“Érase una
vez, dentro de un mundo gris, luchando por salir, una mijita de color”
Extremoduro.
Los
conozco desde hace poco menos de cuatro o cinco años. Durante ese tiempo (escaso habitualmente, para mí, cuando
se trata de entablar amistades duraderas) han pasado a formar una parte fundamental de mi vida, una parcela que habla mucho de lo que soy, de lo
que busco y de lo que siento.
Me
encontré con ellos en mis primeros campamentos de la JEC, en Perales del Puerto
y Torre de don Miguel. A mí, que era un
chaval de 18 años cómodo en la seguridad de mi círculo de relaciones de Badajoz
y que acababa de terminar con brillante expediente mi etapa de Bachillerato, me
despertaron la inquietud de la aventura, el riesgo de la novedad y el calor de
la amistad fraguada en noches de tiendas de campaña.
Son
del norte de Extremadura, de Plasencia, esa tierra de “irus” que es también cuna de la lírica desgarrada
de Extremoduro con la que tanto les identifico.
Siempre
están dispuestos para noches de fiesta y borrachera, para planes improvisados,
visitas imprevistas y escapadas fugaces pero, además, son los interlocutores
perfectos para conversaciones que se extienden en una cama con tres o cuatro
personas hasta altas horas de la madrugada. Son los confidentes idóneos
para una puesta al día de tu vida en
cinco minutos tras meses sin veros que te hace sentir la mirada de ternura del
hermano que te aconseja y te conoce como si hubiera caminado toda su vida a tu
lado.
Como
siempre ocurre en verano por estas fechas, además de retomar el estudio del
piano y la literatura, estoy inmerso en la preparación de las
Jornadas de formación de la JEC que tendrán lugar dentro de una semana en Losar de la Vera.
Procuro
quebrarme la cabeza para intentar hacer de este trabajo algo ameno e
interesante. Intento pensar en quiénes serán los universitarios que
vendrán para desarrollar actividades que los despierten y activen. Y este
año no puedo evitar tenerlos, como
siempre, en la cabeza , aunque sé que no estarán.
Después
de varios años desarrollando un proyecto para documentarse, sensibilizarse y
dar a conocer la situación de Benin, dentro
de tres días se marchan al continente africano con la sed experiencias, el
deseo de abrazar la realidad del país y su pobreza y el corazón dispuesto para dejarse
afectar por todo.
A
mí, como en tantas otras facetas, me seducen con su valentía y su apuesta por
lo alternativo. Me conmueve pensar que tengo compañeros hoy que, más allá de la tensión de enfrentarse
a la coyuntura actual y a los límites que ésta marca (la incertidumbre del futuro, las pocas posibilidades laborales…) ponen su
inquietud en las necesidades de los más pobres.
Os deseo que vayáis dispuestos a
empaparos de todo, a abrir bien los ojos y a lanzaros confiados a la aventura
de esa África que os espera hambrienta de emociones, abrazos, miradas y
sonrisas placentinas.
¡Buen viaje!