Me
llamaba hace unos días, entre la emoción, el cansancio y la alegría
inconmensurable, desde un centro dedicado
al tratamiento y cura de aves rapaces para su liberación, donde aprovechaba el verano para realizar las
prácticas de su Grado en Biología.
Lo conozco
desde que tengo uso de razón. Es y ha sido siempre mi compañero, mi amigo y en
la infancia lo recuerdo con esa inquietud incombustible y esa pasión por la
naturaleza y los animales, en especial aquéllos que a muchos otros nos suelen
parecer los más desagradables o peligrosos: los insectos, los arácnidos, los
escorpiones.
No eran
pocas las veces que en el colegio nos sorprendía a todos con alguna broma en
forma de araña de plástico con cuyo inusitado realismo pretendía alarmar al
personal.
Pasar un
día en el campo con los amigos era para él más una oportunidad de contacto con
la naturaleza y de descubrimiento y búsqueda de distintas especies animales que
de convivencia con otros.
Luego
llegó el instituto, donde ganó el apodo humorístico de Powell, en honor al atleta jamaicano. Allí, lejos de tomar gran protagonismo en las actividades
del centro o en los organismos de éste, pasó, como tantos otros alumnos, desapercibido.
Sin embargo,
todas esas inquietudes tomaron forma con el contacto con un profesor de
biología del centro, incansable investigador y viajero , entusiasmado también
por el mundo de los insectos y la vida de los seres más pequeños que pueblan la
Tierra, quien le orientó para enfocar su carrera en esa dirección.
Y
a mí, que siempre me ha costado profundizar en los laberintos de la ciencia más
allá de la formación académica y nunca me han entusiasmado el trato con los
animales más allá de los libros de texto o la pantalla cinematográfica, siempre
me ha maravillado verlo a él, una persona no destacadamente extravertida ni muy
dado a salir de fiesta ni a coleccionar grandes listas de amigos en las redes
sociales, pero sí fiel en la amistad y auténtico en esa vocación de cuidar,
estudiar y amar la naturaleza.
Veo
últimamente a mucha gente, jóvenes sobre todo, perdidos o confundidos en la
búsqueda de su verdadera vocación, del camino profesional ( y tan bien
personal, afectivo…) que mejor les puede hacer desarrollarse y ser felices. A
veces damos rodeos y rodeos sobre algo y nos olvidamos de que probablemente no
sea tan importante el qué estudiamos sino el cómo o para qué. Yo también
me planteo continuamente mi vocación: el lugar donde puedo servir más y mejor y
desarrollar de mejor modo mis talentos y capacidades.
Pero
cuando miro a Luis me alegro de esa forma tan sencilla y sin doblez de
dedicarse y disfrutar con lo que siempre le ha hecho feliz y tocado la
sensibilidad y de hacerlo sin pretensión de excelencia ni de gran competitividad,
sino delimitando poco a poco su propio camino y definiéndolo desde la
autenticidad que nos hace a todos diferentes, interesantes, creativos y
originales.
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