En
estos días se escuchan continuamente en las conversaciones que
planean sobre innumerables comidas y cenas familiares. Se leen en los
mensajes de móvil, se oyen en las llamadas telefónicas e ilustran
multitud de imágenes que se comparten y se multiplican en las redes
sociales .
Buenos
deseos, felicitaciones y propósitos de año nuevo. Es tiempo
propicio para mirar hacia adelante y llenarnos de planes por
desarrollar, de objetivos por cumplir, de metas por alcanzar. Es un
momento de renovar energías, de oxigenarnos y llenar con avidez,
para no perder un ápice de tiempo, la lista de cosas por hacer en
este 2017.
Mirar
hacia atrás, sin embargo, también nos hace comprobar de qué manera
los caminos, a veces tan sinuosos y caprichosos de la vida, nos han
llevado por otros derroteros muy diferentes a los que planeábamos
ordenadamente hace poco más de un año. Quizá esa comprobación nos
depare un gesto agridulce o a lo mejor una sonrisa agradecida ante
sorpresas inesperadas que nos trajo el pasado año. Seguramente hubo
personas a las que se esperó y no llegaron, otras que se fueron
inesperadamente y otras que, de manera fortuita, aparecieron en el
momento en el que más las necesitábamos.
También
hubo lugares que probablemente pensábamos frecuentar y apenas
llegamos a pisar y otros en los que igual irrumpimos casi sin
percatarnos y donde aprendimos a montar nuestra tienda de campaña
para quedarnos más tiempo del esperado. Posadas en las que, casi sin
haber sitio, aprendimos a encontrar un hueco y a hacer de ellas
nuestro hogar.
Mirar
hacia adelante revela también, en muchos casos, escenarios
desesperanzadores de futuro. En las conversaciones de estos días
abundan, entre amigas, amigos y compañeros, las situaciones
escandalosamente normalizadas de precariedad y falta de horizontes
ante el final de períodos de estudio y de prácticas que dejan, tras
de ellos, situaciones que conducen a la frustración de no poder
desarrollar una vocación humana y profesional, de vivir con
autonomía e ir poniendo los cimientos para construir un proyecto
vital propio.
Ante
estos sentimientos, volver al sentido originario de la Navidad es,
quizá, acercarnos a un acontecimiento que se da a la intemperie y
que es recibido, precisamente, por aquellas personas que viven su
vida en medio de esa intemperie ("Porque
no había sitio para ellos en la posada..." "Había en
aquellos campos unos pastores que pasaban la noche al raso..."
Lc 2, 7-8)
Puede
que este relato nos deje el eco de una llamada a saber vivir al
raso,
en intemperies desnudas de certezas y seguridades, donde, si bien es
difícil intuir cuáles serán los caminos que transitaremos a nivel
laboral, profesional o personal, sí es posible definir
el cómo queremos
vivirlos. Sí que es posible alumbrar criterios, actitudes y claves
que queremos cuidar en una etapa en la que ya sabemos de antemano que
no todos nuestros propósitos y planes se desarrollarán como nos
gustaría.
Instalarnos
en la intemperie es
también una opción. La opción de saber hacer presencia en lugares
de frontera, de periferia, en sitios donde sabemos que no suele ser
cómodo permanecer, acompañando situaciones o dejando la vida en
frentes donde muchas veces se nos demanda y se apuesta a fondo
perdido.
Entre
las estampas de estos días recordaba la imagen de un personaje
sugerente e inspirador del cine: Danny Rose, el protagonista de una
evocadora película que Woody Allen dirigió, en blanco y negro, en
los años ochenta.

Lo
hace apostando, con fe ciega en las posibilidades de los demás, por
todos aquellos por los que nadie en su sano juicio apostaría: un
bailarín de claqué con una sola pierna, un malabarista manco, un
xilofonista ciego y un hipnotizador incapaz de sacar del trance,
entre otros.
Danny
Rose se juega la vida y se mete en líos por dar una oportunidad a
aquellos que solo parecen predestinados al fracaso y, que
paradójicamente, cuando consiguen salir de su situación de
mediocridad, lo abandonan buscando a otros representantes mejores,
relegándolo siempre a su condición de mánager de artistas de
segunda o tercera fila.
Es
desgarradoramente bella y agridulce aquella escena en la que Danny
Rose llega a casa para celebrar la cena de Nochebuena y aparece
nuevamente, irremisiblemente solo pero tímidamente feliz, rodeado de
todos esos perdedores que han seguido siendo su más importante y
única opción en la vida.
A
veces es también opción
por la intemperie y opción
de confianza la
de acompañar a personas y procesos que nos hablan desde el fracaso y
la debilidad, sabiendo que muchas veces no llegaremos a ver los
frutos de ese acompañamiento más que cuando esa persona tome las
riendas de su situación para seguir su propio camino.
Y,
sin renunciar a la necesidad de reivindicar la esperanza, la alegría
y nuestra disponibilidad para acoger lo nuevo que el año nos traerá,
para mí es una llamada a pensar en esas claves desde las que quiero
vivir, en esos lugares en los que quiero permanecer o a los que
quiero llegar, y en esas personas desde la que creo que es necesario
seguir mirando y entendiendo el mundo, y apostando sin condiciones.
Feliz
2017.