Menacho. La
recorro todos los días al menos un par de veces. Es, probablemente, la calle
más transitada de Badajoz, donde se concentra la mayor parte de la actividad
comercial del centro de la ciudad.
Cuando
paso por allí suelo ver, además, a miembros de distintas asociaciones que,
aguantando en un punto estratégico durante toda la mañana, interceptan los
trayectos de ida y vuelta para intentar captar la atención, la escucha y, en el
mejor del los casos, la colaboración económica de los viandantes.
Rara
vez se dirigen a mí. Los que no aparentamos más de veintitantos o incluso
treinta y pocos no disfrutamos, presumiblemente, de una fuente fija de ingresos que nos sitúe como blanco acertado para estas ofertas.
Las
asociaciones son diversas y las causas que defienden también: apoyo a los refugiados,
acción sanitaria directa e incluso lucha contra el maltrato animal.
A
mí me llama la atención que, en esta realidad tan necesitada de manos y
corazones comprometidos, lo que estas asociaciones persigan en estos espacios
sea tan sólo la ayuda económica cuando, probablemente, entregar dinero a una
causa duele y transforma mucho menos que entregar parte de nuestro tiempo, de
nuestras preocupaciones o de nuestra misma vida.
En
cualquier caso, defender causas propias, ajenas o comunes es tender puentes
hacia el mundo y, si bien las fuerzas son limitadas y no todas las causas nos
parecen igual de dignas o elevadas, el viaje de salir del “yo” para buscar al “nosotros”
y al “ellos” en las preocupaciones de nuestro día a día es
siempre una aventura ilusionante.
En
estos días, las televisiones, las redes sociales y las calles lanzan otras
muchas ofertas: las de la campaña electoral para las elecciones al Parlamento Europeo que
finaliza hoy.
Según
como la miremos, se trata una disputa más estética que ética: el Partido
Popular intenta ofrecer su imagen institucional de seguridad, responsabilidad y
conocimiento técnico, lastrada por la desafortunada campaña electoral de un
candidato que ha exhibido con torpeza una mentalidad rústica y tosca
que lo delata sin contemplaciones.

Y
en este gastado mapa de los que se empeñan en seguir circunscribiendo la
política a dos colores y se han acomodado en los sillones asegurándose una vida
dedicada a ella, parece querer abrirse hueco una nueva gama,
aprovechando la coyuntura de la circunscripción única de estas elecciones, para
intentar dar el salto a Europa.
Si
bien la nueva apuesta de participación ciudadana encabezada por Pablo Iglesias,
Podemos, canaliza muchas de las
reivindicaciones sociales que han eclosionado a raíz del malestar de la
población, el descontento y el desarraigo hacia una clase política salpicada de
manera sistemática por la corrupción, también adolece de caer en prejuicios
históricos de izquierda radical y poco dialogante y se centra,
irremediablemente, en el protagonismo mediático de una persona.
Yo
en esta ocasión me inclino por los que hablan de la esperanza como programa electoral y de la Europa de las personas y ceden el protagonismo irrenunciable a la
lucha contra la pobreza y por los derechos humanos.
Los
que apuestan por “reinventar Europa desde
la solidaridad, la democracia y la sostenibilidad” y quieren “compartir valores, cooperar para prosperar y
conjugar la diversidad lingüística, cultural en un proyecto común de dignidad,
paz y bienestar”.
Porque
creo que hoy, más que nunca, es necesario que nos definamos no sólo en contra
de tantas cosas que nos indignan sino que nos signifiquemos en positivo, con motivos para la esperanza, a favor de las causas en las que creemos que realmente
merece la pena gastar la vida.
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