto los que ponen en valor nuestra tradición de Todos los Santos , los
difuntos y las castañas frente a las contaminaciones foráneas, siempre me
sirvió como excusa para acercarme a ese universo apasionante a través de la
imaginación, el cine y la literatura.
La noche de
Walpurgis, la víspera de difuntos...y toda esa geografía fantástica de
licántropos, vampiros y fantasmas poblaban una inmensa galería de imágenes de
cautivadora belleza para mí.
Pero
más allá del elemento meramente fantástico de la fiesta estadounidense y
británica, todos estos días también nos hablan de uno de los grandes tabúes de
nuestro tiempo: la muerte.
En
ese sentido, ya un poco más mayor, me llamaba poderosamente la atención cómo
Tim Burton en su Novia Cadáver
ilustraba un mundo de los vivos completamente gélido y falto de vida, acartonado
en el tedio de una atmósfera lúgubre y nostálgica, mientras que,
paradójicamente, el mundo de los muertos era la explosión de la vitalidad y el
color, de unos personajes libres y hedonistas que celebraban el presente al son
de la música y la danza.
Cuando
hace unos días mis amigos Nando y Guimaly me hablaban de las costumbres
funerarias de Méjico y Venezuela volvían a mí estas reflexiones y me sorprendía
ese modo de afrontar la muerte en que los vivos visitan los cementerios y beben
y cantan para celebrar con gozosa alegría la vida de los familiares que ya
partieron. Veo fotos de altares decorados, pasteles y mucho colorido para
recordar a los seres queridos que ya no están con nosotros.
Quizá estas
culturas nos llevan la delantera en el modo de asumir una circunstancia tan
inherente al ser humano como es la muerte y de hacerlo desde la vida y la
celebración cuando aquí nuestra tradición se define más hacia el luto, el
silencio y el duelo largo y austero que marcan las ausencias.
A
veces, acercarte a una misa de difuntos da escalofríos sólo por escuchar a
sacerdotes hablar de rendir cuentas a Dios, de la corruptibilidad de la carne o
de los pecados del difunto. Sólo les falta parafrasear a Dante para hacer una
enumeración de los círculos del infierno.
En
cambio, tengo la suerte de contar con una serie de amigos curas cercanos que
ofrecen otra visión y otra experiencia completamente distinta en su relación
con situaciones y personas donde la muerte se hace presente.
Uno de los que más me interpela, por su hermosa capacidad para discernir los signos de esperanza y de
vida en medio del mundo, es Pepe Moreno.
Desde su
vocación de sacerdote que le lleva a acercarse a realidades de muerte y
sufrimiento siempre habla de estos temas tabú con una ligereza y naturalidad
que a veces escandaliza, pero que sin duda se expresa desde el amor y la
conciencia de la victoria de éste sobre la muerte.

También lo
es cuando pone sobre la mesa a compañeros sacerdotes fallecidos y lo hace
desde el recuerdo caluroso y la alegría que hace sentir la presencia viva y
cercana del espíritu, el carisma y el hacer de estas personas queridas entre nosotros.
Es un tema lleno de aristas,
delicado y doloroso y acercarnos a él supone encarar muchas preguntas y
muy pocas respuestas pero siempre hay personas a nuestro alrededor capaces de
iluminarnos y recordarnos, una vez más, aquello que el viejo Chaplin le decía a
Claire Bloom en Candilejas: “Solo hay una cosa tan inevitable como la
muerte: la vida”.
Magnífico¡¡¡¡¡¡ HOy ya no como... así cómo no voy a engordar....
ResponderEliminarEscandalosamente bueno.
ResponderEliminarEs cierto que los cristianos, muchas veces, no paramos a pensar qué es bueno o malo porque nuestra propia conciencia -que ya está acostumbrada a filtrar la información que más se adecúa a nuestras conveniencias- ya nos pone la señal de STOP en la frente sin mirar las otras señales que dibujan ambos lados de la carretera.
Nos hablan de Halloween y ponemos el grito en el Cielo por lo malísimo que es... Sin embargo, ¿acaso pensamos cuánto bien o mal hacemos nosotros por mostrar que la verdadera vida se encuentra en Jesús, y no en los demonios, brujas y vampiros que, entiendo perfectamente, nos dan tan mal rollo?
A mí no me gusta Halloween y no tengo problema en reconocerlo. Prefiero celebrar fiestas que hablen de vida y no de muerte. Va con mi personalidad. Pero es cierto que, en días como éste, es bueno interpelarnos y encarnarnos en los pies cansados de un Jesús que sigue resucitando cada día por nosotros en los pobres, en los pecadores, en los indignos y en aquellos que nos miran con una sonrisa de ternura desde el Cielo.
PD: Ojalá los cristianos celebremos a diario aquello en lo que decimos que creemos, sin excusas, y sepamos demostrar a los demás que nuestra fiesta grande -la de vivir alegres porque Él ha estado grande con nosotros- no merece la pena... ¡merece la vida!
El misterio mayor no es saber qué hay después de la muerte, sino antes. El gran reto es aprender a vivir en plenitud, porque solo así la muerte puede encerrar algún sentido, el de la irrepetibilidad de la existencia.
ResponderEliminarEnhorabuena.