Soy bastante malo para las fechas. Tengo que reconocer que las redes sociales me sacan de más de un apuro cuando se trata de recordar cumpleaños, aniversarios , conmemoraciones y demás eventos señalados.
Sin
embargo, hay círculos de colores rodeando fechas en el calendario de la vida
que sirven para poner de relieve que lo insólito se da, en la mayoría de los
casos, en la tranquilidad de la rutina y el silencio del anonimato.
Hay
nombres que no brillan en lo alto de los pedestales ni deslumbran a la galería
y que, sin embargo, son levadura en medio de la masa, son engranajes que impulsan
y alientan la vida desde la trastienda, en la retaguardia. Son los que se
encargan, entre tramoyas, de que todo esté listo para la función pero no
aparecen en escena y desgraciadamente no suelen figurar tampoco en los títulos de crédito ni en los
agradecimientos iniciales.
Y
parece que no es ningún ejercicio digno de mérito descubrir las virtudes de una
madre, y mucho menos el día de su cumpleaños. Al fin y al cabo, todos tenemos una y solemos
decir que es la mejor del mundo sin muchos miramientos y coincidimos en que
todas poseen esa especie de sexto sentido, esa intuición agudísima que les hace
captar nuestros estados de ánimo y preocupaciones con un solo pestañeo y esa
capacidad desconcertante de encontrar objetos perdidos y recomponer las
situaciones más desencajadas.
Pero
igual sí que hay, también, algo de virtuoso en leer toda esa miríada de
opciones de toda una vida como una verdadera filosofía de decrecimiento, de alumbrar
en lugar de brillar, de hacerse pequeño para que otros se hagan grandes y de
entregar la felicidad propia a la felicidad de los otros.
De
entender que los límites nos hacen encontrarnos en lo más humano, despiertan la
gratuidad más primigenia y acrecientan nuestro hambre de creer y de crear, a
pesar de las mareas , los vientos y las tempestades.
De
saber que lo natural en este mundo es que nos quieran no por ser como somos o hacer lo
que hacemos sino, simplemente, por ser y que hay apuestas que resisten las
lluvias que nos asolan y no se merman por los continuos fracasos, las caídas y
las decepciones.
Hay
ya en casa muchos bestsellers, muchos pendientes, pulseras y collares (la
mayoría del mercado medieval de Al Mossassa que siempre se celebra por estas
fechas y me saca del escollo a última hora) y unos pocos de los
discos de Serrat y Sabina de los últimos años.
Por
eso hoy pongo sobre la mesa esta prosa sencilla e ilusionada que es, como todo
lo demás, patrimonio y dulce
fruto de tu inabarcable magisterio.
Felicidades.